El amor es una de esas palabras cargadas de los más variados sentidos. Acometerla con un cierto rigor no es tarea fácil. De ella existe un auténtico abuso. En ella se dan cita un conjunto de significados que es preciso matizar. Hay razones de peso para abandonar la tarea, sobre todo si echamos una mirada a nuestro alrededor y vemos cómo es tratada en los grandes medios de comunicación social.
El amor es una de esas palabras cargadas de los más variados sentidos. Acometerla con un cierto rigor no es tarea fácil. De ella existe un auténtico abuso. En ella se dan cita un conjunto de significados que es preciso matizar. Hay razones de peso para abandonar la tarea, sobre todo si echamos una mirada a nuestro alrededor y vemos cómo es tratada en los grandes medios de comunicación social. El uso, abuso, falsificación, manipulación, adulteración y cosificación del término amor, ha ido conduciendo a una cierta ceremonia de desconcierto. Sinfonía léxica desorientada que forma una tupida red de contradicciones.
Tener las ideas poco claras en algo tan primordial como esto, es a la larga dramático y se paga con creces a la hora de la verdad. Desde la expresión francesa de hacer el amor, para referirnos a las relaciones sexuales, pasando por aquella otra de unidos sentí-mentalmente cuando alguien inicia una nueva andadura, hasta llegar a la de nueva compañera afectiva, se mezclan hechos, conceptos, intenciones. Pero hay bastante trivialización en todo ello.
Durante décadas Occidente se ha preocupado al máximo por la educación intelectual y sus rendimientos. Pero el descuido en lo afectivo ha sido mayúsculo. A mí me parece que la mejor fórmula es buscar un amor inteligente, que decide integrar en la misma operación ambas esferas psicológicas: sentimientos y razones dándose luz recíprocamente. Algunos amores cuando llegan suelen ser bastantes ciegos y cuando se van, demasiado lúcidos. Para que esto no ocurra hay que adentrarse en el estado de la cuestión, poniendo orden en la frondosidad de esta jungla terminológica. Aquí la ignorancia o la confusión va ser dramática. Lo está siendo ya en estos momentos. Hay muchos tipos de amor, pero todos hilvanados por el mismo hilo que los enlaza. Decirle a alguien te amo, no es lo mismo que pensar te deseo o me siento atraído por ti. Sucesión de secuencias próximas y lejanas. Variedad de fenómenos, que van desde el enamoramiento, al amor ya establecido y de ahí a la convivencia. Trayecto clave, decisivo, terminante: de lo carismático a lo institucional. Transitamos de la sorpresa que es descubrir e irse enamorando, para alcanzar una fórmula estable, duradera y persistente. Unas y otras engendran diversos estados de ánimo: sentirse absorbido, estar encantado, dudar, tener celos, desear físicamente, percibir las dificultades de entendimiento, decepcionarse, volverse a entusiasmar. Las fronteras entre unas y otras son movedizas. Cuando el animal tiene lo que necesita, se calma y deja de necesitar. El hombre es un animal en permanente descontento. Siempre quiere más. Por eso, el conocimiento de lo que es el amor le va llevando hacia lo mejor. Tira, empuja, se ve arrastrado por su fuerza y su belleza. Su menesterosidad es biográfica. El amor es lo más importante de la vida, su principal guión. Lo expresaría de forma más rotunda: yo necesito a alguien para compartir mi existencia. Algo frente a alguien. Pero vuelvo al origen del vocablo.
Amor deriva etimológicamente del latín amor - oris y también procede de amare, por un lado y caritas por otro. Amare es tomado del término etrusco amino: “genio de amor” y se aplica indistintamente a los animales y a los hombres, ya que tiene un significado muy amplio; quiere decir “amar por inclinación, por simpatía”, pues nace de un movimiento interior. Su contrario es odi = odiar.
Cupido es el dios del amor en la concepción latina. Deriva de cúpere = desear con ansia, con pasión; también de cupidus = ansioso. Cupido es la personificación del amor.
