Su figura es la del Obispo pastor, que se ocupa de su rebaño hasta la muerte y que se mantiene siempre en estricta comunión con la Iglesia y su Magisterio.

© Humanitas 89, año XXIII, 2018, págs. 560 - 575.  


El arzobispo salvadoreño Óscar Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980 por odio a la Fe, fue declarado mártir el 3 de febrero de 2015 por el Papa Francisco, quien estableció su beatificación para el 23 de mayo siguiente y su canonización para el pasado domingo 14 de octubre (2018). En su homilía, pronunciada pocos instantes antes de ser asesinado, había dicho:

Acaban de escuchar en el Evangelio de Cristo que es necesario no amarse tanto a uno mismo, que se cuide uno para no meterse en los riesgos de la vida que la historia nos exige y, que quien quiera apartar de sí el peligro, perderá su vida. En cambio, el que se entrega por amor a Cristo al servicio de los demás, vivirá como el granito de trigo que muere, pero aparentemente muere. Si no muriera se quedaría solo. Si [se da] la cosecha es porque muere, se deja inmolar [en] esa tierra, deshacerse, y solo deshaciéndose produce la cosecha. [1]

Es la elección que él había tomado frente al martirio que se le avecinaba y que aceptó voluntariamente, confiado en Dios. Su figura aparece con frecuencia asociado a movimientos sociopolíticos de corte izquierdista, porque fue asesinado por personas que combatían a tales movimientos; pero eso no lo convierte en un luchador político y partidista. Como indica Santiago Mata, autor de la biografía Monseñor Óscar Romero, pasión por la Iglesia, “Los mártires no son patrimonio de un grupo ni de un país o una época, ni siquiera de la Iglesia Católica. Son de Dios y a Dios entregaron voluntariamente su vida”. Él había decidido predicar el evangelio en un país donde las palabras de Cristo parecían subversivas. Su figura no es la del sacerdote militante, ni progresista, ni izquierdista, ni heterodoxo, sino es la del Obispo pastor, que se ocupa de su rebaño hasta la muerte y que se mantiene siempre en estricta comunión con la Iglesia y su Magisterio.

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Así lo describe el Papa Francisco en una misiva escrita al arzobispo salvadoreño José Luis Escobar y Alas:

En tiempos de difícil convivencia, monseñor Romero supo guiar, defender y proteger a su rebaño, permaneciendo fiel al Evangelio y en comunión con toda la Iglesia. Su ministerio se distinguió por una particular atención a los más pobres y marginados. Y, en el momento de su muerte, mientras celebraba el Santo Sacrificio del amor y la reconciliación, recibió la gracia de identificarse plenamente con Aquel que dio la vida por sus ovejas. [2]

A continuación presentamos una breve lectura de su vida, la que resulta luminosa tanto para sacerdotes como para laicos por su coherencia evan-gélica y su apertura al amor que lo llevó a ofrecer su vida como mártir por haber proclamado con radicalidad el mensaje de Cristo. Para ello nos serviremos sobre todo del libro escrito por Santiago Mata, Monseñor Óscar Romero, pasión por la Iglesia. [3]

H89 ORomero 02Su juventud

Romero nació el 15 de agosto de 1917 en un hogar humilde de Ciudad Barrios, El Salvador. Es el segundo de ocho hermanos, hijo de Santos Romero y Guadalupe de Jesús Galdámez. Crece en un pequeño país, cuya superficie es de aproximadamente 21.000 km2 (similar a la italiana isla de Cerdeña) y cuya historia está colmada de pobreza extrema, polarización sociopolítica, injusticia y violencia.

A los dos años fue bautizado, lo que muestra que sus padres no tenían una observancia estricta de la religión; sin embargo, lo educaron en la fe e hicieron crecer en él la sed espiritual. Romero es descrito como un niño tímido e introvertido a causa de una seria enfermedad contraída a los cuatro años, a pesar de la cual supo educar su alma para hacer de sí mismo una entrega libre y amorosa a Dios.

