El amor inteligente debe estar tejido de corazón y cabeza, pero unidos ambos por el puente de la espiritualidad. Necesita de unos sentimientos con una cierta madurez y al mismo tiempo, la participación de criterios lógico-racionales. El amor auténtico consiste en una pasión inteligente.

Psicología conductista y cognitiva

La vida actual se ha psicologizado. Cualquier análisis de la realidad ofrece un ángulo psicológico. Esto es un componente moderno que no existía hace tan sólo un par de décadas. A todos nos interesa esta materia. De una parte para conocernos mejor y saber dónde están los resortes más importantes de la conducta. Por otra, para facilitarnos las relaciones con los demás, toda vez que la convivencia tiene unas reglas que pasan por saber qué atenerse en el comportamiento interpersonal. En las últimas décadas las publicaciones de psicología se han multiplicado y, con ella, los denominados “libros de autoayuda”.

En las últimas décadas se han desarrollado tres escuelas de gran importancia dentro de la psicología científica. El conductismo por un lado, la psicología cognitiva por otro y entre ambas se ha ido elevando el concepto moderno de aprendizaje, que toma influencias de una y otra. Se superan así las viejas concepciones de la psicología existencialista inspirada en el análisis fenomenológico-existencial que tuvo bastante predicamento hasta los años sesenta. Igualmente, el psicoanálisis ha perdido fuerza hoy tal y como lo concibiera su fundador, Sigmund Freud. De él se ha derivado una serie de escuelas con muchos matices y vertientes diversos.

El principio central sobre el que se basa el conductismo reside en considerar que nuestro comportamiento se mueve mediante relaciones estímulo-respuesta, que nuestra conducta es producto de nuestro condicionamiento. Fue Watson, hacia 1913, el que inició su despliegue, prescindiendo de dos puntos básicos que hasta ese momento habían tenido un relieve decisivo: la conciencia psicológica y la introspección. La persona se puede estudiar igual que el comportamiento animal, siguiendo unas reglas: la observación atenta y cuantificada de lo que se ve hacia fuera, hacia el exterior. La conducta es algo público que puede ser medida, pesada, cuantificada. Por este derrotero se pretendía controlar y predecir lo que un hombre hacer, según el tipo de estímulos a que sea sometido. Llevado esto al tema que nos ocupa, el de la vida de la pareja, quiere decir que sí se controlan las variables que entran en juego en esa comunicación. El conductismo pretendió equiparar la psicología como ciencia, a la física, con unas reglas relativamente bien establecidas. Éste sería el camino para mejorar muchos trastornos psíquicos: desde la falta de entendimiento de una pareja, hasta la tendencia a discutir, pasando por la dificultad para olvidar los agravios recibidos por el otro.

Pero las cosas no han resultado así. Es evidente que esta corriente de pensamiento ha tenido grandes aciertos, pero ha dejado de lado el tema de los procesos mentales, cuya incidencia e importancia es enorme: la conciencia, la introspección y los sentimientos. Sus raíces hay que buscarlas además de Watson, en Pavlov, Poincaré, Comte y posteriormente en Skinner [1].

Éste diseñó el concepto de moldeamiento: mediante el control del binomio premios-castigos se puede regular la conducta. Esto es muy interesante para la vida conyugal, tanto que se podría formular la siguiente afirmación: la clave para que la conducta conyugal sea adecuada descansa sobre la noción de refuerzo, que puede definirse de la siguiente manera: es aquel estímulo que incrementa la probabilidad de una respuesta. Hay refuerzos positivos y negativos: los primeros incrementan las frecuencia de una conducta; por ejemplo, si el marido al llegar a casa después de una jornada de trabajo le da un beso a su mujer y le dice –a pesar del cansancio- alguna palabra agradable, lo más probable es que ella reacciones de forma similar, y si el estímulo inicial del marido se sigue repitiendo en días sucesivos, se vuelve a dar un patrón similar de respuesta. Los segundos, los negativos, son aquellos estímulos que se eliminan después de que se ejecute una respuesta; por ejemplo: si tengo dolor de cabeza, tomo un analgésico y éste desaparece.

Los conceptos centrales del conductismo son: estímulo, respuesta, estímulo condicionado e incondicionado, respuesta condicionada e incondicionada, así con frecuencia, intensidad y duración de una respuesta. Desde esas premisas se dibuja todo el mapa de la conducta, según esta corriente psicológica. El amor de una pareja consiste fundamentalmente en un intercambio de refuerzos positivos, de recompensas actuales. Que los hechos positivos y gratificantes incrementan una mejoría en las relaciones afectivas, es algo de una evidencia notarial, que explica la teoría del refuerzo [2]. Aquí entra de lleno el trabajo del psiquiatra o del psicólogo.

