Queridos hermanos y hermanas:
Hoy reflexionamos sobre la figura y la vocación del patriarca Abrahán, a quien Dios le habló y le pidió que abandonara su patria y su familia, con la promesa de darle una tierra nueva y una descendencia numerosa. Abrahán escuchó la voz del Señor, creyó en su palabra e hizo lo que le ordenó. Con su respuesta obediente al Señor, Abrahán es modelo del que cree y sigue con fe la voluntad de Dios, incluso cuando esa voluntad se revela difícil y, en muchos casos, incomprensible y dramática, como cuando Dios le pidió sacrificar a su hijo Isaac.
Por su fidelidad a la promesa de Dios y la nueva manera de entender su relación con Él, Abrahán está presente en las tres grandes tradiciones espirituales: la judía, la cristiana y la musulmana que lo consideran como padre en la fe, atento y obediente a la voluntad de Dios.
El libro del Génesis nos revela que Abrahán vivía la oración en continua fidelidad a la Palabra que el Señor le dirigía constantemente en su vida. El Dios de Abrahán no es un Dios lejano, que se manifiesta en fenómenos cósmicos y causa temor; sino que es un Dios cercano, familiar, providente, que sale al encuentro del hombre y lo visita ―como esos tres misteriosos huéspedes que Abrahán acogió en su tienda―. Dios se hace compañero de camino y guía en todo momento. Por eso, el modo de rezar de Abrahán era también con acciones, erigiendo altares que recordaban el continuo paso del Señor en su vida, signo de la cercanía y de la familiaridad que tenía con Dios.
Fuente: Vaticano