Stratford Caldecott
Brazos Press
Michigan, 2017
160 págs.
En suma, este libro es un erudito y provocador argumento a favor de tres fuerzas:
(1) la unidad de la fe y la razón, la belleza y la verdad, las ciencias y las humanidades,
(2) la recuperación de la educación como búsqueda permanente de la sabiduría, tanto arraigada como eventual, en el culto litúrgico, y
(3) todo ello traspasado por el amor.
Según Caldecott, la primera fuerza sucede si se alían el trivium y el quadrivium medievales (aritmética, geometría, astronomía y música), básicos para una captación y expresión trascendente de la realidad. Como libro armado para profesores y estudiantes norteamericanos, debe provocar una reconsideración de la gran tradición europea; de allí su recuento de la filosofía, partiendo con Pitágoras. Pues si el cosmos posee orden, este es una estructura armónica = numérica = “musical”. Refuerza tal pitagorismo citando al Papa Benedicto XVI: “La fe no puede oponerse a la razón si está en la Segunda Persona de la Trinidad, que es el Verbo, el Logos, en el cual ‘se contienen los arquetipos del orden del mundo’”.
Añade Caldecott: “El Logos mismo es el gran artista, en quien todas las obras de arte –la belleza del universo– se originan”.
Caldecott arguye que:
El “propósito” del quadrivium era prepararnos para contemplar a Dios de una manera ordenada, para deleitarnos en la fuente de toda verdad, belleza y bondad, mientras que el propósito del trívium (gramática, retórica, dialéctica) era prepararnos para el quadrivium. El “propósito” de las artes liberales es, por tanto, purificar el alma, disciplinar la atención para que sea capaz de adorar a Dios; es decir, oración. “Uniendo trívium y quadrivium” todos sus componentes deben tratarse históricamente para que la evolución y consolidación sea apreciada y cuaje sentido. Lo que se busca es que el estudiante adquiera habilidad para pensar, discriminar, hablar y escribir, junto con la habilidad para percibir el principio interior, las relaciones intrínsecas, el logos de la Creación, que la antigua tradición cristiana-pitagórica, comprendió en términos de número y armonía cósmica.
Dado que Dios creó el mundo y Dios Hijo (el Logos) es el autor de su belleza y orden, solo mediante una relación correcta y buscándolos pueden los individuos comprender las profundidades de la belleza en el orden de la naturaleza, en el mundo que los rodea y reconciliar así fe y razón, y unirse a la armonía de la sinfonía del Maestro. Señala que los símbolos de Dios y la Trinidad están en cada una de las disciplinas del quadrivium.
Según Caldecott una mejor educación se lograría uniendo fe y razón con la liturgia como el centro de todo (oración y alabanza agradecida por la vida, junto con el sacrificio de uno mismo). Y concluye que no podemos tener solo fe y razón, sobre todo debe haber amor.
La prosa de Caldecott es un agrado por su claridad, sencillez, ritmo vario y ausencia de ostentación, tanto de ella como de su autor. Estudioso de filosofía, literatura, matemáticas, astronomía y música, logra interrelacionarlos con originalidad, sin perder un ecuánime objetivismo. Todo ese conjunto de propuestas busca persuadirnos a reconocer el valor del trivium y el quadrivium como llaves de captación del universo, para ir de lo visible a lo invisible y, con amor, llegar “al amor que mueve las estrellas” (y que moviera al Dante).
Su invitación a participar de la liturgia no es un mero llamado de católico que quiere conducir almas, es eso, sí, pero es más: nos convida a una “degustación” de la realidad, a un esfuerzo por sensibilizarnos ante lo que nos rodea, a ser artistas místicos y percibir la tácita alabanza con que las cosas de la naturaleza, ríos, montes, mares, tanto como los monjes cantando salmos, celebran a su Creador.
Gran convite, que cada lector o desecha o explora.