Para la psicología cognitiva nuestro cerebro funciona como un ordenador, que recibe información desde fuera (input), lo que es seguido de un procesamiento de la información, para culminar en una tercera etapa que es la resultante exterior (output). Hay aquí dos conceptos que es necesario matizar: estímulo nominal y funcional; en el primero, éste es igual para cualquier sujeto: una palabra, un gesto, una cara seria, una voz más alta que otra…; en el segundo, ese mensaje está matizado por el atributo que cada uno le da desde su particular circunstancia. Es clave el tratamiento interno que cada persona da a los datos que se van almacenando en ella [3]. Es decir, que así como el ordenador normal se puede definir como un procesador general, ya que es una máquina y no tiene historia, el hombre es un procesador individual y específico, lo que significa que al tener una biografía, adopta distintas formas de archivar según su relación con el entorno próximo y lejano. Cuando una pareja discute por algo trivial, si no tienen cuidado, en vez de centrarse ésta en datos reales y concretos de ese hecho sobre el que han tropezado, tiende a salir información pasada negativa… que no aporta nada nuevo al momento y que va a distorsionar la posibilidad de un diálogo centrado en algo concreto.

Efectos más frecuentes en el procesamiento de la información conyugal

Los principales errores y defectos en el procesamiento de la información conyugal pueden ordenarse como se indica. No hay que olvidar que los principios sobre la organización del material recibido se codifican de diferente manera según las ocasiones y van desde la ordenación espacial, a la asociativa (asociación de ideas, conexión de conceptos similares, redes conceptuales), según la propia jerarquía de cada uno, por semejanza, reticular, etc. Estos errores son los siguientes:

1. Tendencia a distorsionar el pasado: Suele ser bastante frecuente en parejas en conflicto. Pequeños hechos o medianos o de cierta envergadura, son almacenados en el interior de la memoria de forma incorrecta, con cargas pasionales negativas y peyorativas, lo que hace que no se puedan olvidar y esos contenidos estén siempre a punto de aflorar a través de la lista de agravios. En la psicoterapia el trabajo consiste en ayudar a esa persona a hacer otra lectura biográfica, más sana, fría y desapasionada, asumiendo las cargas psíquicas peores, para evitar la neurotización.

2. Generalizaciones excesivas: Elaborar una regla general a través de hechos aislados. “Tú siempre tienes que llevar razón”; “nada mío te gusta”; me corriges siempre que hablo en público”; “lo nuestro no funciona porque no te veo volcado hacia mí”… Hacer ver que esto es un trastorno psicológico, espigando hechos precisos y aquellos que se repiten más habitualmente, es trabajo de psicoterapia específico.

3. Maximización y minimización: Evaluar la significación de hechos y circunstancias magnificando o, al revés, quitándole demasiada importancia. Aprender a valorar los acontecimientos en su cierta y justa medida indica madurez psicológica y una cabeza bien amueblada para enjuiciar lo que sucede.

4. Adelantarse en negativo: Este apartado menciona el mecanismo psicológico de adelantar conclusiones a priori que son arbitrarias y que tienen el sesgo del pesimismo, sin que exista una evidencia rotunda y clara. “Mi marido nunca cambiará, se lo digo yo que lo conozco muy bien”; “la psicoterapia no va con él, él no responderá”; “lo nuestro irá a peor a pesar de que los dos hablemos con usted, doctor”. Está rota la relación estímulo-respuesta por la inferencia de las ideas preconcebidas. Falla el concepto de respuesta.

5. Abstracción selectiva: así como en el apartado anterior se refería a la respuesta, éste alude al estímulo. Consiste en centrarse en un detalle extraído de su contexto, sin tomar en cuenta los pormenores y circunstancias que lo rodean y conceptualizar eso en forma negativa y rotunda. “Una vez me dijiste que yo, al no tener carrera universitaria, nunca llegaría a comprenderte…”, dice la mujer, y comenta el marido: “sí, es cierto, pero te lo dije en un momento de enfado y estaba yo descontrolado y no debes tomármelo en cuenta”. Apostilla ella: “sí, qué fácil es decir ahora que no te diste cuenta, pero hay cosas que no se olvidan y que son muy duras para una mujer con la sensibilidad que yo tengo”. La capacidad del psicólogo o del psiquiatra para corregir esto y situar los papeles en la ubicación precisa, hará ir desmontando estos déficit en la interpretación de los sucesos.

6. Pensamiento dicotómico: La forma de ver la realidad es maniquea: blanco-negro, bueno-malo, encantador-odioso. Se clasifican los criterios sobre las personas y sobre la propia pareja en dos categorías contrarias, opuestas, irreconciliables, antagónicas, imposibles de acercar porque están en polos diametralmente opuestos. La discrepancia está servida. Esto traduce un marcado apasionamiento y escasez de juicio reposado. Y esta forma de manejar el pensamiento se vuelve muy negativa, maniquea en definitiva. Y desde ella es difícil salir hacia delante. Situarse cada uno en la antípodas del otro pone de manifiesto un error de base, al formular posiciones extremas e irreconciliables. A esto le llamamos categorías absolutistas negativas.