Entra al seminario menor, gestionado por los padres claretianos, y en 1937 es enviado a estudiar a Roma, a la Pontificia Universidad Gregoriana. De acuerdo con Jesús Delgado, sacerdote y co-postulador de la causa de beatificación de Romero, en sus años como estudiante los temas que le interesaban eran sobre todo la ascética y la mística, además de la figura de Cristo, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, las escuelas espirituales, la santidad sacerdotal, la Virgen, las obras de caridad y la emancipación de los países latinoamericanos. En cuanto a los autores que le sirvieron de referencia, destaca San Agustín, San Ambrosio, San Bernardo, San Roberto Belarmino, el cardenal Billot, el padre Léonce de Grandmaison, Joseph de Guibert, Luis de la Puente, Paul Galtier, Jules Lebreton y Columba Marmion. Las fuentes que habrían sellado el universo de su cultura teológica serían: San Juan Crisóstomo, San Ireneo, por su destacado servicio a la Iglesia en la defensa de la fe católica; J. de Guibert y L. de La Puente, quienes enriquecieron su sed de mística y de espiritualidad; los documentos del Magisterio, y monseñor Eduardo Pironio, por su formulación de la teología de la liberación ceñida al evangelio y a la Doctrina Social de la Iglesia.

Sacerdocio

En 1942, es ordenado sacerdote y, tras un año, regresa a San Miguel para ejercer su ministerio. En sus años como sacerdote párroco, primero en Anamorós y luego en Santo Domingo, diócesis de San Miguel –donde también fue secretario de la Conferencia Episcopal–, se destacó por tener un concepto elevadísimo e integérrimo del sacerdocio, el que trataba de ponerlo en práctica con su vida todos los días. Eso mismo le hacía parecer intolerante ante las debilidades humanas de algunos de sus hermanos de profesión. La vocación sacerdotal, para el santo, era un verdadero honor y riqueza del cielo:

no hemos querido ver, o no se nos ha enseñado que la religión es vida y vida conquistadora y vida que es engrandecimiento del ciudadano porque templa su voluntad, porque da a su cerebro un sistema que apoya en lo inmutable, porque da energías en el deber, porque es comprensiva de todos los sentimientos humanos y es capaz de solucionar todos los problemas de la historia. Y es la religión que predica el sacerdote. Por eso nadie como él hace patria. Y son suicidas las naciones que excluyen o ponen trabas a la libre acción del sacerdote. [4]

Si los hogares cristianos comprendieran bien la invitación de Cristo; si la falsa aristocracia comprendiera este honor; si más que el brillo efímero de su posición social o de sus riquezas relativas, o de sus pretensiones mundanas apreciara esta verdadera aristocracia del espíritu, esta sólida riqueza del cielo… de qué distinta manera recibirían las íntimas confidencias de un hijo, de una hija a quien Cristo llama para su colaborador… [5]

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A pesar de ser un sacerdote caracterizado por su observancia fiel de los deberes litúrgicos y espirituales, también era conocido como un párroco empático, cercano con el pueblo y con los menos favorecidos, lo que hizo que se ganara el cariño y la admiración de sus feligreses.

Fue escritor recurrente en diversos diarios y, a través de sus artículos, evangelizaba y combatía aquellos males que se enfrentaban a la santidad. Entre los temas sobre los que escribía destacaba su crítica a la violencia, al comunismo, a la masonería y al catolicismo a medias. Rechaza al mismo tiempo el odio de clase de los obreros y la injusticia de los ricos,

Y claro está; cuando se ha perdido este concepto superior que baña de esperanza a la humanidad, no queda más que el odio de clases, la visión despiadada de miles de obreros en huelgas de hambre y miseria, turbas sin fe y sin amor… En suma, la rebelde negación de lo sobrenatural ha llevado a los ricos injustos a olvidarse de aquel Dios que no es aceptador de personas cuando reclama la justicia; ha llevado a los pobres inconformes a soñar en paraísos terrenales conquistados con el puño cerrado; ha llevado a unos y otros al odio y a la ambición de solo bienes terrenales, olvidando que hay una felicidad más noble y un destino más alto. [6]

Critica también a la Universidad de El Salvador a cuyo rector, Fabio Castillo, lo tilda de peligro para la patria por la influencia comunista que estaría recibiendo. Ante ello, propone la creación de una nueva universidad que vería la luz en 1965 gracias a la Ley de libertad de enseñanza universitaria. Se crea la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), en cuya residencia universitaria morirían años más tarde también asesinados Ignacio Ellacuría y otros cinco sacerdotes jesuitas (1989).

