El Evangelio de hoy (Lc 11,37-41) cuenta que Jesús, invitado a comer por un fariseo, se sienta a la mesa sin hacer antes las abluciones previstas por la ley. Y recoge la dura respuesta de Jesús al asombro de aquel fariseo.

Hay una gran diferencia entre el amor del pueblo a Jesús, porque llevaba a sus corazones, y también un poco por interés, y el odio de los doctores de la Ley, escribas, saduceos y fariseos, que lo seguían para pillarlo en una trampa. Eran los “puros”, un verdadero ejemplo de formalidad. Pero les faltaba vida. Estaban –por así decir– “almidonados”, eran rígidos. Y Jesús conocía su alma. Se escandalizaban de las cosas que hacía Jesús cuando perdonaba los pecados, cuando curaba en sábado. Se rasgaban las vestiduras: “¡Qué escandalo! Ese no es de Dios, porque lo que hay que hacer es esto”. No les importaba la gente: les importaba la Ley, las prescripciones, las rúbricas.

Pero Jesús acepta la invitación a comer del fariseo, porque es libre, y va a su casa. Al fariseo, escandalizado por su comportamiento que traspasa las reglas, Jesús le dice: «Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, pero por dentro rebosáis de rapiña y maldad». No son palabras bonitas. Jesús hablaba claro, no era hipócrita. Hablaba claro. Y le dice: “¿Pero, porqué miráis lo externo? Mira qué hay dentro”. Otra vez les dijo: «Sois como sepulcros blanqueados». ¡Bonito piropo! Bellos por fuera, todos perfectos… Pero por dentro llenos de podredumbre, es decir, de rapiña y maldad, les dice. Jesús distingue las apariencias de la realidad interna. Estos señores son los “doctores de las apariencias”: siempre perfectos, pero ¿por dentro qué hay?

En otros pasajes del Evangelio Jesús condena a esta gente, como en la parábola del buen samaritano o cuando habla de su modo ostentoso de ayunar y de dar limosna. Porque a ellos les interesaba la apariencia. Jesús califica a esta gente con una palabra: hipócrita. Gente con un alma ávida, capaz de matar. Y capaz de pagar para matar o calumniar, como se hace hoy. También hoy se hace así: se paga para dar noticias feas, noticias que ensucien a los demás. En una palabra, fariseos y doctores de la Ley eran personas rígidas, no dispuestas a cambiar. Pero siempre, bajo una rigidez hay problemas, graves problemas. Tras la apariencia de buen cristiano –esos que siempre buscan aparentar, maquillarse el alma– hay problemas. Allí no está Jesús. Allí está el espíritu del mundo.

Y Jesús les llama “necios” y les aconseja abrir su alma al amor para dejar entrar la gracia. Porque la salvación es un don gratuito de Dios. Nadie se salva a sí mismo, nadie. Nadie se salva a sí mismo, ni siquiera con las prácticas de esta gente.

Estad atentos a los rígidos, atentos a los cristianos –sean laicos, curas, obispos– que se presentan tan perfectos, tan rígidos. Estad atentos. No está ahí el Espíritu de Dios. Falta el espíritu de libertad. Y estemos atentos a nosotros mismos, porque esto nos debe llevar a pensar en nuestra vida. ¿Busco mirar solo las apariencias? ¿Y no cambio mi corazón? ¿No abro mi corazón a la oración, a la libertad de la oración, a la libertad de la limosna, a la libertad de las obras de misericordia?


Fuente: Almudi.org

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