Estos seis apartados reflejan falsos esquemas inconscientes desde los cuales se acrecienta la distancia entre los miembros de la pareja. El arte del psicoterapeuta consiste precisamente en hacerles ver este fallo y aproximar las posiciones.

El amor inteligente

El amor inteligente debe estar tejido de corazón y cabeza, pero unidos ambos por el puente de la espiritualidad. Necesita de unos sentimientos con una cierta madurez y al mismo tiempo, la participación de criterios lógico-racionales. El amor auténtico consiste en una pasión inteligente. Para entender mejor las pasiones hay que aplicar la inteligencia como capacidad para discriminar, separar, seleccionar, verse de cerca y de lejos, destacando unos planos en un momento dado y posponiendo otros. Ejercicio de contrastes presidido por un afán de síntesis y evaluación.

El corazón es el símbolo de los sentimientos en prácticamente todas las culturas. Las pasiones van mucho más allá que los cambios hormonales o las alteraciones bioquímicas. Sentimientos y razones: un amor con dos dimensiones, pero que aspira a la participación de la espiritualidad, que ofrece una visión más rica de ese amor [4].

La mujer parece que prefiere al hombre solvente económicamente y los hombres buscan a las más jóvenes y atractivas. La persona superior busca algo más. El amor sufí [5] tuvo en el pensador árabe Ib-el-Arabí un gestor decisivo. De igual modo, el rabino Chiquitilla, nacido en Medinaceli, escribió un precioso libro titulado El misterio de la unión de David y Betsabé, en el que nos cuenta la leyenda de la búsqueda eterna de nuestra alma pareja, como camino para alcanzar la perfección [6]. Esta fascinación amorosa, para que se haga consistente y sólida necesita ascender a planos donde la razón fría está mezclada con emociones bien estructuradas, en donde esa relación personal busca el bien del otro.

¿Qué debemos entender aquí por espiritualidad? La capacidad para mirar más allá de lo que se ve y se toca. Perspectiva que amplía el horizonte, lo dilata y ayuda a captar otros ángulos más sublimes, pero menos accesibles por el camino escueto de los argumentos. El pensamiento europeo tiene este expresado en tres grandes libros, que recorren nuestra cultura y le dan peso y medida. Son el Corán para los árabes, el Pentateuco para los judíos y el Evangelio para los cristianos. Ahí encontramos las mejores respuestas sobre cómo debe ser entendido el amor trascendente. Hay algunos textos que pueden ser añadidos a éstos. Así, en el Talmud hebreo hay una sentencia que dice:

“El hombre fuerte es el que gobierna sus pasiones; El hombre honrado es el que trata a todos con dignidad; Y el hombre sabio, aprende de todos con amor”.

También en el Zohar o también llamado libro del esplendor, el judío puede beber en unas fuentes claras, en donde hay pensamientos excelentes que hacen al ser humano aspirar a lo mejor [7].

San Juan de la Cruz lo dice de forma excelsa en sus Canciones entre el alma y el esposo:

En la interior bodega De mi amado bebí y cuando salía, Por toda aquesta vega. Ya cosa no sabía. Y el ganado perdí que antes seguía. 

Y otro trozo espléndido que refleja bien a las claras, pero con poesía universal, la fenomenología sentimental:

Mira que la dolencia
De amor, que no se cura
Sino con la presencia y la figura.

Quedéme y olvidéme,
El rostro recliné sobre el amado;
Cesó todo y dejéme,
Dejando mi cuidado
Entre las azucenas olvidado.

El allí me enseñarás significa conocer la sabiduría y la ciencia del amor, en donde una persona se transforma en la otra, pero transida de visión sobrenatural. Uno se cambia mediante esa nueva óptica en un ser amoroso, capaz de perdonar [8], de aceptar, asumir, corregirse, volver a empezar. La espiritualidad le da otra perspectiva al amor. Lo llena de capacidad de sacrificio y se apoya en los grandes ejemplos judeo-cristianos. Erich Fromm en El arte de amar dice que el hombre tiene miedo a amar por el pánico a no ser correspondido. El amor inteligente es tridimensional. Las columnas que lo sostienen son el sentimiento maduro y la razón ecuánime. Por encima y por debajo: el idealismo de la finura educada en la mirada sobrenatural, que pone desinterés, nobleza y romanticismo. Un amor hecho con materiales aristocráticos, distinguidos, ilustres. Es difícil de derribar y se hace compacto con el paso del tiempo, como una ciudad medieval amurallada.

