La lógica islámica supone que la revelación en sí misma “no viene requerida por la propia verdad de Dios”. El Papa detecta este mismo problema en el pensamiento occidental actual.
* Artículo parte del especial "A cinco años de Ratisbona" publicado en Humanitas 64. Del libro Benedicto XVI. Guía para perplejos, Tracey Rowland. Editorial Nuevo Inicio, Granada, 2011. Con la autorización de su editor reproducimos el presente texto.
Con mucho, el encuentro más dramático de Ratzinger con el mundo islámico ocurrió con motivo del discurso que pronunció en la Universidad de Ratisbona el 12 de septiembre de 2006. Su análisis adopta la forma de una discusión acerca de la relación entre la fe y la razón en las tradiciones judía, cristiana e islámica. Incluía una llamada de atención a un elemento que comparten el islamismo militante y el liberalismo occidental contemporáneo –el hecho de que ambas ideologías tengan un fundamento filosófico en el voluntarismo–. Ratzinger citaba al teólogo musulmán Ibn Hazm, que sostenía que Dios no estaba limitado ni siquiera por su propia palabra y que nada tenía por qué obligarlo a revelarles la verdad a unos simples humanos y que, además, si la voluntad de Dios fuera tal, los humanos tendrían incluso que practicar la idolatría. En su reflexión sobre esta parte del Discurso de Ratisbona, James V. Schall escribía lo siguiente:
La lógica de esta posición es que la obediencia a Alá es absoluta aun cuando sea irrazonable. La revelación en sí misma “no viene requerida por la propia verdad de Dios”. Esta posición afirma que Dios no está limitado por Su propia verdad. Imponer cualquier tipo de restricción, aun la de la no contradicción, equivaldría a limitar Su gloria. La consecuencia de este punto de vista es la eliminación de toda causalidad secundaria que atribuye un orden inherente a cosas no divinas. Así, en principio, todo podría ser de otra manera. Lo que es no tiene ningún fundamento, ninguna garantía de su propia veracidad en el ser. La realidad se convierte en enormemente misteriosa y a la vez en intrínsecamente arbitraria. El Papa detecta exactamente este mismo problema en el pensamiento occidental actual, y ésta es sin duda una de las razones que lo llevaron a colocar este asunto en un primer plano.
El término que usa Ratzinger para calificar la versión occidental del voluntarismo es el de “deshelenización” –la tendencia, que comienza en la Reforma y llega al siglo XVIII y más allá, a desgajar la relación simbiótica entre la fe y la razón mediante el rechazo de la concepción griega de la filosofía y de las síntesis medievales clásico-teístas–. En el Discurso de Ratisbona, señalaba Ratzinger que, a pesar de todo, el voluntarismo occidental no comenzó en el siglo XVIII cuando los filósofos comenzaron a reconstruir conscientemente las relaciones entre la fe y la razón, sino que sus orígenes se pueden ir rastreando hasta llegar a las ideas de Duns Escoto (c. 1266-1308). Muchos expertos en teoría política consideran a Escoto como el padre del liberalismo occidental por su insistencia en la libertad de la voluntad humana. Al establecer la comparación entre el islamismo militante y el liberalismo secular militante, Ratzinger pretendía poner de manifiesto que ambos descuidan la búsqueda de la verdad. Para el islamista militante, la verdad es lo que Alá decida que es verdad; para el militante liberal secular o bien no existe la verdad como tal, existe simplemente “mi voluntad” y “mis propios valores personales”, o bien existe una “verdad”, pero es lo que yo decido que sea verdad. Esa verdad se construye personalmente; no está “dada” en un orden de la realidad divinamente creado.
A pesar de las protestas islámicas y de las acciones indiscriminadas de violencia contra los cristianos que siguieron al Discurso de Ratisbona, el viaje apostólico de Ratzinger a Turquía en noviembre de 2006 no fue, como algunos lo calificaron, una “operación de control de daños”. Había sido planeado mucho antes del Discurso de Ratisbona y la intención principal del Papa era participar en la delegación de la Santa Sede que celebra anualmente el día de San Andrés en el barrio ortodoxo del Fanar en Estambul. El mensaje básico de esta visita era el apoyo papal a aquellos musulmanes y cristianos que viven en un ambiente de política cultural profundamente imbuido de ideologías seculares y opuesto a cualquier expresión religiosa en la plaza pública. En un encuentro con miembros del Cuerpo Diplomático en la República de Turquía, Benedictino XVI señaló que “cristianos y musulmanes, siguiendo sus respectivas religiones, apuntan a la verdad del carácter sagrado y de la dignidad de la persona”. Como muchos líderes mundiales, Ratzinger distingue entre fanáticos religiosos violentos y personas piadosas de buena voluntad e implora a los miembros del mundo islámico que no sigan a quienes forman parte de la primera categoría.
En resumen, se podría decir que cuando se dirige a los miembros de la tradición islámica, Ratzinger apela a la razón y a la creencia común en que los hombres han sido creados por Dios; cuando se dirige a los miembros de la tradición judía, apela a los elementos teológicos comunes de las tradiciones judía y cristiana, tales como la expiación, el sacrificio, el sacerdocio y la alianza; y cuando se enfrenta a las diversas versiones de los “proyectos de praxis”, su discurso tiene resonancias de MacIntyre, sobre todo cuando afirma que algunas nociones, como la de justicia, dependen de las diferentes tradiciones, y contiene observaciones que recuerdan a Milbank cuando observa que los presupuestos filosóficos liberales occidentales del siglo XVIII dormitan bajo los fundamentos de esas mismas nociones.
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