Autor: Bérénice Levet

Instituto de Estudios de la Sociedad (IES) Santiago, 2018. 184 págs.


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La mayoría hemos “tropezado” con las discusiones sobre género en la opinión pública, más que en elevados discursos teóricos. Quien reflexiona al respecto, sin embargo, advierte un buen elenco de interrogantes. ¿No se niega aquí de plano la biología? ¿Y no está esa biología en la base misma de la vida humana en general y de la vida social en particular? ¿No lleva la implementación de este ideario en la educación a la vulneración de los derechos de los padres? ¿No trae también consigo, más temprano que tarde, alguna vulneración de la libertad religiosa? Tales preocupaciones suelen estar en la primera línea de objeciones que circulan en estos debates; ellas se encuentran, sin embargo, conspicuamente ausentes en Teoría de Género o el mundo soñado de los ángeles, el ensayo de la filósofa francesa Bérénice Levet.

También Levet “tropezó” en la vía pública con el Género —es ella quien lo personifica con esta mayúscula—. Con tal personificación se refiere a la teoría que niega toda diferencia relevante entre hombres y mujeres. Más aún: no existen hombres ni mujeres, sino solo individuos en proceso de autoconstrucción de su identidad. ¿Qué preocupa a Levet de esta manera de comprender la condición humana? La desaparición del erotismo y de la gratitud –he aquí su novedad– constituyen el foco central de su texto.

El ensayo de Levet tiene un registro eminentemente polémico. Nos habla de un “desconocimiento y un desprecio fundamental por la condición humana” en el mismísimo “corazón del Género”. Pero su argumento es tan filosófico como polémico. Entiende el conflicto entre partidarios y enemigos del Género no como una oposición entre los defensores de la libertad del individuo a un lado y los del orden natural y divino al otro, sino como un conflicto entre diferentes cosmovisiones.

Conducida por Hannah Arendt, Levet subraya uno de los efectos más profundos de la aplicación del Género, a saber, la pérdida de gratitud. Un regalo implica la existencia de elementos que escapan a nuestro arbitrio. Hay una cierta belleza, desde la que se origina la gratitud, en la recepción de un don que nos sorprende. La propia filosofía germina de la sorpresa por lo dado, que toma la forma de admiración ante el ser que se presenta sin haberlo buscado. Los pensadores del Género, en cambio, introducen no solo la sospecha nietzscheana, sino también el desprecio y la “rebelión contra todo dato de la existencia, tanto natural como cultural”. Al Género le repugna la idea de que algo pueda escapársele, de que existan aspectos en su propia constitución que no dependan de su voluntad y, más aún, que aquellos datos tengan algún significado relevante que limite la infinitud de posibilidades que cada individuo tiene ante sí. Por ello, la misma noción de naturaleza toma aspecto de violencia, de norma impositiva y dictatorial; y un defensor de la validez e irreductibilidad de lo dado se presenta inexcusablemente como un enemigo de la libertad.

El Género quiere creer en un individuo absolutamente causa sui. Ahora bien, o uno es causa de sí mismo desde el principio, o no lo es en absoluto. El ser humano debe “llegar a ser lo que es”, según el corolario de Nietzsche. Así, las normas, los roles asignados y las identidades impuestas lejos de facilitar la tarea, la entorpecen. De ahí la resuelta aplicación de los principios del Género en programas escolares y preescolares. Ante todo, se trata de dejar “florecer” a nuestros niños para que descubran quiénes son, aliviados de las odiosas cargas impositivas que insistimos en asignarles. Pero “la gran ilusión de nuestro tiempo —señala Levet— es pensar que se puede construir lo que sea a partir de nada. No es la libertad, la originalidad, la inventiva de nuestros niños lo que se favorece al amputarlos de todo lo dado y al abandonarlos a sí mismos”. Y un niño abandonado a sí mismo es, ante todo, un niño abandonado.

Levet piensa que, si para poder decir algo debemos ceñirnos a la realidad captada en la experiencia, entonces es necesaria una filosofía que parta desde ella. Levet busca “una réplica que no tome prestados de Dios o de la teología sus argumentos, ni de la neurobiología o de otras ciencias sus motivos”, y recomienda así la fenomenología como filosofía para repensar los “indiscutidos e indiscutibles” postulados del Género. Su marco de referencia es la obra de Hannah Arendt, Maurice Merleau-Ponty y Albert Camus.

En ellos encuentra inspiración para recuperar el rumbo de la dialéctica sexual que hemos tenido desde siempre, y que el Género pretende abolir. Como es lógico, este ensayo no busca detenerse demasiado en ninguno de esos autores, ni tampoco en los pensadores del Género, sino más bien proponer un trayecto filosófico que retome la realidad del cuerpo sexuado. Esta filosofía nos abre al riesgo que hoy corren dimensiones tan fundamentales como la gratitud y la experiencia romántica, y nos recuerda no solo que en la discusión sobre el Género se juega más de lo que pensamos; también nos recuerda la enorme insuficiencia del mero rechazo irreflexivo que tantas veces nos guía.


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