Autor: Raúl Irarrázabal Covarrubias

Serie “Hacia la luz”, 3 volúmenes. Ediciones UC, 895 págs. Santiago, 2018.


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Una pulcra caja ilustrada por dibujos de mano del autor abriga los tres volúmenes de esta obra de plenitud, que representa fielmente el trabajo de una vida al servicio de la Fe y de su patria de este reconocido arquitecto chileno, Raúl Irarrázabal Covarrubias.

Como expresa el mismo autor en las bellas páginas del Prólogo a su libro —y como hemos visto en su obra y en su aproximación a la realidad expresada en tantas exposiciones habladas y en la presentación de sus proyectos—, en estos volúmenes se entrecruzan la búsqueda de la Luz (que él escribe preferentemente con mayúscula) y de la armonía en el espacio de la creación, siendo la fina-lidad que persigue, declara, acercarse a la primera, que identifica con Cristo —“por quien todas las cosas han sido creadas”—, y rendirle alabanza.

En el primer volumen, Plan para Chile 1 (251 págs), se trata de los “fundamentos de la ciudad y del campo ideales”. En el segundo, Plan para Chile 2 (247 págs), de “la nación chilena, norte grande, norte chico, Chile central”. En el tercero, Plan para Chile 3 (397 págs), de “Santiago, Chile central sur, los lagos y los canales”.

Al igual que la caja, cada volumen es ilustrado en portada y contraportada con dibujos del autor, cuidadosamente meditados y diseñados para expresar su pensamiento, así como el contenido del todo y de las tres partes. Sus dibujos son, además, tónica muy principal del libro, y explican gráficamente lo que se quiere decir. Siguen un trazado de pluma, al que a veces se superponen colores, principalmente cuando se trata de hacer relevante el tema dominante de la luz.

Este libro tiene el realismo propio de un viajero. En efecto, Raúl Irarrázabal, que conserva apuntes y dibujos de los más diversos lugares del mundo que ha visitado y que aquí muchas veces reproduce, no se dio por satisfecho para realizar esta obra sobre Chile sino habiendo antes recorrido, de Arica a Magallanes, todas sus capitales y dibujado con meditación sus múltiples plazas. Dicho “realismo” se enriquece no obstante en este caso de un factor que diríamos cósmico, que lleva al autor también más allá de la estratosfera, a diseñar por ejemplo una “Estación espacial en el Universo”, en un lance de alma que lo hermana —no solo en este punto, pero aquí de modo más claro— con el autor de “El Principito”, Antoine de Saint-Exupery.

Si se quiere deve-lar la filosofía que inspira esta obra y en general el trabajo de toda una vida de Irarrázabal, es conveniente detenerse en el segundo capítulo del primer volumen, “La ciudad y el campo cristianos”. Se trata allí de la sociedad justa, de la libertad, el bien común, la caridad, la subsidiariedad, la participación, la solidaridad. Sin probablemente percatarse, el autor nos está haciendo pasear —entre sus palmeras dibujadas en la bien delimitada plaza de Curicó, los patios del Huique en la sexta región y lugares públicos de Europa y América— por el importante capítulo uno del primer libro de la “Política” de Aristóteles: “Solo en el ámbito de un pueblo puede el individuo vivir como un hombre entre los hombres”. Es lo que trasunta su devoción por los patios y las plazas.

Como puso de relieve el entonces arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Mario Bergoglio, en un ensayo publicado en Humanitas 47 (y reedi-tado en Humanitas 70), tratando de la recuperación del vínculo social en nuestras ciudades, “la pérdida de las referencias espaciales y las continuidades temporales va vaciando también la vida del habitante de la ciudad de determinadas referencias simbólicas, de aquellas ‘ventanas’, verdaderos ‘horizontes de sentido’ hacia lo trascendente, que se abrían aquí y allá, en la ciudad y acción humana...”, hasta encontrarse muchas veces la persona perdida en su propia ciudad, en un espacio que algunos llaman nuevo, pero que Bergoglio llamó “no lugares”.

En ese capítulo segundo del libro, al que siguen otros dedicados a la familia, la ciudad, su relación con el clima y el ideal del campo, Irarrázabal entra en el meollo más hondo y actual del bien común, entendido como un estado de cosas que se dirige a que el conjunto de los bienes materiales y espirituales que hacen la riqueza de una patria se comuniquen y participen en la sociedad, ayudando a los individuos a perfeccionar su vida y libertad de personas.

Actuando como un “filósofo de la arquitectura” —espacio del pensar filosófico nunca especificado y a lo mejor aproximable a una “filosofía del arte”—, Irarrázabal se acerca en estos pasos al pensamiento del círculo de Ántoni Gaudí, siempre muy estimado por él, célebre arquitecto catalán que en compañía de Eusebi Güell y otros empresarios católicos desarrolló sistemáticamente un trabajo inspirado en los postulados del bien común.

El autor, por muchos años profesor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica, ha sido desde su fundación y hasta hoy miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de HUMANITAS. En muchas de las páginas de esta revista Raúl Irarrázabal ha expresado a lo largo de años, sea a través de textos, dibujos y fotografías de su propio lente, este mismo enfoque artístico-antropológico.

La amenidad de su contenido, la pedagogía y claridad con que está escrita esta obra, la extraordinaria originalidad y belleza de los dibujos, debería hacer del libro que presentamos un instrumento fácil y grato para muchos padres enseñar Chile y su luz a nuestros niños y jóvenes.


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