El 28 de marzo de 1996, Emanuele Severino expresaba la siguiente convicción: “La ciencia y la técnica están destinadas a convertirse en algo bastante más decisivo que una Iglesia. En el tablero de ajedrez de Occidente, el aparato científico-tecnológico constituye, con respecto al Dios antiguo, el nuevo remedio contra el dolor” [1]. Y el título lanzaba el slogan “Técnica, último Dios”. Estas afirmaciones son expresión de una mentalidad que se ha abierto camino en los últimos veinte años a raíz de la irrefrenable explosión de las conquistas de la ciencia y la tecnología. En estos años se ha producido una revolución cultural que ha dado inicio, en forma casi inadvertida, a una crisis que estamos viviendo tal vez sin percatarnos. Con todo, esta crisis supuestamente no representaría un estado patológico de la comunidad humana, en la cual la ciencia y tecnología han adquirido facultades y derechos desproporcionados, sino, por el contrario, una fase de crecimiento y maduración, favorecida por una ciencia y una tecnología que junto con ofrecer todas sus conquistas a la humanidad, comprende sus responsabilidades con el ser humano y la sociedad.

La “tercera cultura”

Durante la segunda mitad del siglo XX, sin duda las ciencias biológicas han pasado por una etapa de audaz e incontenible explosión, acompañada de conquistas extraordinarias y con frecuencia inesperadas. En 1979, Horace F. Hudson [2], conocido periodista científico, no puso por casualidad el título “El octavo día de la creación” a su fascinante volumen con entrevistas a quienes se adentraban en el campo de la “nueva genética”, a los cuales definía como los “revolucionarios de la biología”. Semejante título expresaba el sentido del poder —casi omnipotente— que estaban adquiriendo las ciencias biológicas con reconocimiento de la sociedad. Ese sentido se reafirmaba quince años después, en 1995, en un editorial de Science, la conocida revista científica estadounidense, que recapitulaba las convicciones y expectativas de más de cien entrevistados entre los investigadores más destacados de una amplia gama de disciplinas. “En este momento —señalaba el editorial— las respuestas demuestran los enormes pasos dados por la ciencia moderna y su fuerza para mejorar el destino de la humanidad” [3]. Esta última expresión (“mejorar el destino de la humanidad”) alude a una de las principales finalidades de la tecnología como consecuencia del progreso y las conquistas de la ciencia. Ese progreso, en realidad, abrió camino a la necesaria expansión del esfuerzo tecnológico, favoreciendo indudablemente el mejoramiento de gran cantidad de condiciones humanas difíciles [4].

Sin embargo, el extraordinario desarrollo tecnológico ocasionó en forma casi inexorable un ocultamiento y tal vez también una minimización del significado y el valor de la ciencia misma, abriendo camino a una nueva cultura, la llamada “tercera cultura”.

La transición gradual, pero rápida, a esta altura distintiva de la época actual encontró su principal ámbito de expresión en la “tercera revolución tecnológica” [5], posterior a las revoluciones de la industria y la informática. Esta tercera revolución, la “revolución genómica”, se encuentra aún en su etapa inicial, pero da origen a la rama más desarrollada de las biotecnologías [6] y según Philip H. Abelson producirá su mayor impacto global con la manipulación del ADN de las plantas. Abelson resume de la siguiente manera las líneas programáticas y los logros de la revolución genómica: “El mundo obtendrá la mayor parte de los alimentos, los carburantes, las fibras, los productos nutritivos químicos y los productos farmacéuticos de plantas y vegetales modificados genéticamente. (…) Las empresas más grandes están gastando anualmente miles de millones de dólares en ingeniería genética. (…) Se están produciendo semillas modificadas genéticamente en escala cada vez mayor (…) El énfasis y el desarrollo de la investigación genómica industrial están pasando ahora a otras áreas, entre ellas el mejoramiento de los valores nutritivos de las proteínas vegetales y la naturaleza y contenido de los carbohidratos” [7]. Para demostrar el desarrollo de esta revolución, basta recordar que únicamente en Estados Unidos la extensión del terreno de cultivo de estos nuevos productos aumentó de 8 millones de hectáreas en 1997, a 20 millones en 1998 [8].

Al mismo tiempo, el gran Proyecto Genoma Humano, que era parte de la “gran ciencia”, pasó a la “gran tecnología”. Esta transición aparece descrita en un reciente artículo de la revista Science, titulado “Los secuenciadores del ADN en la prueba de fuego”, donde se afirma: “Con el 97 por ciento del genoma humano aún por descifrar, los grupos de investigadores están compitiendo por un lugar en el proyecto biológico más amplio del mundo (…) Están revolucionando la biología, modificando no la substancia, sino la cultura de la ciencia. En este nuevo mundo de la genética, las máquinas y los robots hacen la mayor parte del trabajo de laboratorio y los datos se acumulan con mayor rapidez de lo que la mente es capaz de asimilar (…). Técnicos hábiles, máquinas secuenciadoras de alta capacidad y computadoras ocupan ahora la mayor cantidad de espacio en los laboratorios. El progreso ya no se mide en artículos publicados en revistas, sino por la acumulación diaria de nuevo ADN secuenciado” [9].

