Queridos hermanos y hermanas:
Siguiendo con el tema de la oración que iniciamos la semana pasada, consideramos cómo la oración nos pertenece a todos, a los hombres de todas las religiones, y probablemente a los que no profesan ninguna. La oración surge en el secreto de nosotros mismos, en ese lugar interior que los autores espirituales a menudo llaman el “corazón”.
Rezar no es algo externo ni marginal a nosotros, sino que es el misterio más íntimo de nosotros mismos, que nace como una invocación en lo profundo de nuestra persona y se extiende, buscando un “Tú”, que es Dios.
La oración del cristiano surge de la revelación de ese “Tú”, con mayúscula, que se ha manifestado y ha venido a nuestro encuentro, dándonos confianza y revelándonos a Dios como un Padre bueno, que nos ama y nos comprende, que no nos considera siervos, sino amigos e hijos suyos.
En la oración del Padre Nuestro, Jesús nos enseñó a pedir a Dios todo lo que necesitamos. No importa si nos sentimos culpables en nuestra relación con Él, si no hemos sido amigos fieles, ni hijos agradecidos; Dios siempre continúa amándonos, porque Él siempre es fiel.
Fuente: Vaticano