Es también contrario a la indisciplina eclesiástica y al catolicismo a medias: “En verdad un catolicismo a medias es tan enemigo de la Iglesia —o peor— que el mismo protestantismo, el laicismo o la masonería. Porque tan enemigo de la verdad es el error, como la verdad mutilada o desmentida con la conducta”. [7]

Romero sigue con gran atención el desarrollo del Concilio Vaticano II. Las constituciones Lumen gentium y Gaudium et spes marcan la evolución de su pensamiento, que comprende bien la necesidad de una renovación que alcance a la Iglesia en muchos frentes: desde el litúrgico hasta el pastoral. “¡Católicos! Comprendamos que el misterio cristiano de la Iglesia es ante todo un misterio de Juventud y renovación. Una primavera eterna, decía el Papa Pío XII hablando a los jóvenes de acción católica, esto es la Iglesia”. [8]

El 15 de enero del último año del Concilio, Romero reflexiona en un editorial sobre el significado del Aggiornamento. En él aparece por primera vez lo que será su lema episcopal: sentir con la Iglesia.

para no caer en el ridículo de estar apegado a lo viejo sin criterio, y para no caer en el ridículo de ser un aventurero de “sueños artificiosos” de novedades, lo mejor es vivir hoy más que nunca aquel clásico axioma: sentir con la Iglesia, que concretamente significa apego incondicional a la Jerarquía. Porque son el Papa y los Obispos los hombres inspirados por Dios para el “aggiornamento” de la Iglesia en todas las horas de su historia. [9]

En 1967 es nombrado secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador. Se muda al seminario de San José de la Montaña, donde se encuentran las oficinas de la Conferencia Episcopal.

Justamente en este seminario, dirigido por los jesuitas, se encuentra con el P. Rutilio Grande: un encuentro que resultará fundamental tanto en el proceso de Romero en cuanto sacerdote y guía pastoral como en las opciones que posteriormente hizo. Después de su primer encuentro, el P. Rutilio siempre fue amigo suyo, hasta el final. [10]

De obispo a arzobispo

En 1970 Romero es nombrado obispo auxiliar de San Salvador, nombramiento que despierta importantes críticas dentro del clero, por considerarlo demasiado conservador y opuesto a los vientos de cambio por los que atraviesa la Iglesia latinoamericana tras el Concilio Vaticano II y la conferencia de Medellín de 1968.

No obstante su posición moderada en el campo político, en el campo social Romero fue tomando opciones decisivas para el futuro a medida que se agravaba la situación de su país. Se comprometió fuertemente con los presos, los pobres y los enfermos, tuvo un importante sentimiento de responsabilidad y asumió un papel decidido de ser guía de su pueblo y defensor de sus ciudadanos. Al mismo tiempo, impulsó el nacimiento de asociaciones laicales y de centros de Cáritas en varias parroquias. [11]

El 15 de octubre de 1974 es nombrado obispo de Santiago de María, situada en su casi totalidad en el departamento de Usulután, uno de los territorios más pobres del país. Ahí se encontró con el sufrimiento de la gente, sujeta a la explotación y oprimida por la represión militar. Ello incide profundamente en su espíritu: el pueblo y su sufrimiento lo van transformando.

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Su figura corresponde a la de un obispo que optó, de manera radical, por estar en medio de su pueblo —“El pastor tiene que estar donde está el sufrimiento”  [12] / “me glorío de estar en medio de mi pueblo y sentir el cariño de toda esa gente que mira en la Iglesia, a través de su obispo, la esperanza” [13]— y por procurar la comunión entre los sacerdotes.

En medio de la persecución contra la Iglesia el arzobispo Luis Chávez presentó su renuncia a la arquidiócesis de San Salvador por edad y Pablo VI designó para sucederle a monseñor Romero el 3 de febrero de 1977. Su nominación tuvo promotores y detractores; hay quienes creyeron, entre ellos el mismo Romero, que fue promovido por un ala más conservadora como la persona indicada para poner en su lugar a los curas marxistas y las comunidades eclesiales de base; pero existe otra versión que asegura que en realidad fueron los teólogos de la liberación más radicales quienes eligieron a Romero: en él veían la posibilidad de tener a un obispo “manejable”.