En la misma línea del rápido paso a la tecnología, promovido por la revolución genómica, se encuentran las aplicaciones en las áreas zootécnica, farmacológica y médica. Al respecto es suficiente mencionar:

1) en el área zootécnica [10], la producción cada vez mayor de animales transgénicos [11] y clonados [12] con características especiales de resistencia a las enfermedades y producción de substancias nutritivas cualitativa y cuantitativamente superiores, utilizados además como modelos para el estudio de patologías humanas y su terapia;

2) en el área farmacológica [13], la producción de hormonas, proteínas y otras moléculas biológicas a partir de vegetales o animales transgénicos y dentro de poco tiempo también a partir de animales clonados; y

3) en el área médica, en tres grandes ámbitos —el diagnóstico, con el desarrollo de los test de predicción y diagnóstico [14]; la genoterapia [15]; y la genómica funcional [16]— que dentro de poco tiempo contarán con medios nuevos y más sensibles de análisis en los microarrays [17], los cuales según Eric S. Lander [18] en uno o dos años podrán contener el set completo de aproximadamente 100.000 genes humanos.

Estas breves alusiones a la revolución genómica nos permiten vislumbrar las características de la “tercera cultura”, a la cual hemos pasado imperceptiblemente. Sin duda, la tecnología tiene el derecho y la obligación de aprovechar todos los avances de la ciencia, dadas las ventajas que pueden de allí derivar para la sociedad humana. Por otra parte, la ciencia exige eso mismo a la tecnología para así poder avanzar. Sin embargo, dado el desarrollo tecnológico, se ha producido una inversión del peso relativo de la ciencia y la tecnología hasta el punto de prevalecer esta última sobre la ciencia, con lo cual se ha modificado la comprensión del significado y el valor de ambas en la sociedad.

La inversión de esta forma de consideración se desprende en forma evidente de un análisis de Philip H. Abelson [19], quien recuerda el alto nivel científico de los trabajadores de muchas grandes industrias estadounidenses, donde alrededor de 1975 colaboraban grupos interdisciplinarios de hombres de ciencia e ingenieros financiados generosamente; pero refiriéndose a la situación actual, observa cómo “en parte a raíz de la creciente competencia global, han quedado atrás aquellos días felices de estos laboratorios (…); algunos grandes laboratorios incluso han desaparecido. Los fondos para la investigación destinados a explorar la naturaleza y obtener productos innovadores (…) disminuyeron. Habiendo constituido el 6 por ciento de los gastos industriales, en 1994 habían disminuido al 1,8 por ciento”. Por último lamenta: “Los mismos fondos federales para la investigación en las universidades están disminuyendo cada vez más”. Una situación idéntica se está consolidando también en Europa, donde hay un rápido desarrollo de la industria biotecnológica en el sector de los nuevos medicamentos y el diagnóstico: solo en 1997, el número de estas sociedades aumentó en un 45 por ciento, pasando de 716 en 1996 a 1.036 en 1997 [20].

Por consiguiente, la tecnología ha pasado a ocupar el primer lugar en la orientación del desarrollo social y en el reconocimiento de la sociedad, eclipsando a la cultura humanística y científica.

“Lo que hoy día consideramos ciencia —observa John Banville desde el punto de vista de la sociedad— en realidad no es tal en su mayor parte, sino ciencia aplicada, es decir, tecnología[21]. Así, está creciendo la “tercera cultura”, a la cual John Brockman se refiere con entusiasmo como una realidad constituida por “hombres de ciencia y otros pensadores del mundo técnico, que con su trabajo y sus escritos están ocupando el lugar del intelectual tradicional, haciendo visibles los significados más profundos de nuestra vida al definir quiénes y qué somos [22].

En la actualidad, el ambiente está hipersaturado de esta cultura. Llamándola también “hija de la ciencia”, Kevin Kelly [23] esboza en un cuidadoso análisis sus características: la sustitución de la búsqueda de la “verdad” por la búsqueda de la “novedad”; la “creación”, más que la “creatividad”, como modelo predilecto de acción: toda pregunta se formula de tal manera que la respuesta sea necesariamente una nueva tecnología; el favorecimiento de lo “irracional” en cuanto las “nuevas experiencias” vence a las “pruebas racionales”; la “síntesis de la experiencia” es el nuevo tipo de “verdad”, a la cual todos tienen fácil acceso. De este modo, la interrogante planteada por Kelly al final de su ensayo adquiere un carácter sumamente puntual.

«¿Cómo debemos considerar la ciencia si predomina en nuestra era la cultura de la tecnología? Si bien la ciencia puede alimentar a la tecnología, con todo la tecnología está modificando permanentemente nuestra forma de hacer ciencia y concebirla, así como lo que significa ser hombre de ciencia. (…) Mientras la ciencia y el arte generan verdad y belleza, la tecnología genera oportunidades: cosas nuevas por explicar, nuevas formas de expresión, nuevos medios de comunicación y si somos honestos digamos también nuevas formas de destrucción».

Y concluye:

«La tecnología tiene ahora su propia cultura, la tercera cultura, la cultura de lo posible, que está adquiriendo carácter global y al mismo tiempo fundamental. La cultura de la ciencia (…) tiene ahora otra orientación, nacida de su propia costilla, con la cual debatirse».