El griego tiene la expresión Epws = eros, que era considerado el Dios del amor en el mundo antiguo. La raíz de Epws es erdh (del indoeuropeo): significa profundo, oscuro, misterioso, sombrío, abismal, subterráneo. Este significado primitivo se mantiene en “Erda”, personaje sombrío y misterioso de la obra de Wagner, El oro del Rhin.
En el mito griego, Epws tuvo originariamente una tremenda fuerza, capaz de unir los elementos constitutivos del mundo. Posteriormente el mito de Eros se restringió al mundo humano, significando la unión de los sexos. Se le representa plásticamente como un niño alado (rapidez) provisto de flechas.
Del eros griego pasamos al ágape cristiano: convivir, compartir la vida con el amado. Ambas nos introducen en la psicología y la ética del amor. A pesar de esta variedad de concepciones, hay en el amor algo esencial y común en todos ellos: la inclinación, la tendencia a adherirse a algo bueno, tanto presente como ausente.
El amor es universalizado con palabras de absoluta resonancia: love en inglés, amour en francés, amore en italiano y Liebe en alemán, aunque este último idioma utiliza también la expresión Minne en el lenguaje vulgar, hoy de menos actualidad.
El perímetro del vocablo amor muestra una gran riqueza en castellano: querer, cariño, estima, predilección, enamoramiento, propensión, entusiasmo, arrebato, fervor, admiración, efusión, reverencia… En todas hay algo que se repite como una constante: tendencia basada en la elección hacia algo, que nos hace desear su compañía y su bien. Esta dimensión de tender hacia algo no es otra cosa que predilección: preferir, seleccionar, escoger entre muchas cosas una que es válida para esa persona.
Hay una diferencia que quiero subrayar ahora, la que se establece entre conocimiento y amor. El primero entraña la posesión intelectual mediante el estudio y análisis de sus componentes e intimidad. Por el segundo se tiende a la posesión real de aquello que se ama en el sentido de unirse de una forma auténtica y tangible. Amor y conocimiento son dos formas supremas de trascendencia, de superación de la mera individualidad que presupone el deseo de unión. La fórmula clásica tiene aquí toda la seguridad del mundo: no se puede amar lo que no se conoce. A medida que uno se adentra en el interior de otra persona y lo va descubriendo, se puede producir la atracción. La intimidad y sus recodos es un fértil campo de atracción magnética, que empuja al enamoramiento. Aprender a amar con la razón es recuperarse del primer deslumbramiento y otear el horizonte. Que no ocurra aquello de que deslumbra sin iluminar. El sentimentalismo puro ha pasado a la historia, lo mismo que el racionalismo a ultranza. Uno y otro tienen que entender y superar sus diferencias. Están condenados a convivir y deben llevarse bien. La educación occidental ha privilegiado la razón abstracta, como único camino para llegar lo más lejos posible, desdeñando la parcela afectiva. Ese modelo ha sido erróneo y ha traído grandes fracasos.
Realidades a las que podemos amar
El amor es una complicada realidad que hace referencia a múltiples objetos o aspectos de la vida. Podrían quedar ordenados del siguiente modo:
1. Relación de amistad o simpatía que se produce hacia otra persona; ésta ha de ser de cierta intensidad, lo que supone un determinado nivel de entendimiento ideológico y funcional. El amor de amistad es uno de los mejores regalos de la vida, gracias a él podemos percibir la relación humana como próxima, cercana, llena de comprensión. Laín Entralgo la ha definido “como una peculiar relación amorosa que implica la donación de sí mismo y la confidencia: la amistad queda psicológicamente constituida por la sucesión de los actos de benevolencia, beneficencia y confidencia que dan su materia propia a la comunicación”. Vázquez de Prada en su Estudio sobre la amistad nos trae algunos ejemplos históricos: David y Jonatán, Cicerón y Atico, Goethe y Schiller; en todos ellos hay intimidad, confidencia, franqueza: porque la amistad es siempre vinculación amorosa.