Romero realiza de inmediato gestos concretos de solidaridad con los más pobres y rechaza el ofrecimiento de la construcción de un palacio episcopal, eligiendo como vivienda la casita del custodio del Hospital de la Divina Providencia, donde estaban internados los enfermos terminales de cáncer. El 10 de febrero de 1977, en una entrevista que le realizó el periódico La Prensa Gráfica, Romero pronunció una de sus frases más citadas: “El gobierno no debe tomar al sacerdote que se pronuncia por la justicia social como un político o elemento subversivo, cuando este está cumpliendo su misión en la política del bien común” [14].

Días después, el 20 de febrero se celebraron elecciones presidenciales. Los sacerdotes del “Grupo de Reflexión Pastoral” habían escrito una carta contra Romero y ocuparon la catedral para impedirle tomar posesión del arzobispado, por lo que la ceremonia hubo de celebrarse, el 22 de febrero, en el seminario San José de la Montaña. El maestro de ceremonias fue Rutilio Grande, quien le comentó: “Ud. debió estar en Apopa presidiendo la misa que se celebró con motivo de la expulsión del P. Mario Bernal [15], el domingo 13 de febrero. Hubiera sido la mejor toma de posesión y presen-tación eclesial; no esta de aquí ´encuevado´, como tienen que andar tantos sacerdotes” [16]. Y es que proclamar el evangelio y elegir la causa de los pobres se estaba tornando en el país cada vez más peligroso, como lo menciona Rutilo en uno de los párrafos más conocidos de su homilía durante la misa del 13 de febrero, realizada para honrar al expulsado padre Mario Bernal:

Mucho me temo, mis queridos hermanos y amigos, que muy pronto la Biblia y el Evangelio no podrán entrar por nuestras fronteras. Nos llegarán las pastas nada más, porque todas sus páginas son subversivas. ¡Subversivas contra el pecado, naturalmente! Me llama la atención la avalancha de sectas importadas y de slogans de libertad de culto, en este contexto, que se andan pregonando por allí. ¡Libertad de culto, libertad de culto! ¡Libertad de culto para que nos traigan un dios falso! Libertad de culto para que nos traigan un dios que está en las nubes, sentado en una hamaca. Libertad de culto para que nos presenten a un Cristo que no es el verdadero Cristo. ¡Es falso y es grave! [17]

El día 22 el gobierno anunció que varios religiosos no podrían regresar a El Salvador. Luego, el 26, el Consejo Central de Elecciones declaró vencedor al general Carlos Humberto Romero, candidato del Partido de Conciliación Nacional. La oposición denunció fraude y convocó a una concentración popular en la Plaza Libertad de San Salvador, la que se llevó a cabo el 28 de febrero y que terminó con decenas de muertos y desaparecidos.

El 5 de marzo en una asamblea especial, los obispos acordaron preparar un comunicado para denunciar la persecución de la Iglesia en el país y afirmar que los cristianos “van tomando conciencia del radical NO que Dios pronuncia sobre nuestro pecado de omisión”  [18].

Un acontecimiento que marca su itinerario interior

El 12 de marzo de ese mismo año, a sus 49 años, el jesuita Rutilio Grande fue asesinado por miembros de la Guardia Nacional, mientras conducía su automóvil, junto a Manuel Solórzano, de 70 años, y Nelson Rutilio Lemus, de 16 [19]. El padre Grande era párroco de Aguilares, un pueblo cuya población está compuesta sobre todo por campesinos y jornaleros. En medio de ellos, a través de pequeñas comunidades eclesiales, difundía el evangelio procurando también una promoción humana. Por medio de la fe que Grande transmitía, los campesinos entendieron que su pobreza no era voluntad de Dios, y eso incomodaba a los terratenientes que acusan al sacerdote de instigar a sus feligreses a la lucha política y sindical. Las razones de su asesinato las explica un exmiembro de la Guardia que participó en la emboscada: “Es que mucho hablaba en contra del gobierno”.