Amor y espiritualidad

Sin espiritualidad el amor conyugal es difícil que se mantenga. Es elevarlo de nivel y transitarlo de lo natural a lo sobrenatural. Lo físico tiende a pasar y a degradarse en alguna medida. Con lo espiritual sucede justamente lo contrario: ayuda a superar las flaquezas personales y suaviza el desgaste de la convivencia. Si amar es querer envejecer juntos, hay que procurar las tres dimensiones. Ahí se convocan los tres grandes amores clásicos: de benevolencia, de concupiscencia y de amistad. El primero tiene en el desinterés y en la búsqueda del bien del otro su primera propuesta, pensando más en el otro y menos en sí mismo. Es el amor más puro. Gozar viendo al otro disfrutando y saboreando lo bueno de la vida. Te deseo lo mejor. Sentimientos complacientes, generosos, en donde uno se olvida de sí mismo para volcarse en el otro: amor magnánimo, amable, desprendido, noble, en donde la educación complaciente se hace dócil. Sería como decirle a la otra persona: guardo las formas contigo como cuando éramos novios, me esmero por tratarte como lo que quiero que seas para mí, apoyo y descanso [9]. Hay que avanzar en esa línea mediante esbozos, tanteos, aprendizajes y por supuesto, la ilusión de llegar a formar una pareja bien conjugada, armónica. El amor consiste en un proyecto compartido de generosidad, donde cada vida intenta alumbrar a la otra. Pensar y ocuparse más del otro. La felicidad propia pasa por delante de la otra persona. Pasaje obligado que engrandece el verdadero amor. Ahí descansa la grandeza del amor conyugal y al mismo tiempo, también su dificultad. Esto debe quedar muy claro, porque las palabras adornan los hechos, pero la realidad tiene un fondo riguroso y notarial. Amor compartido benevolente que es capaz de crear en nosotros. El otro no como objeto de placer, sino como propósito de amor de calidad. Reciprocidad verdadera en donde uno apuesta por el otro y le dice que va a esforzarse por darle lo mejor que tiene. Es un amor moral, porque destila el arte de vivir con dignidad, usando la libertad del mejor modo. Éste era el punto a donde quería llegar.

Frente a la física del amor se eleva la metafísica: escuela de perfección bilateral, vinculada y subordinada a la alegría, al gozo y al sufrimiento compartidos.

El amor de concupiscencia tiene el deseo sexual y en la atracción física su expresión más patente. Y tiene que ser así. Una atracción psicológica que no se acompañara de la física, estaría quebrada, sería incompleta y por tanto, no conduciría a la creación de un nosotros. La tendencia sexual pertenece a la esencia misma del amor humano. El impulso sexual se materializa del mejor modo a través del amor auténtico [10]. No se reduce a la satisfacción de las tendencias biológicas, sino que engloba también a la psicológica y a las espirituales. Tiene, en el momento del acto sexual, la presidencia del ímpetu instintivo, pero dirigido a la persona, no a su cuerpo.

En la conciencia psicológica de ese sujeto hay una idea clara: no se queda sólo en el mero goce, no se agota ahí, sino que va más allá, apunta hacia una cierta excelencia. Por eso, para que un amor sea verdadero, la persona tiene que buscar el bien del otro, no instrumentalizarlo; si no, se convertirá en una relación egoísta, que puede ser calificada de amor, pero que está muy lejos de su hondo significado. Hay ahí una frontera sedosa y lábil que si no se cuida, a la larga esas relaciones tienen un final desgraciado. Cuando esas personas se miran a la cara, de tú a tú, descubren la falsedad del fondo, aunque quieran con las palabras cambiar los hechos.

El ser humano es capaz de mentirse a sí mismo, pero en todas las biografías emergen momentos de sinceridad, que se ponen de pie y ponen sobre la mesa la verdad íntima que anida en esas personas.

En tales situaciones el hombre que no quiere meterse en esa exploración personal, huye, se aleja, se sumerge en otras aguas y mediante este mecanismo de evasión evita enfrentarse con su realidad. En otras ocasiones flotan argumentos estadísticos, que apagan cualquier rectificación. Pero otras veces, la respuesta es dolorosa y la herida invita a cambiar, a rectificar, a tratarse a sí mismo y al otro como seres humanos. Hay, en ese continuum, un trasiego de posibilidades diversas.

La benevolencia es desinterés y completitud; la concupiscencia, impulso sexual; mientras que la amistad es confidencia, camaradería y complicidad. La amistad a secas es un amor sin sexo hecho de donación e intimidad. Pero en este tercer distrito hay una comunicación entrañable que es capaz de superar el propio yo, para construir un nosotros. Mediante él la naturaleza humana se realiza en su mejor modo y se perfecciona. De este modo se capta realmente que la sexualidad no da noticia del ser humano sólo por lo puramente físico, sino que tiene una honda huella psicológica y espiritual. Así se transita de la cultura de las cosas a la cultura de las personas. El otro deja de ser utilizado como cosa, como objeto para convertirse en persona, en ser humano de carne y hueso con toda la grandeza del mundo. Encuentro personal, privado, íntimo, secreto, misterioso. El amor personal integra a todo el individuo y lo capacita para vivir en la verdad de uno mismo y del nosotros. Con todas las limitaciones que se quiera, pero lleno de sentido.