La ciencia y su legado

La alusión a la actual situación cultural, tal vez difícil de percibir para quien está inmerso en ella, creciendo al interior de la misma, no pretende ser una condena de la tecnología y las biotecnologías en particular. Era una constatación necesaria y una reflexión sobre la primera variable del tema, “las biotecnologías”, indispensable para un análisis objetivo de las “expectativas del hombre” en la actualidad. Sin embargo, esta reflexión no sería completa sin una respuesta a la siguiente interrogante: si la tecnología es hija de la ciencia, ¿qué enseñanzas le ha transmitido esta? Tal vez sea posible encontrar en esas enseñanzas las raíces de la “tercera cultura” y así ver su rostro. El pensamiento orientador de la forma de operar de la ciencia moderna y posmoderna —y no de su metodología específica para alcanzar el conocimiento, es decir, su epistemología— tiene tres axiomas fundamentales [24].

La ciencia es “neutra” es el principal axioma. Robert N. Proctor, historiador de la ciencia, lo expresó de manera extraordinariamente incisiva en su ensayo titulado “¿Ciencia sin valores? Pureza y poder en el conocimiento moderno”. Escribe en el capítulo “Neutralidad como mito, máscara, protección, arma”:

«El principio de la ciencia neutral constituye la ideología política fundamental de la ciencia moderna, junto con la doctrina del valor subjetivo. En esta visión, la ciencia es neutral y pública; los valores son subjetivos y privados. La ciencia es el reino de la razón pública y los valores, el reino del capricho personal. La elección de los fines es personal y arbitraria y los medios para alcanzarlos son públicos y racionales. Los avances de la ciencia son tanto mejores cuanto menos regidos se encuentren; el dejar-innovar de la ciencia es el equivalente del dejar hacer de las relaciones del mercado. En esta visión, la ciencia es un instrumento neutral, en sí mismo inútil, únicamente útil al ser aplicado. El hombre de ciencia descubre y la sociedad aplica: los valores son propios de esta última y no del primero» [25].

El sofisma oculto tras este axioma es que la esencia de la ciencia es la “objetividad”; cualquier norma o regla constituiría un grave obstáculo. Por consiguiente, todo debe ser lícito para el hombre de ciencia, que debe sentirse totalmente libre. La ciencia no tiene valores que deban respetarse; por el contrario, todo debe someterse al valor de la ciencia.

En la escala animal no existen saltos cualitativos es el segundo axioma. Todo lo observado es únicamente una serie de fenómenos cada vez más complejos generados por el proceso evolutivo. Por lo tanto, en el hombre nada hay de esencial que lo distinga de todos los demás animales; por ahora se encuentra en el punto culminante de la escala animal. Las innumerables afirmaciones vinculadas con el tema hechas por grandes hombres de ciencia demuestran el carácter general y radical de este axioma. Citamos únicamente algunas de ellas. “Todo huevo —señala el premio Nobel François Jacob— contiene en los cromosomas que le han transmitido sus padres la totalidad de su futuro, las etapas de su desarrollo, la forma y las propiedades del ser al cual da origen. De este modo, el organismo llega a ser la realización de un programa prescrito por el patrimonio hereditario. La intención consciente de un Espíritu ha sido sustituida por la traducción de un mensaje. El ser vivo representa ciertamente la ejecución de un diseño, pero un diseño que ninguna mente ha concebido; tiende hacia un fin, pero es un fin que ninguna voluntad ha elegido. El único fin del ser vivo es elaborar un programa idéntico para la generación siguiente, es decir, reproducirse (…). La reproducción constituye al mismo tiempo el principio y el fin, la causa y el objetivo” [26]. “Indudablemente —reconocía Theodosius Dobzhansky, el investigador y pensador que hizo aportes fundamentales en el tema de la evolución— la mente humana distingue claramente nuestra especie de los animales no humanos”. Sin embargo, al proponer el origen de semejante “novedad”, prosigue: “Es responsable de estas características un complejo de muchos genes[27]. “La sorprendente hipótesis —confirmaba muy recientemente el premio Nobel Francis Crick— es que ‘tú’, tus alegrías, tus dolores, tus recuerdos, tus ambiciones, tu sentido de identidad personal y libre voluntad, en realidad no son más que el comportamiento de un vasto conjunto de células nerviosas y las moléculas asociadas con ellas” [28]. En suma, el hombre no es nada más que un animal.

La ética humana es una fase evolutiva del altruismo animal es el tercer axioma. Según Ernst Mayr, teórico de la biología, la ética tuvo un despliegue gradual favorecido por el desarrollo cerebral del proceso evolutivo. Por consiguiente conserva necesariamente la característica esencial del proceso evolutivo, que es la variabilidad, de lo cual se desprende que “las normas éticas deben ser suficientemente flexibles y versátiles, de tal manera que sea posible su adaptación al cambiar las condiciones” [29]. Resulta de este modo comprensible lo afirmado por el Presidente del segundo Workshop internacional sobre los aspectos éticos del Proyecto Genoma Humano: “Recordemos que la ética no es una disciplina objetiva (…). Representa y refleja las costumbres aceptadas por la sociedad. Ahora bien, el desarrollo casi exponencial de la ciencia y su impacto en la sociedad modifica y sin duda seguirá modificando los conceptos éticos” [30]. Tampoco sorprenden las expresiones de un editorial de la revista Nature: “La nueva biología ha configurado la nueva industria de las inspecciones éticas en la nueva biología; pero los problemas éticos suelen no ser nuevos ni problemáticos” [31].