Monseñor Romero llegó al lugar donde estaban los cadáveres y, lleno de lágrimas, se lamenta por aquella barbaridad. Se enteró del crimen por un llamado telefónico del presidente saliente, su amigo personal el coronel Molina, quien le aseguró que el gobierno no había tenido nada que ver y que se investigaría para dar con los asesinos. Para Romero, Grande había sido asesinado por una predicación que fue incomprendida: “Una doctrina social de la Iglesia que se le confundió con una doctrina política que estorba al mundo: una doctrina social de la Iglesia, que se le quiere calumniar, como subversión, como otras cosas que están muy lejos de la prudencia que la doctrina de la Iglesia pone a la base de la existencia” [20].

Por iniciativa de algunos sacerdotes se programó la celebración de una única misa en la arquidiócesis para el domingo 20 de marzo con motivo del funeral del sacerdote asesinado. La misa fue realizada en la catedral de San Salvador a la que asistieron en torno a cien mil personas.

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Respecto a sus relaciones con el gobierno, aunque Romero nunca lo acusó directamente del asesinato de Grande, decidió no asistir a ninguna actividad gubernamental o entrevista con el presidente hasta que se aclarara lo sucedido. Como nunca se produjo ninguna investigación, Monseñor no asistió a ninguna ceremonia de Estado, en absoluto, durante sus tres años como arzobispo.

En tanto, los hechos provocaron en él una transformación y lo prepararon, aún más, para su entrega unos años después: “Cuando yo lo miré a Rutilio muerto, pensé: si lo mataron por hacer lo que hacía, me toca a mí andar por su mismo camino. Cambié, sí, pero también es que volví de regreso” [21]. Lo que cambió en él no fue su forma de pensar, pero sí su forma de vivir y enfrentarse con la realidad. En el centro de su prédica seguía estando la palabra de Dios, pero el sufrimiento de su pueblo y, en particular, el asesinato de su amigo, le habían quitado las vendas. Se dio cuenta de que habían quedado huérfanos de “padre”, y que ahora le tocaba a él, como arzobispo, ocupar el lugar incluso a costa de su propia vida.

Romero autorizó que los templos refugiaran a los perseguidos políticos, preparó ediciones de la Doctrina Social de la Iglesia y aumentó la tirada del semanario Orientación.

Hacia el martirio

A fines de marzo de 1977 viajó a Roma. En aquella ocasión Pablo VI alabó a los católicos salvadoreños porque procuraban poner en práctica las enseñanzas de la Populorum progressio, y en una audiencia privada bendijo la foto de Rutilio Grande que el arzobispo le mostró, y le confortó diciendo: “No todos comprenden, pero no desfallezca. ¡Ánimo!, es usted quien manda”. Luego, el 14 de junio Romero escribió a Pablo VI informando la grave situación de la Iglesia en San Salvador. Por su parte, a los católicos del país los animaba, los orientaba a rechazar las doctrinas de odio, y como señal de conversión promovía el perdón a los perseguidores, mientras que se difundían comunicados pidiendo la expulsión de sacerdotes bajo amenaza de ejecución, se profanaba la Eucaristía y se asesinaba, encarcelaba y torturaba a cientos de campesinos salvadoreños. La resonancia internacional que adquirió la persecución de los sacerdotes llevó al Comité de Relaciones Internacionales del Congreso de EE.UU. a fijar dos audiencias sobre la persecución de la Iglesia en El Salvador.

Hubo acusaciones y peticiones de destitución hacia Romero. Él se mostró dispuesto a que Roma así lo ordenase. Pero Roma, teniendo como prueba sus homilías, no vio en él ninguna falta. El arzobispo no fue destituido y el Santo Padre continuó animándolo en su tarea.

Yo tengo la conciencia muy tranquila de que jamás he incitado a la violencia. Todos esos campos pagados y esas calumnias y esas voces de radio gritando contra el obispo revolucionario son calumnias, porque mi voz no se ha manchado nunca con un grito de resentimiento ni de rencor. Grito fuerte contra la injusticia pero para decirle a los injustos: ¡Conviértanse! Grito en nombre del dolor para decirle a los criminales: ¡Conviértanse! ¡No sean malos! [22]

El 22 de enero de 1979 viajó Romero a Puebla a la segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Ahí conoció al nuevo Papa, Juan Pablo II. El viaje a México lo emprendió días después de presenciar el cuarto asesinato de un sacerdote.

