Hoy la Iglesia nos propone, en la primera lectura, una catequesis sobre la perseverancia: perseverar en el camino de fe, perseverar en el servicio del Señor (Hb 10,32-39). El autor de la carta a los Hebreos habla a los cristianos que están pasando un momento oscuro, un momento malo porque son perseguidos o porque no son comprendidos, sufren burlas, o momentos oscuros personales, en su vida, cuando —también nosotros tantas veces hemos pasado momentos así— no se siente nada, la ilusión del servicio al Señor no nos sostiene, hacer el bien nos resulta arduo, es un tiempo de despego en nuestra alma, un tiempo de desolación. Pero ese tiempo de desolación, también Jesús lo sufrió: pensemos en la tristeza de Jesús cuando lloró ante el sepulcro de Lázaro, cuando lloró por Jerusalén: el corazón estaba triste. Y la tristeza de Jesús cuando dice a los apóstoles el jueves santo: “Mi alma está triste hasta la muerte”. En aquel momento el corazón de Jesús está oscuro: también Él pasó por eso, hasta tal punto que pidió al Padre no pasar por esa hora.

La vida cristiana no es un carnaval, no es fiesta y alegría alocada continua. Es verdad que la vida cristiana tiene momentos bellísimos y momentos feos, momentos de duda, de despego, como he dicho, donde nada tiene sentido: el momento de la desolación. En ese momento, por persecuciones externas o por el estado interior del alma, el autor de la carta a los Hebreos dice: “Solo os hace falta perseverancia”. Hay que perseverar para que, “hecha la voluntad de Dios, obtengáis lo que se os ha prometido”, se lee. Perseverancia para llegar a la promesa. Y el camino de la promesa, como digo, tiene momentos buenos, momentos luminosos y momentos oscuros. Perseverar siempre siguiendo las dos indicaciones del apóstol: memoria y esperanza.

A la memoria hay que acudir en los momentos oscuros. Se lee en la epístola: «Hermanos, recordad aquellos días primeros». Esos días felices del encuentro con el Señor, por ejemplo, cuando hice una buena obra y sentí al Señor cerca, cuando en una oración sentí que el Señor se me acercaba o cuando decidí entrar en el seminario, en la vida consagrada. Momentos bellos. Recordar esos momentos, los primeros días, donde todo era luminoso; ahora estoy bajo, sí, pero pienso en aquello. Es la primera receta contra la desolación: recordar el consuelo de los primeros días. «Después de haber recibido la luz de Cristo, habéis debido soportar una lucha grande y penosa, expuestos públicamente a insultos y persecuciones o haciéndoos solidarios con todos los que eran tratados así». Pero no importaba: erais felices en aquel momento. En cambio, hoy estáis desolados: recordad el momento de la felicidad de los primeros días. En el libro de Jeremías hay una cosa bonita que dice: “Señor —mirando esos primeros momentos— de ti recuerdo los primeros días, los días de tu juventud —la juventud espiritual— aquel seguirme como enamorado en el desierto: el tiempo del amor. Luego viene el tiempo malo pero nosotros recordamos el bueno.

La segunda indicación es la esperanza. Se lee también en la carta: «Os hace falta paciencia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la promesa» que se me hizo en los primeros días. La vida es así, lo sabemos, porque todos pasamos por esos momentos malos, todos. Es normal. Pero no es bueno dejarlo ir, no es bueno decir: “no sirve”. Él dice, es muy claro: “No cedáis, no vayáis atrás”, dice el original. Es necesario resistir en los momentos malos, pero una resistencia de la memoria y de la esperanza, una resistencia con el corazón: el corazón, cuando piensa en momentos buenos, respira, cuando mira la esperanza, puede respirar. Y es exactamente lo que debemos hacer en los momentos de desolación, para encontrar el primer consuelo, el prometido por el Señor.

Me viene a la cabeza una cosa que me sorprendió en la cárcel que visité en Lituania, donde llevaban a los condenados a muerte. Aquella gente sabía que si perseveraban en la fe, en el amor a la patria, acabaría así. Pero eran valientes. Tantos cristianos, tantos mártires. También hoy, tantos hombres y mujeres que están sufriendo por la fe, pero recuerdan el primer encuentro con Jesús, tienen esperanza y van adelante. Esto es un consejo que da el autor de la Epístola para los momentos de persecución, cuando los cristianos son perseguidos, atacados: “Tened perseverancia”. Y así también nosotros, cuando el diablo nos ataca con tentaciones, con vicios, con nuestras miserias, siempre mirar el Señor, la perseverancia de la cruz, recordando los primeros momentos bonitos del amor, del encuentro con el Señor y la esperanza que nos espera. Pidamos que el Señor nos dé la gracia de la memoria y de la esperanza, para poder ir así con perseverancia por el camino de nuestra vida.


Fuente: Almudi.org

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