Metafísica del amor

Yo la definiría como aquella operación psicológica que consigue que la relación entre dos personas vaya más allá de la experiencia personal compartida. Reconocer y profundizar en lo que hay de más alto y perfecto en los sentimientos. Elevarse por encima de los hechos objetivos, buscando lo eterno, lo perenne, aquello que se perpetúa por encima de los mil vaivenes que tiene la vida conyugal. La metafísica del amor persigue la trascendencia. Y ella se dirige como en una baliza hacia la espiritualidad. El amor espiritual tiene voz propia en el pensamiento musulmán, judío y cristiano. Son tres formas de captarlo. Para el mundo occidental la tradición judeo-cristiana tiene sus dos máximos exponentes. Vivirlo de acuerdo con unos principios que lo hacen más sólido y firme. Frente a las oleadas del postmodernismo que relativizan cualquier amor y lo hacen transeúnte, la espiritualidad descubre su grandeza y, también, sus exigencias.

Hay un texto del Evangelio que es aleccionador en este sentido: “Todo el que viene a mí y escucha mis palabras y las pone en práctica, os diré a quién es semejante. Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó muy hondo (fodit in altum) y puso los cimientos sobre la roca (et posuit fundamentum supra petram). Al venir una inundación, el río irrumpió contra aquella casa y no pudo derribarla porque estaba bien edificada. El que escucha y no pone en práctica es semejante a un hombre que edificó su casa sobre tierra sin cimientos; irrumpió contra ellos el río y se cayó enseguida y fue grande la ruina de aquella casa” (Lc 6,46). La expresión latina tiene toda su fuerza en la frase fodit in altum: cavar profundamente, buscando echar raíces que se metan en las entrañas de la tierra, para que el edificio afectivo quede bien clavado.

Detrás de la trascendencia tejida de espiritualidad se descubre a Dios. Para el creyente, esta travesía es un itinerario de perfección, a pesar de las limitaciones propias de la condición humana. Hay una ilusión de llegar algún día a esa cima, en donde el amor humano se hace divino y viceversa. Yo me topo por esos senderos con el mejor amor. Lo humano y lo divino se entrecruzan [11].

El amor se transforma en complicidad: compañerismo. Se mantiene la pasión y la ternura; se cuidan también la admiración y el intentar no defraudar al otro. Se muestran los lados positivo y negativo de la convivencia, pero tratando de corregir lo que interfiere el normal funcionamiento de la pareja.

Porque la vida es ser, no tener. Y el ser humano es una extraña sed, que busca algo auténtico que lo sacie. Para un psicoanalista la hermenéutica de esto es fácil: provenimos del medio líquido, que es el seno de nuestra madre. Buscamos retornar a ese clima. Es como pretender una armonía interior. La felicidad es estar en paz con uno mismo o tener unas ciertas dosis de serenidad, que dan un temple positivo a la existencia. Pero la paz tiene una raíz muy clara en este contexto: ser fiel a uno mismo y a la otra persona. Lo mío y lo de la otra persona. Las cosas no dan la felicidad, sino saber organizar bien la vida personal, en especial lo afectivo y lo profesional.

Stendhal en Ernestina o el nacimiento del amor nos recuerda que el amor se centra en el deseo y en la no realización del deseo. Necesita cercanía y distancia. El objeto deseado debe estar envuelto en misterio y lejanía, intimidad y retiro, algo reservado y abierto a la vez. Juegos de aproximación y distancia. Es esencial separar el bien del placer; vivir con toda su extensión el primero y asumir la naturaleza del segundo.

Porque el misterio en el amor tiene una enorme importancia: capacidad para soñar, sabiendo que su realidad limita. Por ejemplo: el sexo a la carta suele tener poco misterio y un exceso de pasión. También este campo de las relaciones íntimas tiene que verse envuelto por ese halo anigmático y cuidadoso. Ingeniería del trato y del contacto personal. El viejo aforismo “donde hay confianza da asco”, estaría justamente en el otro extremo. Buscar siempre el mejor comportamiento es convertir el amor diario ordinario, en algo metafísico y extraordinario. Suena a excesivo. Y lo es en algún sentido, es cierto, pero muchos hacen eso en el campo profesional por ascender unos peldaños y encaramarse hacia una posición en el trabajo más positiva y ventajosa. ¿No se va a intentar hacer lo mismo en el ámbito de la vida matrimonial? Ésta es para mí la enorme sorpresa. Y queda justificada para muchos por el materialismo que a la larga se ha ido apoderando de todo lo relacionado con la vida de la pareja.

Las cosas pequeñas positivas y el trato delicado, son el combustible que hay que quemar para que arda con cierto vigor el amor conyugal. Así el fuego se aviva y su brillo ilumina esas dos vidas, con sus posibilidades y limitaciones. Por ahí deambula la espiritualidad comprometida. Aquella que se alarga más allá de la pura teoría.