Este sistema axiomático, profundamente arraigado en la ciencia académica de los últimos cincuenta años, ha pasado sin alteraciones y con consecuencias bastante más graves a la tecnología también llamada ciencia postacadémica o industrial. Es un sistema complejo, que no obstante puede reflejarse en el único “no ethics principle” sugerido por J. Ziman, emérito de Física teórica de la Universidad de Bristol y presidente del Council for Science and Society, en un riguroso análisis de la situación de la ciencia actual. Ziman no vacila en afirmar que “hasta ahora muchos refinados hombres de ciencia se ven afectados por la intrusión de este perturbador elemento en su estilo de vida ordenado y lleno de dedicación” y que “la ciencia industrial no tiene el término ético en su algoritmo social”. Y prosigue: “La ciencia en su totalidad se ha separado de la ética por dos motivos distintos. Por una parte, los hombres de ciencia académicos se consideran indiferentes a las posibles consecuencias de su propio trabajo; por otra, los hombres de ciencia de la industria hacen un trabajo cuyas consecuencias se estiman demasiado graves como para dejarse en sus manos” [32].

En definitiva, se trata de un sistema que excluye toda relación con otras formas de pensamiento, que más allá y al margen de lo “cuantificable” indagan en la búsqueda de la “verdad”, especialmente la verdad sobre el “hombre”. Por consiguiente, se trata de un sistema operativo que no puede recibir y trasladar mensajes de otros sistemas con funciones superiores, capaces de dirigir, controlar y regular su actividad, y está desprovisto de estímulos catalizadores, es decir, un sistema cerrado, destinado a lo patológico, con tendencia a la autodestrucción. Es más grave aún el hecho de que este sistema axiomático está penetrando cada vez más profundamente en la sociedad hasta el punto de convertirse en su estructura ideológica fundamental. Indudablemente, la ciencia posmoderna y la tecnología avanzada, cada vez más refinada y poderosa, son expresión de la gran capacidad de la mente humana de indagar en la naturaleza, descubrir sus misterios, arrancar sus secretos y convertirse en ama. Sin embargo, por estar cerradas en sí mismas, con su forma mecanicista y narcisista de pensar y obrar, aun cuando siguen adquiriendo proporciones cada vez más gigantescas y descubren y preparan nuevos caminos para el mayor bienestar de al menos parte de la humanidad, están creando áreas de gran inestabilidad en la sociedad, que redundan inexorablemente en peligrosos debilitamientos, hasta la aniquilación no solo de las estructuras más débiles, sino también de los únicos fundamentos que pueden dar estabilidad a la totalidad del sistema social: los valores.

La imagen actual del ser humano

El hombre actual vive en este ambiente cultural, y en semejante ambiente la imagen del ser humano, segunda variable de nuestro tema, ha sido objeto de una radical transformación. “¿Qué somos? —se preguntaba todavía en 1993 un grupo de hombres de ciencia [33]—. ¿Qué nos distingue de los chimpancés, con los cuales tenemos en común el 99 por ciento del contenido de la información genética?”. “La capacidad de inventiva, talento desarrollado a consecuencia de la adquisición del lenguaje”; “el lenguaje, desarrollado junto con la capacidad de inventiva”; “la capacidad de usar la gramática”; “la conciencia de la importancia del orden de las palabras”; “la capacidad de seleccionar, durante la embriogénesis, circuitos neuronales que se diferencian y se adaptan con la experiencia”; y “la autoconciencia”: todas estas expresiones reflejan, incluso en un análisis superficial, una visión reductiva de lo que es el ser humano, y no podría ser de otra manera, ya que las ciencias experimentales no pueden dar por sí solas una respuesta total a la pregunta “¿Qué somos?”. Hay algo en el hombre que no está al alcance de esas ciencias y es parte esencial de su ser, pero se encuentra fuera de lo biológico; algo cuya existencia una ciencia correcta y abierta logra sospechar, sin poder probar su naturaleza mediante sus metodologías. Sin embargo, el conocimiento de la naturaleza de este “algo más” del hombre es esencial para la comprensión plena del ser humano y no es posible descartarlo sin perjuicio para el mismo. En realidad, cada vez es más evidente, en el ámbito mismo de las ciencias experimentales, la necesidad de una integración entre las diversas áreas del saber, sobre todo con la filosofía.