Romero poco a poco se va convirtiendo en la voz de los sin voz y va haciendo que el pueblo se cuestione su realidad, mientras su figura se hacía cada vez más incómoda para el gobierno. “Fíjense que el conflicto no es entre la Iglesia y el gobierno. Es entre gobierno y pueblo. La Iglesia está con el pueblo y el pueblo está con la Iglesia, ¡gracias a Dios!” [23] Sus homilías radiadas eran un acontecimiento nacional, ahí se escuchaban nombres y apellidos de muertos, desaparecidos, y denuncias sin tapujos de la represión que sufría la población. Acusa incesantemente las injusticias perpetradas por el poder económico y político, considerado responsable directo de las oleadas de violencia que afectan al pueblo y a la Iglesia. Al mismo tiempo, predica un evangelio de la paz y de la no violencia e invita a una conversión de los corazones sin la cual se hace imposible una transformación de la grave situación por la que atraviesa su pueblo:

Ya me duele mucho el alma de saber cómo se tortura a nuestra gente, de saber cómo se atropellan los derechos de la imagen de Dios. No debía de haber eso. Es que el hombre sin Dios es una fiera. El hombre sin Dios es un desierto. Su corazón no tiene flores de amor, su corazón no es más que el perverso perseguidor de los hermanos. [24]

Su posición obtiene reconocimiento internacional: el 14 de febrero de 1978 recibe el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Georgetown, en 1979 es propuesto por el parlamento británico como candidato al premio Nobel de la Paz y en febrero de 1980 recibe el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Lovaina.

El año 1980 es un período particularmente violento para El Salvador, el gobierno actúa en estrecha relación con el grupo paramilitar “Orden” y con los escuadrones de la muerte. Entre enero y marzo son asesinados más de 900 civiles. Se intensifican las amenazas de muerte contra el arzobispo, se ataca la estación de radio que transmitía sus homilías y las religiosas que gestionan el Hospital de la Divina Providencia, donde vivía el arzobispo, reciben llamadas telefónicas anónimas intimidantes. El gobierno le ofreció su protección, pero Romero la rechazó, pues no aceptaría que lo protegiera si, a su vez, su pueblo no estaba protegido.

Muchas gracias, señor presidente, por escucharme. Pero también quiero agradecerle el haber ofrecido proporcionarme protección si yo se la solicitaba. Se lo agradezco, pero quiero repetir aquí mi posición: que no busco yo nunca mis ventajas personales, sino que busco el bien de mis sacerdotes y de mi pueblo... Antes de mi seguridad personal, yo quisiera seguridad y tranquilidad para 108 familias y desaparecidos, para todos los que sufren. Un bienestar personal, una seguridad de mi vida no me interesa mientras mire en mi pueblo un sistema económico, social y político que tiende cada vez más a abrir esas diferencias sociales. [25]

Ante esto y con una lucidez enteramente confiada en Dios, aunque no desprovisto de miedo [26], Romero esperaba su inminente martirio al que lo dispuso su confesor, el P. Azcue, en su último ejercicio espiritual.

Acepto con fe en Él mi muerte, por más difícil que sea. No quiero darle una intención, como lo quisiera, por la paz de mi país, y por el florecimiento de nuestra Iglesia […] porque el Corazón de Cristo sabrá darle el destino que quiera. Me basta para estar feliz y confiado saber con seguridad que en Él está mi vida y mi muerte; que, a pesar de mis pecados, en Él he puesto mi confianza y no quedaré confundido y otros proseguirán con más sabiduría y santidad los trabajos de la Iglesia y de la Patria. [27]

A las 6:20 de la tarde del 24 de marzo de 1980, monseñor Romero decía lo siguiente:

Con fe cristiana sabemos que en este momento la Hostia de trigo se convierte en el Cuerpo del Señor, que se ofreció por la redención del mundo, y que en este Cáliz el vino se transforma en la Sangre que fue precio de la Salvación. Que este Cuerpo inmolado y esta Sangre sacrificada por los hombres nos alimente también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí, sino para dar cosechas de justicia y de paz a nuestro pueblo. Unámonos, pues, íntimamente en fe y esperanza a este momento de oración por doña Sarita y por nosotros... [28]

En ese momento, sus palabras fueron interrumpidas por un disparo. Romero es asesinado mientras celebraba la misa en la iglesia del Hospital de la Divina Providencia por un sicario a las órdenes del exmayor Roberto D’Aubuisson, que se ocupaba de los escuadrones de la muerte y que después habría de convertirse en el líder del partido nacionalista conservador Alianza Republicana Nacionalista.