Eso también lo vemos con fuerza en la Torah judía. Los cinco libros que integran el Pentateuco ofrecen también normas para llevar mejor el matrimonio. Los judíos ortodoxos rezan dos veces al día la Shemá, tres pasajes que recuerdan el sentido de la vida y del amor. Dos pertenecen al Deuteronomio (6,4-9, 13-21), el otro al Libro de los Números (15, 37-41). Y advierte del peligro de tomar las manifestaciones externas de devoción como un sustitutivo de la devoción interior. Igualmente en el Sefer Yetzirah, también llamado El libro de la creación, que es el libro más antiguo y misterioso de los textos cabalísticos. En él podemos encontrar pasajes de excelente talla sobre el matrimonio [12].

El matrimonio y la familia forman un continuum estrechamente relacionado.

El valor del hogar es decisivo. Los padres, además de darse amor el uno al otro, tienen por delante la excelente tarea de educar a los hijos en lo mejor, trabajo clave, verdadera orfebrería pedagógica. Ellos son los encargados de llevar a cabo la educación sexual, que no es otra cosa uqe enseñarles el valor de los sentimientos y su orientación más adecuada.

Presentar el sexo y los sentimientos como un acto pasajero, circunstancial, sin consecuencias ni responsabilidad, es degradarlo, cosificarlo, convertirlo en algo simplemente trivial, de usar y tirar. La banalización del sexo y su reducción a lo meramente genital es un síntoma de inmadurez e incultura.

Estamos viviendo en las últimas décadas en todo el mundo (la aldea global de Mc Luhan) una disminución general de la cultura a favor de las informaciones de la televisión sobre todo y de las publicaciones tipo revistas, en sus más diversas fórmulas. Pero también la cultura llega al amor y lo enriquece y mejora. He comentado ya en otras páginas que es patético el analfabetismo sentimental en el que estamos inmersos, a lo que se añade la ceremonia confusa y pertinaz de las revistas del corazón, que una y otra vez alientan al brujuleo interesante de noticias frescas de rupturas, enlaces, enganches y salidas de la pista, que rompen la monotonía de los días y nos traen ese aire fresco de la novedad. Parece como si esas novedades nos sacaran de un cierto letargo y nos dieran alas para posarnos sobre la realidad de los acontecimientos y expresar, al filo de esas uniones caleidoscópicas, lo que opinamos sobre el asunto y cómo haríamos en cada caso.

La sexualidad como encuentro personal

Cuando la relación sexual es tan sólo contacto entre dos cuerpos que buscan el placer, no se puede hablar entonces de un auténtico encuentro personal, presidido por la afectividad. Será ésa una relación anónima, preindividual, que no apunta hacia la plenitud y al crecimiento de ambos, sino que se sumerge en la bóveda de la voluptuosidad dionisíaca de las sensaciones. A la larga, si ese contacto se mantiene, irá distanciando a esas dos personas, que se verán desnudas no sólo físicamente, sino sobre todo en sus formas de ser, quedando al descubierto la pobreza psicológica y espiritual de los dos.

En el animal el instinto sexual lleva a la búsqueda del placer por encima de todo. En el ser humano maduro deberán existir otras motivaciones más profundas, que sean capaces de dirigir y encauzar las pulsiones sexuales hacia la mejor configuración de uno mismo. Por eso, podemos afirmar que el animal se mueve regido por los instintos, mientras que el hombre posee tendencias que puede gobernar con su inteligencia y voluntad. Las diferencias son muy claras. Pero en una sociedad erotizada, que ha hecho del sexo un comercio estandarizado, lo sitúa a éste en un plano de igualdad con el animal, degradando la sexualidad a mero enlace corporal descomprometido, regido tan sólo por esas dos variables hoy en boga: hedonismo y permisividad, placer y campo abierto de experiencias cada vez más atrevidas: por esos derroteros muchas vidas se pierden en una nebulosa sin brújula, donde todo va a la deriva.

Tal es el caso de esos libros que exaltan el placer por sí mismo, sin más. Haroum Al-Makhzoumí en su libro Las fuentes del placer viene a ofrecernos una especie de Kamasutra árabe: buscar el máximo placer posible y ascender a la cima eroticosexual. Ésa es la aventura. En esas pasiones suele el hombre perderse a sí mismo, olvidarse de que es humano. No reparar en que la mujer es sobre todo un ser afectivo, que reclama ternura y consideración. La subida a esas cumbres del placer no llevará al hombre a la felicidad, que siempre es alegría consigo mismo por el esfuerzo personal en sacar lo mejor que tiene dentro de sí, poniéndolo al servicio de otra persona para hacerla feliz y por extensión, de la sociedad en la que vive, ayudándola a que alcance el mejor progreso posible.

Kamasutra fue escrito por Vatsyayana en el siglo V y consiste en un catálogo de posturas y de técnicas y preparaciones para la relación sexual. En él se utilizan símbolos que pretenden explicar la importancia de vivir el placer: el enlace de las lianas, la brisa que mece los árboles frondosos, el abrazo de la vegetación exuberante. La mujer es citada a perseguir el gozo al precio que sea. Y éste es el planteamiento de fondo de este tratado.