En síntesis, un análisis fenomenológico llevado a cabo en esta perspectiva global permite delinear la realidad del ser humano: un bios, una psique, una mente, un espíritu, cuatro niveles de un todo único, la persona, cuyas manifestaciones son en todo momento la resultante de la acción integrada de los cuatro componentes. El ser humano es tal por estar dotado de la mente con su energía, que es la inteligencia, y el espíritu con su tensión hacia lo Trascendente y su poder de decisión, que es la voluntad, característica exclusiva del hombre. Sin embargo, en el nuevo ambiente dominado por la “tercera cultura”, esta imagen total y verdadera del hombre se ha velado paulatinamente, hasta el punto de impedirle reconocer qué es en realidad y de qué manera el progreso puede volverse contra él mismo. Detrás del sentido cada vez mayor de capacidad y poder proveniente de la acumulación de conquistas, se ha debilitado el “sentido de los límites” y por consiguiente se ha perdido el “sentido de responsabilidad”; se ha oscurecido el sentido de lo “justo” y lo “injusto”, del “bien” y del “mal”. Se advierte la necesidad de salir de esta situación de desorientación y el consiguiente malestar, pero para eso es necesario reencontrar y reconocer al ser humano. Lo señalaba Juan Pablo II en 1994, en la Asamblea Plenaria de la Pontificia Academia de las Ciencias: “Cuando se trata del hombre, los problemas superan el marco de la ciencia, que no puede dar cuenta de la trascendencia del sujeto ni evadir las leyes morales derivadas de la posición central y la dignidad primordial del sujeto en el universo” [34].

Las “expectativas” del hombre

Mejorar cada vez más la “calidad de vida” es la primera expectativa, espontánea, viva y vigorosa en la mente y la voluntad de cada individuo. Es una expectativa en sí misma digna del hombre y merece toda la atención necesaria. Mejorar la calidad de vida debería ser un compromiso de todas las personas, que como tales tienen derecho a ese mejoramiento, y un deber de la sociedad, que debe crear las condiciones requeridas y procurar extenderla a toda la humanidad. Y el progreso científico y tecnológico sigue siendo un instrumento indispensable para semejante fin.

Con todo, aun cuando intrínsecamente dotada de fuerza y nobleza, la inclinación hacia la “calidad de vida” contiene en sí misma una tremenda capacidad destructiva, que se activa fácilmente si se disminuyen las fuerzas de control o se carece de ellas. Desgraciadamente, estas fuerzas se han debilitado o han desaparecido en el sistema cerrado científico-tecnológico, con lo cual esa inclinación, en sí sumamente noble, ha desencadenado un intenso y extendido proceso patológico, en primer lugar a nivel de la familia, luego en los órganos más básicos de la sociedad y por último en la totalidad del sistema social. Para comprobar este fenómeno, basta una observación superficial, pero es motivo de preocupación su evidencia a partir de investigaciones sociológicas serias [35]. Estas investigaciones destacan vigorosamente un trastorno en particular, dada su mayor gravedad. La procreación, un hecho de significado insondable por sus mil repercusiones para la pareja, el ser concebido, la familia y la sociedad, se ha convertido en un bien de consumo en relación con otros bienes de consumo; se ha reducido a la condición de un hecho con sus propios riesgos, que deben evitarse, por lo cual es necesario un minucioso control; se ha degradado hasta el nivel de una mera producción de seres que deben satisfacer los criterios del mercado o del propio agrado, por lo cual se someten a una elección. Esto ha dado lugar a la modernización de los comportamientos procreativos para tener un hijo cuando se desee y de la manera deseada, así como a los abusos que se están cometiendo con el ser recién concebido y el nonato “genéticamente errado”.

Este proceso se ha convertido ya en una epidemia y cuenta con el apoyo y la promoción de voces oficiales y de gran prestigio en el ámbito de la ciencia. “En un mundo preocupado cada vez más de la calidad de la vida humana, debe darse por sentado que los hijos deberían nacer libres de toda enfermedad genética”, afirmaba la Organización Mundial de la Salud [36]. Y en 1966, en el III Congreso Internacional de Genética Humana, en Chicago, el premio Nobel Herman J. Müller [37] lanzaba la “ofensiva genética para el control de la evolución humana”, basada en los principios de la selección germinal, la selección genotípica y la selección génica, todas las cuales se han incorporado posteriormente a la práctica. Müller consideraba esto urgente, convencido de los beneficios de todo lo que había afirmado pocos años antes sobre la forma de guiar la evolución humana: “A raíz de los avances técnicos, las nociones anteriormente estimadas sobre los aspectos reproductivos cederán el lugar a posibilidades más promisorias (…).

Han cambiado muchos hábitos y actitudes. Sería muy extraño, en esta era de conocimientos y técnicas explosivas, que nuestras prácticas reproductivas permanecieran inmunes ante las reformas [38].

Esto es lo que efectivamente ha ocurrido y sigue sucediendo en forma acelerada. Y el sociólogo Paolo Donati describe así la principal consecuencia a nivel social:

«Más que nada pierde sentido y substancia la relación-familia, en la cual se produce una implosión, que a su vez provoca la implosión de muchas otras relaciones sociales. Los trastornos que se producen en el sujeto humano y la familia, hasta anularse la personalidad y destruirse las relaciones interhumanas, producirán mutaciones en la formas familiares y procreativas, que a su vez confluyen luego de una nueva etapa de malestar, hasta la anulación de los sujetos y las relaciones sociales» [39].