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Su causa

Como afirma el Papa Francisco, Romero fue mártir dos veces:

El martirio de Mons. Romero no fue puntual en el momento de su muerte, fue un martirio-testimonio, sufrimiento anterior, persecución anterior, hasta su muerte. Pero también posterior, porque una vez muerto —yo era sacerdote joven y fui testigo de eso— fue difamado, calumniado, ensuciado, o sea que su martirio se continuó incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado. No hablo de oídas, he escuchado esas cosas. O sea que es lindo verlo también así: un hombre que sigue siendo mártir. Bueno, ahora ya creo que casi ninguno se atreva, pero después de haber dado su vida siguió dándola dejándose azotar por todas esas incomprensiones y calumnias. Eso a mí me da fuerza; solo Dios sabe. Solo Dios sabe las historias de las personas y cuántas veces, a personas que ya han dado su vida o que han muerto, se las sigue lapidando con la piedra más dura que existe en el mundo: la lengua. [29]

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El 24 de marzo de 1993 se inicia la causa de su canonización y en 1996 se nombró postulador a Mons. Vincenzo Paglia. La demora del proceso se debió a una interrupción “prudencial”, pues no había certeza de si su martirio había sido in odium fidei [30]. Como aclara Santiago Mata en una edición especial de VN por su beatificación:

En el caso de Romero, hay también que constatar la existencia de una persecución religiosa y de su denuncia por parte del prelado, molesta para el opresor. Además, la decisión última de matarlo se tomó el 23 de marzo de 1980, cuando proclamó en una homilía: “Ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la Ley de Dios que dice: no matar”. De quien considerara esto odioso y razón suficiente para matar a quien lo dijo, es obvio que puede decirse que odia la Ley de Dios que Romero invocaba, y sigue, en cambio, la ley del pecado, que el obispo rechazaba.

La muerte de Romero se debe a su coherencia con la fe y con el magisterio de la Iglesia, “hasta el punto de que él se sentía preparado y dispuesto al martirio” [31]. El voto expresado por la Congregación de las Causas de los Santos fue unánimemente positivo sobre el martirio formal y material que él sufrió como pastor de la Iglesia.

La figura de Romero nos resulta a muchos contradictoria, por la confluencia de elementos que, desde una mirada mezquina y atrincherada, parecieran no calzar. En él vemos a un sacerdote excepcional, a un obispo excepcional, a un luchador social y a un mártir. No solamente no era un subversivo, sino que predicó siempre con insistencia la caridad cristiana, la conversión y el perdón como auténtica revolución y liberación del pecado y de las injusticias sociales. Fue siempre fiel al Magisterio, en comunión con los Papas y con el Concilio Vaticano II, supo dar un testimonio heroico de fortaleza, aun sabiendo que podría pagar con su propia sangre esa valentía. Finalmente, si fue capaz de amar con tal heroísmo cristiano, fue porque siempre procuró encontrarse con la Palabra en la meditación, la formación y la oración personal.

Sus continuas llamadas al diálogo, para que los ricos no se aferraran al poder, y los oprimidos no optaran por las armas, no surtieron efecto, a pesar de la popularidad que alcanzaron sus homilías dominicales. Luego de su muerte se continuaron violando los derechos humanos, provocando una guerra civil que duraría once años y causaría 70.000 muertos. No obstante Romero siempre abogó, en primer lugar, por la conversión de los corazones, pues ninguna lucha por la justicia social tendría efecto si antes las personas no se dejaban tocar por el amor de Cristo y su llamado a la conversión. Y la voz de los mártires es más fuerte que la de los factores de división [32].

La misa iniciada por Romero el día de su asesinato no pudo terminar, así como tampoco pudo terminar la misa de su funeral, el domingo 30 de marzo. Esta fue saboteada con bombas y balas, lo que provocó el pánico de la multitud y una estampida humana que dejó 44 víctimas y muchísimos heridos. Hasta el día de su entierro no dejó de gritar “basta de violencia, de represión mezquina, de venganza, de injustas desigualdades”, “él sigue hablando y pidiendo nuestra conversión” [33]. La vida de este santo fue un sí decidido y sin miedo a la civilización del amor.


