Editor: Sofía Brahm J.

Colección Alameda, Ediciones UC, 194 págs. Santiago, 2018.


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El aniversario número 130 de la Pontificia Universidad Católica de Chile ha dado ocasión para publicar un tercer libro con escritos del sociólogo Pedro Morandé. En esta ocasión, se recopiló una selección de los 12 mejores artículos y conferencias que desarrolló el autor en torno al tema de Universidad en un período de cerca de 30 años.


La mayor parte de la vida intelectual del autor se desarrolló en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Fue profesor durante 45 años, además de prorrector y decano de la Facultad de Ciencias Sociales. Su cercanía con el que-hacer universitario permitió que conociera y entendiera la misión de la institución, sintiéndose, a la vez, parte de la misma. Su preocupación por el tema de la Universidad se vio alimentada por las transformaciones que esta estaba experimentando producto de la reforma universitaria y de las corrientes modernizantes que le exigían abarcar cada vez más funciones de carácter técnico, pero, según él, produciendo un progresivo divorcio con la sociedad y la cultura.

La mayor originalidad de los escritos de Morandé, respecto a otros que puedan hacerse sobre la Universidad, es la mirada que le da a esta desde la cultura. La cultura es, precisamente, una de las principales preocupaciones intelectuales del autor. Cultura entendida como bien público (capítulo 11), como el modo en que los distintos sujetos habitan el mundo y significan la realidad. La cultura y los significados se constituyen, principalmente, en el encuentro, en el hecho de cohabitar con otros un espacio simbólico que resulta familiar. En este sentido, la Universidad tendría para Morandé un sentido cultural profundo: son ellas las instituciones llamadas a representar la memoria histórica de una sociedad, son ellas las portadoras de la síntesis cultural de un pueblo (Capítulo 1). La Universidad es, en definitiva, “una cultura construida dentro de la cultura, que permite registrar, rememorar y transmitir las pautas de valoración de la experiencia del habitar humano que esa cultura había hecho familiar y habitual, como también explorar, anticipar y proyectar su continuidad y cambio hacia el futuro” (Capítulo 11).

Lo antiguo y lo nuevo se hacen uno en esta idea de Universidad. La tradición, que es transmitida intergeneracionalmente en aquella comunidad de maestros y discípulos, necesita renovarse, perfeccionarse, resignificarse y desplegarse sobre sí para no agotarse; a la vez que el progreso y la búsqueda de verdad requieren de una cultura y de una historia para tener dramatismo, vitalidad y contexto para su narración.

Esta función cultural de la Universidad, Morandé se lamenta, ha ido perdiendo prioridad, encontrándose en una tensión permanente con aquellas demandas que la sociedad moderna exige de la institución. La ciencia, que para el autor es una instancia de la cultura, en la modernidad comenzó a monopolizar para sí todos los criterios de racionalidad, generando un divorcio entre quienes se dedican a la ciencia y el resto de la sociedad. Como consecuencia de ello la Universidad poco a poco debió comprenderse como institución principalmente técnica, subordinada a finalidades externas a ella y perdiendo su dimensión contemplativa. Esta razón que se hace autorreferente es una razón clausurada delante del misterio o, como diría Chesterton, a quien el profesor Morandé citaba a menudo en clases, es una razón enloquecida. Este proceso redujo el saber a información, y la información se caracteriza por tener valor económico y estratégico, pero no por engrandecer nuestro conocimiento de nosotros mismos, de la naturaleza y de Dios. La información jamás deviene en sabiduría.

La razón, para no transformarse en razón clausurada, debe abrirse a la fe, a la trascendencia, a la persona y al misterio. En ese sentido, el diálogo entre fe y razón constituye uno de los aspectos centrales del quehacer universitario. Las universidades están llamadas a ser aquella ventana que se abre a toda la realidad natural, humana y divina, en busca de su unidad y consistencia (Capítulo 5). En continuidad con Fides et ratio el autor postula que la razón y la fe no deben competir mutuamente, “una está dentro de la otra y cada una tiene su propio espacio de realización” ( Juan Pablo II, Fides et ratio, n.17 en capítulo 9). Las preguntas de la fe no anulan las preguntas de la razón sino que las proyectan en su dimensión sapiencial. De esta forma las universidades estarían contribuyendo a que la sociedad levante la mirada hacia “el sentido último de todo, al mediano y largo plazo de la vida humana, a aquella ecología social que representa cada cultura, a desarrollar la subjetividad de la sociedad que se hace sensible al destino de todos, especialmente, de los excluidos” (Capítulo 8).

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La misión privilegiada de la Universidad es la búsqueda de verdad y esta búsqueda, para el cristiano, va acompañada de la “certeza de conocer ya la fuente de la verdad” (S.S. Juan Pablo II: Discurso al Instituto de París,1980). El profesor Morandé se pregunta ¿Cómo se desempeña la búsqueda y el gozo de la verdad? A través del perfeccionamiento y ampliación del saber mediante su constante integración y logrando que aquella armonía del saber se realice al interior de cada persona (Capítulo 2).

Teniendo como núcleo esta idea del gozo de la verdad que se cultiva en el saber y que se encarna en las personas (Capítulo 12), otro elemento que destaca en sus escritos es la comunidad universitaria. Antes que una institución, la universidad es, para el autor, una agrupación de personas: de maestros y estudiantes reunidos con un proyecto común, el «studium», esto es, “la aspiración a comprender la unidad y totalidad del orden del mundo y su correspondencia con el conocimiento de la interioridad de la vida humana o conocimiento de sí mismo” (Capítulo 1).

Una comunidad de maestros y discípulos consagrados a la búsqueda de la verdad exige el acompañamiento recíproco de profesores y de estudiantes (Capítulo 10). De esta forma, lo constitutivo de la universidad es esa solidaridad inter-generacional construida entre varias generaciones.

Las palabras del autor son una defensa a la comunidad de maestros y discípulos como el sujeto propio de la experiencia universitaria. Solo en aquella comunidad puede acontecer la búsqueda de la verdad y el servicio a ella (Capítulo 8).

La presencia del profesor en esta comunidad, especialmente del profesor católico, debiera ser una invitación al desarrollo de la libertad interior, un testimonio de veracidad y humildad de quien es capaz de admirarse ante todo lo que existe (Capítulo 4). Y su tarea principal es educar, esto es, sacar a luz las potencialidades del ser, educar una inteligencia que se distingue por su apertura. Esta idea de educación el profesor buscó plasmarla en su trabajo y reflexión acerca de la educación integral (Capítulo 6), la que influyó decisivamente en el aún vigente programa de formación general de la Universidad Católica.

Este libro es un testimonio de la pasión del autor por aquella realidad a la que ha dedicado gran parte de su vida y, a su vez, es testimonio de su dolor al sentir que aquella realidad amada estaba dejándose arrastrar por la tecnocratización que tanto daño le hacía. Sus conferencias y artículos son una invitación a centrarse más en el pensar que en lo pensado, en el conocer que en lo conocido, en la pregunta que en la respuesta, pues, como muchas veces se le escuchó decir repitiendo las palabras de Heidegger, “preguntar es la devoción del pensar” y la pregunta engrandece al hombre y lo proyecta hacia lo trascendente.


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