Ser considerado por lo que se es, en su verdadera realidad, es la expectativa esencial del hombre actual: el reconocimiento de su “verdadero valor” y por consiguiente de su dignidad y sus derechos. Sin embargo, la ciencia y la tecnología no pueden calcular ni estimar con sus metodologías el valor de la constante “hombre”, indispensable para el equilibrio de todo el sistema. Sidney Brenner lo señalaba recientemente:

«La historia de los últimos veinticinco años nos enseña una profunda lección: los hombres de ciencia no solo deben comunicar a la sociedad el contenido, uso y abuso de los descubrimientos científicos, sino también que su trabajo nos habla de los límites intrínsecos de nuestros cuerpos y nuestras mentes» [40].

Por consiguiente, para responder a esta expectativa esencial del hombre actual, junto con conservar la ciencia y la tecnología sus prerrogativas, el hombre de ciencia y el tecnólogo, dotados en este momento de gran poder de orientación y acción en el ámbito del desarrollo social, no deben permanecer encerrados en sus sistemas axiomáticos reductivos, sino abrirse a los estímulos de un sistema “sapiencial que refleje un pensamiento y una luz provenientes del fondo de nosotros mismos críticamente interrogado [41]. Solo a partir de esta interrogante será posible desprender el valor de la constante “hombre” y así volver a encontrar el sentido de los límites y de ahí deducir las correspondientes responsabilidades. Corresponde al hombre en su realidad integral dictar desde su interioridad misma la norma del propio actuar, base de todo comportamiento responsable. Se requiere únicamente el compromiso de leer en esa interioridad y la voluntad de no rechazarla. La sociedad completa solo podrá recuperar el equilibrio y su verdadero bienestar con la transformación del sistema científico-tecnológico cerrado, actualmente predominante, en un sistema abierto, donde se reconozca el verdadero valor al “ser humano” y por consiguiente su dignidad y sus derechos, pero también sus deberes y responsabilidades.

Con todo, el compromiso y la voluntad suelen estar ausentes. Aquí se requiere una acción formadora. La atención debería dirigirse principalmente a las nuevas generaciones, sobre todo a los jóvenes que ingresan a las universidades y actúan en ellas, para dotarlos de la visión correcta del ser humano y sus responsabilidades consigo mismos y con los demás. Además de aprender a ser fieles a una rigurosa metodología científica, que exige la aplicación a menudo omitida de una lógica inductiva en la interpretación de los datos, deberían recibir ayuda para comprender la validez de la metodología de las ciencias humanas y el deber de coherencia consistente en agregar a las conclusiones críticamente obtenidas a partir de estas ciencias un significado valórico y, por consiguiente, un significado orientado de los comportamientos.

Conclusión

La ciencia y la tecnología, no menos que el arte, son expresiones vigorosas y nobles de la capacidad y los poderes de los cuales está dotado el ser humano: pero la ciencia y la tecnología no están por encima del “hombre”: son un instrumento en sus manos que no debe obstaculizarse, sino promoverse para aprender mediante la ciencia cada vez más y de mejor manera sobre nosotros mismos y todo aquello que es parte del ambiente en el cual nos encontramos, y para utilizar mediante la tecnología los conocimientos adquiridos en beneficio de toda la humanidad.

Para que el uso de estos instrumentos no se vuelva contra el hombre mismo, los científicos y los tecnólogos deben encontrar las normas dentro de ellos mismos, buscando con sinceridad “lo verdadero”, el “bien”, lo “justo”. Es una búsqueda difícil porque exige un conocimiento preciso del valor de la constante esencial para el equilibrio de todo el sistema, que es el “hombre”, conocimiento perdido al quebrarse el pensamiento y eliminarse, a menudo en forma intencional e impuesta, los receptores de los “mensajes sapienciales” en el desarrollo de la tercera cultura.

La expectativa profunda, casi ansiosa y a veces angustiosa, de toda la humanidad para el nuevo milenio —expectativa que surge también de la voz del público en la prensa cotidiana ante los anuncios estimulantes y preocupantes de nuevos avances hasta ahora no concebidos en la frontera de la ciencia y la tecnología— es precisamente que el ser humano sea reconocido por estas en su “verdadera” realidad. La ciencia y la tecnología que operan en un sistema abierto nunca serán obstaculizadas en su progreso por una antropología seria e iluminada; por el contrario, serán guiadas por la misma y apoyadas en las justas y graves responsabilidades de sus opciones.


