Jesús habla de la levadura (Lc 12,1-7) que hace crecer, pero también hay una levadura mala que arruina, que hace crecer hacia el interior, como los fariseos, de los doctores de la Ley de aquel tiempo, de los saduceos, y que es la hipocresía. Se trata de gente encerrada en sí misma, que piensa en aparentar, en disimular, en dar limosna y luego tocar la trompeta para que se sepa. La preocupación de estas personas es proteger lo que tienen dentro, su egoísmo, su seguridad: cuando hay algo que los pone en dificultad, como el hombre agredido y dejado medio muerto, o encuentran a un leproso, miran a otro lado, según sus leyes internas. Esa levadura –dice Jesús– es peligrosa: “cuidado con la levadura de los fariseos”. Es la hipocresía. Jesús no tolera la hipocresía: ese aparentar, con bonitas formas de educación por fuera, pero con malas costumbres por dentro. Jesús mismo dice que por fuera son hermosos, como los sepulcros, pero dentro hay putrefacción, destrucción. La levadura que hace crecer hacia el interior no tiene futuro, porque en el egoísmo, en el dirigirse a uno mismo, no hay futuro. En cambio, hay otro tipo de persona con otro fermento, que es lo contrario: que hace crecer hacia fuera. Hace crecer como herederos, para tener una herencia.

En la Carta a los Efesios (1,11-14), San Pablo explica que “en Cristo hemos heredado también los hijos de Israel, los que ya estábamos destinados por decisión del que lo hace todo según su voluntad, para que seamos alabanza de su gloria quienes antes esperábamos en el Mesías”. La referencia es a personas proyectadas hacia fuera. A veces se equivocan, pero se corrigen; a veces caen, pero se levantan. Incluso a veces pecan, pero se arrepienten. Pero siempre hacia afuera, hacia esa heredad, porque les fue prometida. Y esa gente es gente alegre, porque se le ha prometido una felicidad muy grande: que serán gloria, alabanza de Dios. Y el fermento –dice Pablo– de esa gente es el Espíritu Santo, que nos empuja a ser alabanza de su gloria, de la gloria de Dios: “Habéis sido marcados con el sello del Espíritu Santo prometido. Él es la prenda de nuestra herencia, mientras llega la redención del pueblo de su propiedad, para alabanza de su gloria”.

Jesús nos quiere siempre en camino con el fermento del Espíritu Santo que nunca hace crecer por dentro, como los doctores de la Ley, como los hipócritas. El Espíritu Santo empuja hacia fuera, al horizonte. Así quiere Jesús que sean los cristianos: aunque con dificultades, con sufrimientos, con problemas, con caídas, siempre adelante con la esperanza de encontrar la herencia, porque tiene la levadura que es prenda, que es el Espíritu Santo. Pues esas son las dos personas: una que, guiada por su egoísmo, crece por dentro. Tiene una levadura –el egoísmo– que la hace crecer hacia el interior, y solo se preocupa de aparecer bien, parecer equilibrado, que no se vean las malas costumbres que tienen. Son los hipócritas, y Jesús dice: “Cuidaos”. La otra gente son los cristianos: tendríamos que ser los cristianos, porque también hay cristianos hipócritas, que no aceptan el fermento del Espíritu Santo. Por eso Jesús nos advierte: “Cuidado con la levadura de los fariseos”. La levadura de los cristianos es el Espíritu Santo, que nos empuja hacia fuera, nos hace crecer, con todas las dificultades del camino, también con todos los pecados, pero siempre con esperanza. El Espíritu Santo es la prenda de esa esperanza, de esa alabanza, de esa alegría. En el corazón, esa gente que tiene al Espíritu Santo como levadura, está gozosa, incluso con problemas y dificultades. Los hipócritas han olvidado qué significa estar alegre.


Fuente: Almudi.org

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