Notas 

[1] Romero, Monseñor Óscar, Homilía. San Salvador, 24 de marzo de 1980.

[2] Carta del Santo Padre Francisco con motivo de la beatificación de Monseñor Óscar Arnulfo Romero Galdámez, 23 de mayo de 2015.

[3] Mata, Santiago, Monseñor Óscar Romero, pasión por la Iglesia. Palabra, Madrid, 2015. 554 págs. Santiago Mata es licenciado en periodismo y doctor en historia. Dio sus primeros pasos en el periodismo como redactor de Mundo Cristiano. Como historiador, ha publicado una trilogía sobre la historia reciente de España (El Tren de la Muerte en 2011, Holocausto católico, los mártires de la guerra civil en 2013 y El sueño de la Transición en 2014) y otras obras como Ramon Llull, el hombre que demostró el cristianismo (2006).

[4] 19 enero 1945 en Mata, Santiago, Monseñor Óscar Romero, pasión por la Iglesia. Palabra, Madrid, 2015.

[5] Ibid. 16 de febrero de 1945.

[6] Ibid. 16 de marzo de 1945.

[7] Ibid.

[8] Ibid.

[9] Ibid.

[10] Spadaro S.I., Antonio, “Óscar Arnulfo Romero, testigo de la fe y de la justicia”. La Civiltà Cattolica Iberoamericana N°21, 2018.

[11] Cfr. Ibid.

[12] Homilía 30 de octubre de 1977. En: Romero, Óscar. Día a día con Monseñor Romero: (meditaciones para todo el año). Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

[13] Ibid. Homilía 25 de septiembre de 1977.

[14] Romero, Monseñor Óscar, Entrevista realizada para La Prensa Gráfica, 10 de febrero de 1977. En: Mata, Santiago, Monseñor Óscar Romero, pasión por la Iglesia. Palabra, Madrid, 2015.

[15] El sacerdote colombiano Mario Bernal Londoño, que servía en El Salvador, había sido secuestrado el 28 de enero de 1977 frente al templo Apopa cerca de San Salvador —supuestamente por guerrillas— junto con un miembro de la parroquia, quien salió salvo. Posteriormente el padre Bernal fue expulsado del país por el gobierno.

[16] Ibid. 22 de febrero de 1977.

[17] Ibid. Homilía. 13 de febrero de 1977.

[18] Ibid. Obispos de El Salvador, 5 de marzo de 1977.

[19] En marzo de 2015, el arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar Alas, anunció que se abriría una investigación sobre la vida del padre Rutilio Grande en aras de formar una causa de beatificación.

[20] Homilía lunes 4 de marzo de 1977. En: Mata, Santiago, Monseñor Óscar Romero, pasión por la Iglesia. Palabra, Madrid, 2015.

[21] Ibid. Testimonio de una conversación con el jesuita César Jerez.

[22] Homilía 1 de diciembre de 1977. En: Romero, Óscar. Día a día con Monseñor Romero: (meditaciones para todo el año). Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

[23] Ibid. Homilía 21 de diciembre de 1979.

[24] Ibid. Homilía 5 de diciembre de 1977.

[25] Ibid. Homilía 14 de enero de 1979.

[26] Cuentan que los días previos a su asesinato el arzobispo estuvo especialmente paranoico.

[27] Romero, Monseñor Óscar. Cuaderno de ejercicios espirituales. En: Mata, Santiago, Monseñor Oscar Romero, pasión por la Iglesia. Palabra, Madrid, 2015.

[28] Romero, Monseñor Óscar, Homilía. San Salvador, 24 de marzo de 1980.

[29] Francisco, Discurso a una peregrinación de la República de El Salvador, 30 de octubre 2015.

[30] Cfr. Spadaro S.I., Antonio, “Óscar Arnulfo Romero, testigo de la fe y de la justicia”. La Civiltà Cattolica Iberoamericana N°21, 2018.

[31] Ibid.

[32] Cfr. Juan Pablo II en conmemoración ecuménica, Jubileo del año 2000. En: Francisco, Gaudete et exsultate, 2018.

[33] Palabras de su postulador, Vincenzo Paglia, con motivo de su beatificación.


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