¿Consiste la felicidad fundamentalmente en el placer? En otra parte nos hemos ocupado con detalle de esa cuestión. Pero ahora podemos decir, aunque sea muy someramente, que reducir la felicidad al placer, es tener del hombre una visión estrecha, con escasas perspectivas y a la vez, olvidarse de su grandeza y de su destino. El hombre es un ser sediento de amor. Eso es lo que busca a toda costa. Aunque muchas veces se conforme con sucedáneos.

En la mitología griega Eros es el dios del amor. Emerge después del Caos primitivo. Gracias a él se unen la Noche y el Día, llegando a ser una de las fuerzas fundamentales de la tierra, que asegura la continuidad de las especies. En el mundo romano se le asimilaba al dios Cupido. Platón en su libro El Banquete explica su nacimiento, hijo de Poros (el Recurso) y Penia (la Pobreza), intermediario entre los dioses y los hombre. Es siempre una fuerza insatisfecha que consigue lo que se propone. En la época alejandrina es representado como un niño alado que lleva una antorcha, y en su espalda flechas con las que inflama los corazones. En épocas más tardías aparece en formas escultóricas dedicado a juegos infantiles, inocentes, aunque es un dios poderoso, capaz de producir heridas difíciles de curar.

Para los griegos Afrodita es la diosa de la belleza, del amor y del matrimonio. Es un mito de procedencia oriental. Y simboliza el atractivo sexual que conduce al placer. Fue considerada como un principio disolvente, menos arraigado que el sentimiento. Afrodita despierta con su belleza la discordia de los dioses, infundiendo amores y pretensiones amorosas.

En el placer se vive una experiencia de expansión del cuerpo, como de dilatación, como si sus límites se ampliaran estirándose al máximo. Hombre y mujer vibran físicamente. Pero la unión va más allá. Éxtasis deleitoso y embriagador. Es el clímax sexual. Decir que la sexualidad es la única participante sería ver sólo una vertiente del acto sexual. Cuando no se es capaz de captar los otros planos, pueden iniciarse con el tiempo desajustes en la relación íntima y a la vez, una degradación que la termina convirtiendo en algo puramente físico, carnal, del cuerpo, dándole la espalda a otros ingredientes decisivos.

La sexualidad no es algo externo, sino que incide en el núcleo más íntimo de la persona, de ahí la necesidad de que el tema sea abordado con esa triple visión: física, psicológica y espiritual. Así la relación de pareja se hace encuentro de personas y no de cuerpos. Y todo cobra un relieve nuevo.

El cuerpo es un vehículo de amor. Y en el acto sexual lo es también apasionado y sosegado, lleno de emoción y sereno. Por eso la relación sexual es tan comprometida: implica, vincula, une y por supuesto, responsabiliza. En el sexo sin amor no hay responsabilidad, sino simple juego divertido con el cuerpo del otro, como cosa. En el amor sólido se ensamblan amor y responsabilidad. Así se alcanza esa pretensión excelsa: integrar la sexualidad en la persona. Cuando el amor deja de ser auténtico para hacerse egoísta e impersonal, la primera víctima del mismo es la persona y en consecuencia, esa pareja, cuya vulnerabilidad se hace cada vez más patente. Es un sexo que se vuelve mentira y que niega lo mejor del hombre. A la larga, se desliza hacia la esclavitud y se va a colar por algún vericueto que le lleva a ser prisionero de una tiranía despótica cada vez más distante del amor real, puro, genuino, verdadero.