2. Amplísima gama de relaciones interpersonales: amor de los padres a los hijos y viceversa; amor a los familiares, a los vecinos, a los compañeros de trabajo, etc. En cada una de ellas la vibración amorosa será de intensidad distinta, según la cercanía o alejamiento que exista de la misma.
Referido a cosas u objetos inanimados: amor a los muebles antiguos, al arte medieval, al Renacimiento, a la literatura del Romanticismo, etc.
3. El amor puede hacer mención también a temas ideales: amor a la justicia, al derecho, al bien, a la verdad, al orden, al rigor metodológico, etc. Aquí la palabra amor es más que nada una forma de hablar, aunque implica inclinación.
4. También puede referirse a actividades o formas de vida: amor a la tradición, a la vida en contacto con la naturaleza, al trabajo bien hecho, amor a la riqueza, a las formas y estilos de vida clásicos, etc. Sobre gustos hay muchas cosas escritas: cada una refleja una forma preferente de instalación en la realiad.
5. Un apartado fundamental es el dedicado al amor al prójimo, entendido éste en su sentido etimológico y literal: a las personas que están cerca de nosotros y por tanto, al hecho de ser hombre, con todo lo que ello trae consigo.
6. Un apartado con luz propia es el que se refiere al amor entre dos personas. El análisis del mismo nos ayuda a comprender y a clarificar el resto de usos amorosos. Es tal la grandeza, la riqueza de matices y la profundidad del amor humano, que nos revela las cualidades de cualquier otro tipo de amor.
Es ésta una vía de conocimiento primordial, ya que vibra toda la temática personal, que va desde lo físico a lo psicológico, pasando por lo espiritual y cultural. Sus entresijos y recovecos suelen ser interminables.
El enamoramiento tiene que ser el obligado punto de partida. El centro de la rueda desde donde parten los radios que harán que el carro funcione. Luego vendrán las dificultades de la travesía, pero ésa es ya la historia normal de cualquier recorrido. Francesco Alberoni en su libro Te amo (1996) habla del estado naciente, experiencia universal de encantamiento, en donde ve él todo el nacimiento de la cultura. Pretender apostar por un vínculo exclusivo y duradero es hacer y convertir ese amor en algo culto y consistente. Dicho de otro modo: es poner orden en ese sinnúmero de palabras que se arremolinan en torno al término amor: sentirse atraído, desear, querer gustar, no poder olvidar, etc.
Es una empresa noble e intelectualmente provechosa huir de los tópicos del amor. Porque uno se pierde cuando llegan las dificultades, que inevitablemente irán pidiendo paso, como algo natural. Y que cuando uno mire por el espejo retrovisor, éste sea capaz de darnos una visión retrospectiva con fundamento. Ir diseñando el atlas personal de la geografía por donde hay que irse metiendo. En él se apilan todos los elementos habituales que vemos al movernos por la realidad: valles, collados, ríos secos y navegables, mares, paisajes serenos y encrespados. Todo eso misteriosamente apelmazado y disperso y a la vez, bien diferenciado.
El mundo del amor forma un complejo sistema de referentes, remitentes y preferentes que es menester que cada uno desvele, a su leal saber y entender: pero buscando la verdad sobre el hombre. Lo auténtico sobre lo que son, significan y conducen los sentimientos. Porque los mercaderes del templo venden el amor rebajado y cambiando su género. El amor afecta a toda mi ubicación: física, psicológica, profesional, social y cultural. Se cuela por sus entresijos y da vida o la quita. San Agustín decía requies nostra locus noster: nuestro descanso es nuestro lugar.
Extender el yo hacia el tú, para formar un nosotros. Queda asimilada la otra persona. Por eso enamorarse es enajenarse, hacerse ajeno, ampliarse, formar una unidad más espaciosa y profunda. El amor auténtico hace a la persona más completa.
7. Por último está el amor a Dios. Para el creyente ésta es una razón de ser primordial. Estamos viviendo en la sociedad actual un neopaganismo, con la aparición de dioses viejos mezclados con otros nuevos: el sexo, el dinero, el poder, el placer… tomados todos ellos en sentido radical; además: el relativismo, la permisividad, la ética indolora, el llamado new age: las normas morales a la carta, etc.
