“¡Soy libre, estoy libre!” fueron las primeras palabras que escuchó la superiora de esta misionera colombiana después de un largo secuestro. Invitamos a conocer su testimonio y a unirnos este domingo 26 de junio, Día de Oración por la Iglesia Perseguida, en oración por todos los cristianos que sufren acoso, discriminación y violencia.

Foto de portada: Gloria Narváez estuvo casi cinco años secuestrada por fundamentalistas islámicos en Malí. Pero nunca perdió la fe. Ella es parte de los miles de cristianos que son perseguidos en distintas partes del mundo, solo por querer ser fieles a Jesús.

En el corazón de la Hna. Gloria Cecilia Narváez hay dos fechas que nunca olvidará. La noche del martes 7 de febrero de 2017 cuando fue secuestrada y ese sábado 9 de octubre de 2021, en que fue liberada. Pequeños detalles de ese día de febrero son los últimos recuerdos de su comunidad que atesoró por meses. Un lugar que desgraciadamente debió cerrar por el peligro que revestía para sus integrantes.

Atrás deja días y noches interminables, en que la trasladaban a ella y a otros rehenes de lugar en lugar para evitar a quienes nunca dejaron de buscarla. Para nadie es un secreto lo fácil que es perder la noción de tiempo y lugar entre las dunas del Sahara. Colombia, un país con experiencia en secuestro, de inmediato se puso a disposición de las religiosas y un equipo de policías expertos viajó en varias oportunidades a Malí para intentar dar con algún rastro de la Hna. Gloria. Todo fue en vano. Los yihadistas sabían lo que hacían.

En el recuerdo de la religiosa queda el miedo, el hambre, el dolor, muchas veces vivido en soledad y otras compartiendo las penas con los demás secuestrados. Entre ellos, una mujer francesa de 74 años, Sophie Petronin, con cáncer, que se encontraba en muy mal estado de salud y que la Hna. Gloria cuidó con gran cariño. Afortunadamente para Sophie, fue liberada en 2020; aunque dejó a la Hna. Gloria sola una vez más. La misma Sophie contaría lo preocupada que quedó al dejar a la Hna. Gloria, la veía triste y muy cansada.

Muchas veces le pidieron que renegara de su fe, pero ella se mantuvo firme. Para combatir el miedo, dibujaba en la arena un cáliz, se arrodillada evocando al Dulce Nombre de María, recitaba el Magníficat, rezaba el Rosario, entonaba los salmos… “Me sentía abrazada por la oración de la Iglesia, besada por Jesús y protegida por el manto de María”.

“Por la noche se drogaban, daban vueltas alrededor de mi tienda y gritaban: ‘Violémosla, matémosla’”. Por esa misma época, en medio de múltiples traslados por el desierto, “me di cuenta de que me empezaron a vender de un grupo terrorista a otro. Se decían: ‘¿Cuánto me das por esta perra de Iglesia?’”.

No todos eran así, y algunos, a su modo, trataron de ayudarla. En medio de las amenazas y los insultos, la religiosa también encontró ‘ángeles’, dice. Como aquel joven de tez morena que la defendió y decía a los otros: “Ella no es mala”. O el que cada noche le lanzaba un pedazo extra de pan. Pero, sobre todo, el árabe que un día le dijo: “Es mejor que te escapes, estos te van a matar”. Fue el primero de sus cinco intentos fracasados de huir, seguidos de brutales palizas. Un tiempo después volvió a encontrárselo. “Gloria, ¿qué haces aquí?”, le dijo. “Me están vendiendo de un grupo a otro”, respondió ella. Se marchó, “y esa noche llegó con un auto y me dijo que me subiera”. Ella no lo sabía aún, pero estaba cerca la libertad. 

“Fue toda una sorpresa, porque me empezaron a llevar de un lado a otro como otras tantas veces, en auto y en avionetas. Y hasta que no vi un coche oficial, no fui consciente de que todo había acabado”. En apenas unas horas estaba en Roma, recibiendo la bendición del Papa Francisco.