NOTAS 

[1] Skinner en su obra Walden Two creía que se podía encontrar la felicidad siguiendo estos principios, haciendo que la gente mejorara su forma de funcionar. En este libro se pueden ver, junto a elementos científicos bien definidos, visiones demasiado simplistas, que recuerdan al libro de Aldous Huxley, Un mundo feliz, o 1984 de Orwell. Son tres libros conductistas.
[2] La premisa de toda terapia cognitiva es ésta: descubrir errores y distorsiones en la atribución de estímulos externos, internos y biográficos. A eso se llama hábito de deformar: torcer, arquear, deteriorar y rizar lo recibido.
[3] Toda terapia conductista conyugal está orientada a favorecer en positivo la tupida red de aprendizajes positivos con el otro. El aumento de los refuerzos positivos de hechos, lenguaje verbal y no verbal. La ciencia de las relaciones conyugales tiene aquí un fuerte bastión, que se completamente con la psicología cognitiva. La complejidad de estos intercambios tiene un puente, que es el arte de saber almacenar y codificar de forma correcta las cosas que el otro hace, dice o expresa con sus gestos.
[4] Es curioso que la mayoría de las agencias matrimoniales buscan este equilibrio como reclamo de sus clientes. Razonable intercambio de vertientes que se adentran la una en la otra. Hoy falta espiritualidad y las consecuencias de ello las tenemos ya sobre la mesa: el materialismo en los sentimientos ha llegado a un cierto reduccionismo de pensar, en que casi todo es sexo. Niego la premisa mayor. ¿Por qué?: porque los hechos estadísticos me dan la razón. Los amores trascendentes tienen una permanencia demostrada.
[5] También culto al amor distante y sobreestimación de la dama escogida.
[6] Incluso los agnósticos más recalcitrantes se dan cuenta que el amor debe tener otra dimensión. Los amores planos, sin verticalidad, sin preocupación por los demás, terminan en el solipsismo de una egolatría más o menos camuflada. En los últimos días de su vida, Mitterrand le contaba a Elie Wiesel, judío practicante, el efecto que le había hecho leer el libro Historia de un alma de Teresa de Lisieux, porque “esa mujer sabía lo que era el amor de verdad, como lo más auténtico que hay en el hombre, la espiritualidad”.
[7] Julián Marías en su libro Tratado de lo mejor (Alianza Ed. Madrid, 1995), dice que la desorientación moral de nuestra época conduce a no saber a qué atenerse, porque todo es discutible. Yo, en mi libro El hombre light (Ed. Temas de Hoy. Madrid, 1997) he hablado de los dos grandes disolventes de la conducta moral: el hedonismo y el relativismo. Se desdibuja el horizonte de las normas éticas y se aterriza en sus dos descendientes más directos: permisividad y materialismo. Con ellos al lado no se puede llegar muy lejos en la estabilidad conyugal. Hay que pasar del utilitarismo humano (en donde lo sexual es mercancía de trato) a la cultura del amor responsable. No hay libertad sin responsabilidad. El amor y la sexualidad miran a la zona más íntima de la persona, la respetan y favorecen su mejor edificación.
[8] Ser el primero en perdonar. Adelantarse para ir en busca del otro. Esa actitud rezuma trascendencia. Perdonar, palabra mágica, que sana. Cuidar el amor requiere una actitud positiva y una atención de arqueólogo. A la larga es una gran inversión. El perdón es uno de los más grandes actos de amor que existen: darlo y recibirlo; ida y vuelta; suma y resta; donación y aceptación de los propios fallos y limitaciones.
[9] Quizá alguno se sonría al leer estas expresiones. Sabe muy poco de lo que es el verdadero amor, el que va a él casi sin ideales, entrando en una especie de pragmatismo racionalista, con un fondo escéptico. Recomiendo a esos tales abstenerse de sumergirse en la vida conyugal, ya que su pronóstico de estabilidad y duración será escaso. León Tolstoi en su libro La novela del matrimonio (Ed. Del Bronce. Madrid, 1996), llena de recursos estilísticos, sitúa a la boda de los protagonistas como el comienzo de la verdad de cada uno. Tiene un fino tacto en la descripción magistral de los matices afectivos. Uno y otro van descubriendo cómo hay que entenderse, abriéndose paso el uno en el otro, a través de la comprensión, el diálogo y el juego de cesiones recíprocas.
[10] Existe una diferencia, siguiendo estos términos clásicos, ente el amor de concupiscencia y la concupiscencia misma. En la primera se busca a la otra persona y se la trata como a tal, hay un encuentro misterioso, repleto de grandeza y entrega, donde uno queda comprometido. En el segundo, la pasión sexual pide paso y si no se la sabe encauzar bien, sólo busca al otro para apagar su sed de sexualidad: carácter utilitario, usar al otro. La erotización y sexualización de la televisión especialmente y del cine, tienden a animalizar al hombre. Sexo sin amor a todas horas. Camino seguro para no entender, después, nada de nada de lo que realmente es el amor verdadero. Esto proyecta una cierta luz sobre la degradación del primer medio y comunicación social, con sus tres grandes temas: la grosería del sexo por doquier, la violencia y los shows epidémicos que atontan y narcotizan. El propósito de la eficacia y del ganar audiencia llevan a consumir y le dan sal gorda y mercancías sin valor.
[11] Hay una pregunta que me hago de las parejas jóvenes: una vez casados, ¿quién va a seguir siendo el novio? La magia, la fantasía, el saber sorprender al otro con algo agradable, el cultivo de la ternura y los mejores modales, pero para eso tiene uno que estar bien consigo mismo o tener un cierto equilibrio personal. Un amor con esperanza. De él se puede esperar lo mejor. La esperanza es la victoria sobre el pesimismo. Igual que la verdadera filosofía se reduce al arte de pensar, el amor auténtico le da sentido a la vida y tiene sabor imperecedero, capaz de sortear las dificultades de la convivencia por complicada que ésta sea.
[12] La tradición antigua atribuye este libro al patriarca Abraham. Textos cabalísticos como el Zohar (también llamado Libro del esplendor) y Raziel, apuntan hacia esa autoría. A los interesados en estas líneas les recomiendo de Elie Wiesel, Célébration talmudique: portraits et légendes (Ed. Seuil. París, 1991), y de Shimon Halevi, La Cábala (Ed. Debate. Madrid, 1994).

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