Pero el Dios judeo-cristiano es Alguien. El cristianismo no es una filosofía de vida, ni un conjunto de ideas personales y sociales que ayudan al ser humano a sobrellevar mejor las dificultades de la vida, sino que la esencia del cristianismo es una Persona, Jesucristo, que sirve de modelo de identidad. Punto de referencia que es capaz de iluminar con su esplendor todos los ámbitos del quehacer humano. También este amor debe ser personal, recíproco, amistoso, tejido de diálogo, en donde las diferencias se liman por la grandeza de Dios.
Hay que reconocer que todavía sigue latiendo esa especie de represión de la espiritualidad que surgió hace unos años, aunque parece que los vientos han cambiado de signo. El hombre se hace oceánico con la trascendencia, desamarrado de su propia estima, todo lo pone en Dios: pértiga audaz para dar el salto de sí mismo al otro.
La sexualidad debe ser un lenguaje de amor
Amor y sexualidad deben formar un binomio irrenunciable. La vida sexual tiene mucha importancia en la armonía de la pareja. Desconocer esto sería ignorar una de sus principales dimensiones. El amor humano, para que sea auténtico, debe hospedar en su seno tres ingredientes: el físico, el psicológico y el espiritual. El amor es el principal argumento. Alrededor de él giran y se mueven una serie de elementos decisivos de la vida, pero él constituye el auténtico gozne, eje diamantino y centro de operaciones desde el que las demás realidades cobran y reciben su sentido.
Es el modo de entender lo que es el amor lo que perfila nuestra vida. Por eso es básico tener ideas claras en este campo. El amor es el mejor compañero de viaje. Poner amor en las cosas pequeñas de cada día y en las personas con las que nos tropezamos a diario, es una forma sabia y poderosa de actuar. Pero siendo capaces de utilizar la palabra sin degradarla, llamándole al sexo, sexo; al encuentro epidérmico con el cuerpo de otro, instrumentalización sexual de esa persona; y nombrando al verdadero amor, como entrega y donación que procura la felicidad y un mayor grado de libertad.
El amor entre dos personas emerge de la atracción física en un principio. Del plano físico, va transitando al psicológico y de éste al espiritual. Travesía habitual que va descubriendo la personalidad del otro. El anzuelo del principio suele ser casi siempre físico. Lo he dicho en alguna otra ocasión: el hombre se enamora más por lo que ve, mientras que la mujer se enamora más por lo que oye [1]. A mi entender estos dos sentidos son los que llevan la delantera a todos los demás en esta operación de encantamiento. La vista y el oído actúan de árbitros para dictaminar el rumbo personal de los sentimientos, en la decisiva tarea de elegir y comprometerse.
Las relaciones entre amor y sexualidad no es que sean estrechas, sino que la una se entronca directamente en la otra. Y a su vez, en su seno vibran con fuerza todos y cada uno de los ingredientes que nutren lo mejor del ser humano: lo físico, lo psicológico, lo espiritual y lo cultural. aquí, en el encuentro sexual, en ese momento lo que se destaca y toma el mando es la emoción placentera del goce del acto sexual quedando algo relegadas las otras tres dimensiones, pero envolviéndolo todo. Por eso hay que volver a subrayar que la relación sexual es un acto íntimo de persona a persona, nunca de cuerpo a cuerpo. ¿Qué quiere decir esto? Sencillamente que cuando al otro se le trata sólo como ser físico, portador de un cuerpo, se ha escamoteado la grandeza y profundidad del mismo. Esto es lo que pasa hoy en algunas ocasiones.