Este es parte del relato que ha compartido con distintos medios de comunicación. Desde su liberación, o incluso antes, no ha dejado de ver los frutos de su padecimiento. Algunos de los testimonios recibidos hablan de musulmanes que pedían disculpas a las religiosas de su congregación por el sufrimiento que estaban pasando, también “el rector del seminario de Malí me dijo en una carta que los católicos del país se habían unido con más fuerza y la fe se había acrecentado”. También la conmovió “el testimonio de un señor musulmán que me dijo que oraba mucho por mi libertad”. “Mientras yo estaba encerrada, cuando mis hermanas de comunidad caminaban por la calle del pueblo, nuestros vecinos se ponían de rodillas pidiéndoles perdón en nombre del Islam por lo que a mí me estaban haciendo”, expone con nostalgia.

A pesar de todo lo vivido, no hay rencor en esta consagrada. “Fue una experiencia de amor, esperanza y caridad”. Y remata con una voz tan serena como firme: “Si por mí fuera, volvería a Malí mañana mismo”.

Ahora, en sus oraciones, ocupan un lugar especial quienes siguen secuestrados, y también sus captores. “Vi muchos jóvenes”, señala; algo que atribuye a “la falta de educación, de trabajo y de buenas condiciones de vida en el país. Si el Gobierno y las demás potencias los ayudaran, sería grandioso”. No guarda rencor e incluso teme por sus vidas, no quiere sus muertes “sino que Dios le dé la gracia de convertirse y tener un corazón pacífico”.

La cruda realidad de la persecución de cristianos

Su testimonio no es diferente a otros misioneros o religiosos que han encontrado la libertad después de meses o años de cautiverio. Para ellos el martirio es una posibilidad que abrazan con cariño, pero no buscan. Su misión los lleva a lugares peligrosos donde otros no se aventuran. Precisamente aquellos lugares donde están los más pobres entre los pobres, aquellos que nunca han oído hablar de Dios y quienes necesitan de la ayuda exterior para satisfacer sus legítimas necesidades. 

Cada año, con ocasión del Domingo de Oración por la Iglesia Perseguida, en Ayuda a la Iglesia que Sufre se ofrece el testimonio de seres anónimos, pero con un coraje inmenso que son capaces de deponer el miedo por vivir su fe. Lo acabamos de comprobar el Domingo de Pentecostés: el 6 de junio una Iglesia llena de fieles que celebraba la venida del Espíritu Santo en Nigeria, terminó con la muerte de más de 40 personas en manos de terroristas que entraron al final de la liturgia y no dudaron en asesinar a los presentes sin importar que entre ellos hubiese mujeres y niños y que, por supuesto, nadie estaba armado. Sin embargo, los nigerianos siguen asistiendo a Misa y sobreponen su legítimo temor para encontrar el consuelo de Dios.

Un testimonio que también recibimos frecuentemente es el de niñas pequeñas secuestradas solo por ser cristianas y que son obligadas a renegar de su fe y casarse con sus captores. Son cientos y cientos los relatos recogidos de esta triste e ignorada realidad que sufren mujeres y niñas en países donde no se respeta la libertad religiosa. Ellas son valientes, pero necesitan de nuestro apoyo y oración para saber que no están solas, que el mundo las cuida y se interesa por su futuro.

Para conocer más de esta realidad se puede visitar www.acn-chile.org y leer los testimonios de padres e hijas, mujeres jóvenes y madres de familia que han vivido esta dura experiencia y que hoy nos piden a gritos que velemos por ellas y no los dejemos solos. 

Es el mismo llamado que nos hacen los sobrevivientes de tragedias como la vivida recientemente en Nigeria. Blessing de 36 años nos dijo: 

Sin duda fue una experiencia terrible que ni siquiera se la deseo a mis enemigos. El sacerdote estaba a punto de terminar la misa y yo estaba sentada en la fila central de la iglesia. Al principio pensé que era la sirena de la policía cuando o los primeros gritos que se acercaban. Los feligreses comenzaron a correr hacia el altar para entrar a la sacristía, pero yo no pude correr tan lejos, pues estoy en mi séptimo mes de embarazo. Decidí ir a la capilla de la divina misericordia, pero había mucha gente corriendo en esa dirección.