Notas

[1] P. Griego, “La tecnica, ultimo Dio”, en el Giornale, 28 de marzo 1996, p. 14.
[2] Cfr. H. F. Hudson, The Eighth Day of Creation, Simon and Schuster, Nueva York, 1979.
[3] D. E. Koshland, “The crystal ball and the trumpet call”, Science 267 (1995), p. 1.575
[4] Cfr. A. Serra, “La nuova genetica: per l’Uomo o contro l’uomo?”, en A. Mazzoni (ed.) A sua imagine e somiglianza? Il volto dell’uo alle soglie del 2000, Cittá Nuova, Roma, 1997, pp. 93-123; R. Colombo, “The human genome project: the aim and limits of research”, en J. Vial Correa – E. Sgreccia (eds.), Human genome, human person and the society of the future, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano, 1999, pp. 40-141.
[5] P. H. Abelson, “A Third technological revolution”, Science 279 (1998), p. 2.019. Cfr. también C.C. Mann, “Crop scientists seek a new revolution”, Science 283 (1999), pp. 310-314; Id., “Genetic engineers aim to soup up crop photosynthesis”, ibídem, pp. 314-316; A. Alpi – L. De Bellis – E. Loreti et al., “Regolazione da carboidrati dell’es-pressione nelle piante superiori”, Bio Tec 5 (1998), pp. 33-43
[6] Las biotecnologías constituyen un área sumamente amplia de la investigación biológica muy avanzada, donde partiendo de conocimientos cada vez más detallados sobre las estructuras biológicas moleculares y sus actividades e interacciones, se procura, operando con técnicas cada vez más refinadas y apropiadas, utilizarlas en diversas líneas —por ejemplo, preparación de medicamentos nuevos y más eficaces, mejoramiento de los vegetales y animales importantes para la nutrición, terapias génicas—, todas dirigidas a proporcionar nuevos productos y nuevas tecnologías cada vez mejores para satisfacer exigencias de gran significación.
[7] P. H. Abelson, “A third technological revolution”, cit., p. 2.019.
[8] Cfr. A. S. Moffat, “Toting up the early harvest of transgenic plants”, Science 282
(1998), pp. 2.176-2.178.
[9] E. Pennisi, “DNA sequences’ trial by fire”, Science 280 (1998), p. 814.
[10] Cfr. E. R. Cameron, “Recent advances in transgenic technology”, en Mol. Biotechnol. 3 (1997), pp. 253-265; Y. Heiman – J. P. Renard, “Cloning domestic species”, en G. M. Stone – G. Evans (eds.), Animal Reproduction: research and practice, Elsevier, Amsterdam, 1996, pp. 427-436.
[11] Los animales transgénicos son aquellos en los cuales se ha introducido un gen capaz de controlar la formación de una molécula en particular propia del hombre que interesa. Por ejemplo, insulina, hormonas del crecimiento, distrofina, factores de la coagulación. Los métodos más utilizados para su reproducción son dos. El primero consiste en inyectar directamente todo el gen en un pronúcleo de un cigoto, donde podrá insertarse en un cromosoma y así transmitirse a todas las células del nuevo animal. El segundo consiste en la transducción de un gen mediante vectores en las células, donde se multiplicará, favoreciendo así la producción de la substancia deseada. Está llegando a ser cada vez más frecuente un tercer método, del knockout, que permite insertar el gen en el lugar preciso para así sustituir el no deseado.
[12] Los animales clonados son los obtenidos mediante el splitting de los blastómeros de embriones precoces o el traspaso de un núcleo de una célula del animal que se desea clonar en un ovocito enucleado.
[13] Cfr. N. Weil, “Transgenic animals as new approaches in pharmacological studies”, Annu. Rev. Pharmacol. Toxicol. 37 (1997), pp. 119-141; T. Arakava, W. H. R. Landridge, “Plants are not just passive creatures: Transgenic plants producing foreign proteins can elicit both active and passive immunity in humans”, Nature Medicine 4 (1998), p. 550 ss.
[14] Cfr. L. Roberts, “Testing for cancer risk: tough question ahead”, Science 236 (1987), pp. 1.223-1.229; S. E. Antonarakis, “Diagnosis of genetic disorders at the DNA level”, New Engl. J. Med. 320 (1988), pp. 153-163; A. H. Handyside, “Preimplantation diagnosis by DNA amplification”, en M. Chapman – G. Grudzinskas – T. Chard (eds.), The embryo. Normal and abnormal development and growth, Springer, Londres, 1991, pp. 81-90.
[15] Cfr. K.W. Culver, Gene therapy: a Handbook for Physicians, Mary Ann Liebert, Nueva York, 1994; G. Ross – R. Erickson – D. Knorretal, “Gene Therapy in the United States: a five-year status report”, Human Gene Therapy 7 (1996), pp. 1.781-1.790; D.L. Knoell – I. M. Yiu, “Human gene therapy for hereditary diseases: a review of trials”, J. Health Syst. Pharm. 55 (1998), pp. 899-904; J. Rosenecker – W. A. Schmaluix – D. Schindelhauer et al., “Towards gene therapy of cystic fibrosis”, Eur. J. Med. Res., 3 (1998), pp. 149-156; R. J. Yáñez – A. C. Porter, “Therapeutic gene targeting”, Gene Therapy 5 (1998), pp. 149-159.
[16] Cfr. E. S. Lander – N. J. Schork, “Genetic dissection of complex traits”, Science 265 (1994), pp. 2.037-2.048; N. Risch – K. Merikangas, “The future of genetic studies of complex human diseases”, Science 273 (1996), p. 516 ss.; E. S. Lander, “The new genomics: global views of biology”, Science 274 (1996), pp. 536-539.
[17] Cfr. M. Chee – R. Yang – E. Hubbel et al., “Assesing genetic information with high density arrays”, Science 274 (1996), pp. 601-614; M. Grattarola – G. Massobro, “Il laboratorio di analisi ‘on a chip’”, en Bio Tec 5 (1998), p. 9; F. S. Collins, “Microarrays and macrosequences”, en The Chipping Forecast, Nature Genetics 21 (1999), Suplemento 2. Los microarrays están constituidos por un soporte, normalmente de vidrio, preparado con técnicas adecuadas de miniaturización de tal manera que puedan con-tener centenares a miles de fragmentos de ADN en una disposición bien ordenada.
[18] Cfr. E. S. Lander, “Array of hope”, The Chipping Forecast, Nature Genetics 21 (1999), p. 3 ss.
[19] Cfr. P. H. Abelson, “The changing frontiers of science and technology”, Science 273 (1996), p. 445 ss. Cfr. también L. E. Rosenberg, “Physician-scientists- Endangered and essential”, Science 273 (1996), p. 3 ss.
[20] Cfr. S. Dickman, “Germany joins the biotech race”, Science 274 (1996), p. 1.454 ss.; C. Hüls - S. Müllner, “The future of biotechnologies in Europe”, Arzneimittelforschung 47 (1997), pp. 233-236; C. Holden, “Eurobio coming on age?”, Science 280 (1998), p. 1.199.
[21] J. Banville, “Beauty, charm and strangeness: Science as a metaphore”, Science 282 (1998), p. 40 s.
[22] J. Brockman, The Third Culture Beyond the Scientific Revolution, Simon and Schuster, Nueva York, 1995, p. 17.