Por una parte estamos anegados de sexo mediante una propaganda erótica continua. Es difícil si uno se deja llevar por esos derroteros ver la sexualidad con unos ojos limpios, sanos, normales. Permanentemente somos invitados al sexo por los medios de comunicación social. Y esta convocatoria se hace de forma divertida, epidérmica, como una liberación que planifica y conduce a la maduración de la personalidad. Todo ese mensaje, apretado, sintético, englobado y envuelto en sus mejores aderezos, lleva al que no tiene las ideas claras a pensar que ésa es la condición humana. Y nada más. Y eso es sustancialmente falso: reducir la sexualidad a un medio para utilizar al otro, sin más, la rebaja de rango, la envilece. La sexualidad desconectada del amor y de los sentimientos conduce a lo neurótico. Falsifica su verdadero sentido y, hablando y pregonando de libertad, se termina en una de las peores esclavitudes que puede padecer un sujeto: vivir con un tirano dentro que empuja y obliga al contacto sexual preindividual y anónimo.
El cuerpo es algo personal, particular, propio. Éste debe ser integrado en el conjunto de la personalidad. La sexualidad es un lenguaje cuyo idioma es el amor: por eso la relación sexual debe estar presidida por el amor a la otra persona, que es una entrega rica y diversa, que no sólo se produce en el terreno de la sexualidad. Amor personal comprometido, estable, que vincula a lo corporal, a lo psicológico y a lo espiritual. Dicho en términos más rotundos: el acto sexual auténtico, verdadero, es simultáneamente físico, psicológico y espiritual. Los tres participan directamente en esa sinfonía íntima, misteriosa, delicada y que culmina con la pasión de dos seres que se funden en un abrazo.
La verdad sobre el hombre existe. A pesar del relativismo y la permisividad. También esto vale para lo sexual. Muchas encuestas nos hablan de las relaciones sexuales de los jóvenes y nos ofrecen matices, ángulos y perspectivas diferentes. Pero no olvidemos lo siguiente: la sociología nos descubre comportamientos mayoritarios, qué está pasando en la sociedad en esos momentos y sobre ese tema concreto. La moral es el arte de vivir con dignidad y nos enseña cómo debemos actuar, que es lo mejor para el hombre a la larga. La sociología observa hechos y los ofrece estadísticamente. La moral fija ideales y conductas que hacen al ser humano más libre. La verdad no depende del consenso ni de lo que diga la mayoría. Eso son opiniones. Las opiniones son como las estatuas de Dédalo, que están en permanente actitud de huida. Hoy se asoman con vigor y mañana se desvanecen. Cuando uno se apunta a las modas, en cuestiones esenciales, está perdido a la vuelta de la esquina.
Tres observaciones que no quiero dejar en el tintero:
1. Hoy estamos asistiendo a una verdadera idolatría del sexo. Se ha instalado en el corazón de nuestra sociedad el sexo a todas horas, a impulsos de la pornografía y sus derivados. Consificación degradante del sexo. Con una nota sui generis: trivializa el sexo y a la vez, lo convierte en religión.
El hombre banalizado, encanallado, trivial, insignificante para lo más grande, que reduce la sexualidad al placer genital de usar y dejar. Y nada más. Nos sumergimos, así, en la sexual performance: las marcas o retos sexuales.
2. En el tema sexual bien se puede decir que vivimos en una sociedad neurótica [2]. Es la ceremonia de la confusión. Una sociedad que busca lo que escandaliza y fomenta lo que luego condena. Un botón de muestra: los anuncios en la prensa sobre sexo e incluso sobre sexo adolescente… y cuando éste salta a los medios de comunicación, éstos dan su voz de alarma, vociferando alborotados sobre lo que está sucediendo. Apoteosis de la disolución de los referentes. En el amor inteligente se usa la cabeza y el corazón a la vez, en conformidad con la realidad de lo que son las cosas humanas.