No supe qué hacer. Así que decidí tumbarme encima de los feligreses que estaban en el suelo. Mientras estaba ahí, uno de los pistoleros lanzó una pequeña luz cerca de mí. Inmediatamente me vino a la cabeza que podía ser dinamita, así que empecé a arrastrarme para ponerme a salvo, pero antes de que pudiera ir lejos, la dinamita explotó y me quemó la espalda y la pierna izquierda. No podía gritar ni sentir ningún dolor en ese momento, sin embargo, mis heridas sangraban. Pude abrir la boca y dije: “Padre, vine a alabarte a tu templo y ha ocurrido esto. Si muero, muero; pero por favor, Dios, acuérdate de mí y de mi pequeña hija en tu reino.

Estoy feliz de estar viva y de que mi bebé esté viva y saludable. Pensé que mi hija de tres años estaba muerta pero me dijeron que había sobrevivido, aunque fue seriamente herida en el ataque y está en el centro médico federal (Federal Medical Center). Por favor, téngannos en sus oraciones para tener una rápida recuperación, de manera que pueda volver a reunirme con mi hija y mi familia. 

Y la respuesta de confianza en Dios no es solo de Blessing. Como ella son muchos los fieles en todo el mundo que ponen su esperanza en Dios, pero esperan de nosotros oración y apoyo. Por eso es tan importante realzar el Domingo de Oración por la Iglesia Perseguida. Una fecha que cada año nos llama a rezar por nuestros hermanos en la fe. 


Karangasso, un lugar de misión

La Hna. Gloria, al momento del secuestro llevaba 7 años en Karangasso, Malí, África Occidental, cumpliendo tareas en un pequeño consultorio para la gente pobre de esta población en los límites de Burkina Faso, cerca del desierto de Sahara. La Congregación franciscana a la que ella pertenece, Franciscanas de María Inmaculada, llevaba años atendiendo un orfanato destinado a proteger a los niños que según la cultura del lugar no tienen derecho a la vida y que sus madres acongojadas abandonan en las calles del pequeño pueblo. Las religiosas recorrían las calles y llevaban a estos pequeños consigo para darles una nueva oportunidad junto a ellas. La hermana cumplía también una labor social de alfabetización y promoción de la mujer, a través de cursos de costura para que pudieran hacer trabajos desde sus casas.

Sus hermanas de la congregación se alegran de su regreso. Rezaron por ello cada uno de los días que duró su secuestro y que vivieron desde el teléfono desde el mismo instante que se realizó. Efectivamente, una de las religiosas, al momento que los terroristas ingresan a su casa, logra escapar a su dormitorio y mientras el hombre trataba de botar la puerta, ella se comunicó con Colombia para contar lo que estaba ocurriendo. La superiora a kilómetros de distancia, temió por la vida de las cuatro religiosas.

Después vendría la incertidumbre, sin noticias, llamados telefónicos ni nada, hasta que llegó un pequeño video de solo 40 segundos donde la Hna. Gloria contaba que estaba bien, aunque su aspecto decía lo contrario. En él agradecía al Papa Francisco por su preocupación y decía que rezaba por él. “Espero que Dios me ayude a conseguir la libertad”, decía otro de los mensajes presentes en el breve video: “Preparo cada día mis cosas, mi equipaje, porque espero siempre, cada día, mi libertad”.

Una libertad que demoró en llegar y que ahora disfruta. “Soy libre, estoy libre” fue lo primero que dijo a su superiora cuando la llamó para darle la noticia de su liberación, a pesar de que en Colombia era de madrugada. 

Aunque todavía siente temor y no duerme tranquila, se impuso contar su historia, por lo que ya escribió un libro y esta semana vino a Chile para compartir este relato, donde hay ángeles y demonios, pero por sobre todo hay esperanza y perdón.

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