[23] Cfr. K. Kelly, “The third culture”, Science 279 (1998), p. 992 ss. (las letras en cursivas son nuestras).
[24] Cfr. A. Serra, “L’uomo decodificato”, en Civiltà Cattolica II (1997), pp. 119-133.
[25] R. N. Proctor, Value-free Science? Purity and power in modern knowledge, Harvard University Press, Cambridge (Mass.), 1991, p. 269 ss.
[26] F. Jacob, La logique du vivant. Une histoire de l’hérédité, Gallimard, París, 1970 (trad. it. Einaudi, Turín, 1971, p. 10).
[27] Th. Dobzhansky, “Evolution of Mankind”, en Id. et al. (eds.), Evolution, W. H. Freeman & Company, San Francisco, 1977, p. 453.
[28] F. Crick, The astonishing hypothesis. The scientific search for the soul, Simon and Schuster, Londres, 1994, p. 3.
[29] E. Mayr, Toward a New Philosophy of Biology. Observations of an Evolutionist, Harvard University Press, Cambridge (Mass.), 1988, p. 85.
[30] S. Grisolia, “Introduction”, en Fundación BBV Documenta, Human genome project: Ethics 2, Foundation BBV, Bilbao, 1992, p. 14.
[31] “Ethical problems to merit the name”, Nature 352 (1991), p. 359 (las letras en cursivas son nuestras).
[32] J. Ziman, “Why must scientists become more ethically sensitive than they used to be?”, Science 282 (1998), p. 1.813 ss.
[33] Cfr. L. O’Neil – M. Murphy – R.B. Gallagher, “What are we? Where did we come from? Where are we going?”, Science 263 (1993), pp. 181-183.
[34] Juan Pablo II, “Discurso del S. Padre a los participantes en el Plenario de la Pontificia Academia de las Ciencia”, n. 6, en Osservatore Romano, 29 de octubre de 1994.
[35] Cfr. A. Etzioni, “Science and the future of the family”, Science 196 (1977), p. 487; D. A. Hamburg, Today’s Children: Creating a Future for a Generation in Crisis, Random House, Nueva York, 1992; P. Donati, “Transformaciones socioculturales de la familia y comportamientos vinculados con la procreación”, Medicina e Morale 43 (1993), pp. 117-163; G. Rossi Sciume, “Problemas sociológicos que surgen en relación con el debate sobre la procreación asistida”, Medicina e Morale 43 (1993), pp. 175-181; Carnegie Council On Adolescent Development, “Great Transitions: Preparing Adolescents for a New Century”, Science 270 (1995), p. 895; N. Galli, “Hacia el ocaso de la moral pública”, Pedagogia e Vita 1 (1999), pp. 9-11.
[36] OMS, Genetic disorders: prevention, treatment and rehabilitation (Technical Report Series, 497), 1972.
[37] Cfr. H. J. Müller, “What genetic course will man steer?”, en J. F. Crow – J. Neel (eds.), Proceedings of the III International Congress on Human Genetics, John Hopkins, Baltimore, 1967, pp. 521-535.
[38] H. J. Müller, “The guidance of human evolution”, en S. Tax (ed.), The evolution of Man, University Press, Chicago, 1960, p. 455 ss.
[39] P. Donati, Trasformaciones socioculturales..., cit., p. 124.
[40] S. Brenner, “The impact of society on science”, Science 282 (1998), p. 1.411 ss.
[41] Cfr. Bausola, Tra Etica e Politica, Vita e pensiero, Milán, 1998; especialmente el capítulo XI, “Ética y transformaciones tecnológicas”, pp. 197-215; G. Tanzanella-Nitti, Passione per la verità e responsabilitá del sapere, Piemme, Casale Monferrato (AL), 1998.

Sobre el autor

Profesor Emérito de Genética Humana en la Facultad de Medicina y Cirugía de la Universidad Católica del Sagrado Corazón. Fue director del Departamento de Genética de la Clínica Gemelli de la Universidad Católica de Roma. Miembro Honorario de la Pontificia Academia pro Vita. El texto del autor publicado en Humanitas 16 fue traducido con la autorización de La Civiltà Cattolica, revista en la cual se publicó originalmente.


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