3. ¿Dónde debe ubicarse la sexualidad? ¿En qué zona hay que situarla dentro de la geografía de los humano? ¿Es una pieza suelta que debe ir y venir según su antojo y apetencias? Estas preguntas remiten a una respuesta: hay que trabajar una educación sexual en la que se integren todas las variables antes apuntadas. La sexualidad no es algo puramente biológico, un placer ligado al cuerpo, sino que mira a lo más íntimo de la persona. Por tanto hay que concluir con esta primera conclusión: la sexualidad es una pieza integradora de los planos físicos, psicológicos, espiritual y cultural. visión del hombre completo. Si la vocación principal del hombre es el amor, toda la vida sexual debe vertebrarse en torno a él. Ahí debe situarse la sexualidad [3]. La sexualidad es un componente fundamental de la persona. La madurez de la personalidad consiste, entre otras cosas, en conocerla, saber para qué sirve y gobernarla, ser dueño de ella y no a la inversa. La sexualidad conyugal es la expresión directa de la donación de uno a otro, de una persona a otra. Relación singular personal e íntima.
La vida sexual en la pareja debe buscar su mejor acoplamiento a medida que pasa el tiempo. Cuando ésta funciona bien en general, también lo hace en esta parcela, en lo particular. La sexualidad del hombre es bastante más que sexo. Vehículo privado de acercamiento y compresión, de goce compartido y de donación total. La visión de ella como un simple juguete para divertirse empobrece su sello. Es indudable que tiene en el orgasmo el placer del cuerpo en sus niveles más altos. Pero no debe quedarse ahí. ¿Por qué? Porque la sexualidad no es un objeto. Hay que tener una visión de la sexualidad en el conjunto de la persona. La maduración consiste precisamente en eso: llevarla a que se incruste en la persona global.
Cuando nos quedamos en el campo exclusivamente biológico, al no ser capaces de totalizar, éste no refleja las ricas y múltiples implicaciones e interdependencias que tiene. Es el arte de ensamblar. La mirada inteligente puesta sobre esta parcela. Reducir la sexualidad a bien de consumo parece penoso [4]. También esto cuenta para la continuidad matrimonial. La sexualidad inteligente es aquella en que, junto a la ternura, se mezclan la complicidad, el misterio, la delicadeza, la pasión y compartir todas las realidades que se tienen y se anuncian. Fórmula para el éxito en el buen entendimiento sexual. Certera combinación mezcla con arte y talento, en todo se ordena a la comunicación profunda y a la alegría del otro y a la propia.
Es un grave error de percepción hacer del placer sexual el mayor bien posible de la vida conyugal. Y también, lo contrario: minimizarlo, reducirlo al mínimo, posponerlo y dejarlo para momentos estelares es no haber comprendido cuáles son sus claves y resortes principales. Ni idolatría y utilitarismo por un lado, ni tampoco la otra cara de la moneda: espiritualismo decadente, limitado esta parcela de la geografía personal. Cuando esto no se entiende bien y se vive aun peor, el amor se convierte en una fusión de egoísmo unas veces y otras, en una concentración de ignorancias. Ni lo uno ni lo otro.
Se trata de ir consiguiendo un amor sexual y espiritual a la vez. Espiritualizar la sexualidad conyugal. Igual que la razón ofrece argumentos a la afectividad para hacerla a ésta más madura, hay que impregnar de idealismos y dulzura y elevación el plano sexual. Se mantiene con frescura y lozanía siempre que un romanticismo lo envuelve. La persona es tratada no como objeto de placer, sino como objeto de amor. No servirse de ella como algo que se usa. Debe emerger siempre el valor de la otra persona como superior al valor del placer. Frente al principio de utilidad, la norma personalista. La sexualidad puede parecer fácilmente un bien, sólo por la fuerza del deseo. Pero en la sexualidad madura e inteligente este plano queda ampliamente rebasado. Quiero tu bien antes que el mío. Se imbrican así y se superponen dimensiones distintas, pero no excluyentes. Max Scheler y Pascal hablaron de logique du coeur. Por eso, ese amor que se esfuerza por mejorarse a sí mismo, perfecciona y conduce a superarse a sí mismo danto salida a valores típicamente humanos: generosidad, donación, confidencia, capacidad para hacer la vida agradable al otro evitando el egoísmo y el pensar demasiado en uno mismo. La vida conyugal se hace más intensa y sus lazos más fuertes y rocosos. Recientemente Goleman ha hablado de inteligencia emocional, ensamblando afectividad e inteligencia.