Explorando desde hace años las relaciones de Jacques Maritain con la literatura a través de su correspondencia con los escritores contemporáneos, me percaté de que, más allá de la búsqueda de una solución teórica de las relaciones entre moral y literatura, elaborada en distintas obras. 

La novela y la poesía son el espejo de la vida del escritor, que se expresa en la emoción poética y se identifica en los protagonistas del relato, y al mismo tiempo influyen en la vida del lector adentrándose en su conciencia casi hasta el punto de una verdadera identificación. Es preciso salvar la autonomía del arte, porque la belleza es una categoría absoluta, y afirmar al mismo tiempo la responsabilidad del escritor, porque la obra literaria es un producto de consumo intelectual, que va mucho más allá de las intenciones del poeta y el novelista. También es preciso tener en cuenta la persona del artista, que en su obra pone en juego su destino.

Explorando desde hace años las relaciones de Jacques Maritain con la literatura a través de su correspondencia con los escritores contemporáneos, me percaté de que, más allá de la búsqueda de una solución teórica de las relaciones entre moral y literatura, elaborada en distintas obras, desde Arte y escolástica (1920) hasta Fronteras de la poesía (1935), desde La intuición creativa en el arte y en la poesía (1953) hasta La responsabilidad del artista (1960), la preocupación del filósofo tenía relación con la salvación de las almas, tanto de los autores como de los lectores. En ambas fuentes de esta aventura espiritual, fue determinante la presencia de Raïssa Maritain, sobre todo con sus oraciones, pero también con sus consejos [1].

Al reconocer la autonomía del arte, Maritain habla de una inocencia creativa, refiriéndose al escritor que se libera de todo condicionamiento, buscando únicamente la pureza de las señales que emplea, y escribe: «Existe un lugar tan profundo que ningún influjo de sufrimientos, escisiones, vicios o fracasos, pasiones e instintos que puedan acechar el libre arbitrio puede afectar su integridad ontológica. En este lugar no hay conflicto alguno entre los sentidos y la razón, porque no hay división» (X, 560-61). Aun cuando la vida del artista sea inmoral, su inocencia creativa permanece en la pureza de la intuición poética; pero ésta no es la inocencia moral, y en una larga carta a Cocteau, que desearía justificar su comportamiento inmoral, escribe: «La pureza del artista, por mucho que le cueste, de nada le sirve para la salvación de su alma» (III, 710). La poesía está junto a Dios en la creación, no en la salvación (la poesía de la cual se habla no es puramente la poesía en versos, sino aquella que es el alma de todas las artes, independientemente del medio expresivo utilizado, verbal o no verbal, figurativo o informal, gestual, como en la danza, o sonoro, como en la música). «Así como el santo realiza en sí mismo la obra de la pasión, el poeta realiza la obra de la creación, colabora a los equilibrios divinos (…), está connaturalizado con las potencias secretas que se solazan en el universo» (III, 710).

La poesía es una alusión, un presentimiento, un deseo oscuro de vida sobrenatural, que en cierto modo no es de este mundo y nos lleva más allá de las apariencias; pero el bien de la poesía no es el bien del poeta, sino de su obra: «aun cuando se agruparan todas las obras maestras existentes, no podría obtenerse de las mismas un movimiento de caridad» (III, 709). Todos los poemas del arte y todos los sistemas de la filosofía no alcanzan a tener el valor de un acto de amor. «Compréndanme bien. Como la metafísica, yo sólo rebajo la poesía ante Dios, y no se rebaja la poesía al rebajarla ante Dios. Muestro su grandeza. Nadie se acerca tanto al mundo sensible como el sabio y el poeta, salvo el santo, que no es más que un solo espíritu con Dios y por consiguiente infinitamente más cercano a Él que cualquier otro» (III, 710). El arte restituye el paraíso, no en la vida, sino en las obras; pero la perfección de hombre no está en sus obras, tiene relación con la persona y su destino sobrenatural, y aquí uno se encuentra con el pecado y la gracia. El arte no es un sacramento y no puede redimir el mal: «Ilusionista, transfigura el mal, no lo sana» (III, 712).

Los Maritain sabían que la vida de muchos novelistas y poetas era inmoral, que Gide en su inmoralidad fascinaba a los jóvenes, que los surrealistas habían teorizado que sólo abandonándose a lo irracional y al instinto, más allá de toda regla, era posible el acceso a la poesía; pero se sumergieron en su mundo para salvarlos, a menudo de la desesperación y el suicidio. Tenían conciencia de las dificultades que encontrarían, y Jacques recuerda en el prefacio del diario de Raïssa: «El trabajo emprendido cándidamente por nosotros consistía en realidad -como todo trabajo que procura abrir el mundo de la cultura profana, el arte, la poesía y la filosofía a las energías del fermento cristiano- en atacar al demonio en su propio terreno. Se trataba de desalojar de sus posiciones a quienes San Pablo llamaba «principes et potestates, mundi rectores, tenebrarum harum et spiritualia nequitiae», contra los cuales se dice que el cristiano debe luchar más que contra la carne y la sangre. Ahora comprendo mejor por qué debió sufrir tanto». Era ella quien soportaba el peso mayor del combate, en la profundidad invisible de su oración y su ofrenda» [2]. Las relaciones epistolares de los Maritain con Jean Cocteau, Max Jacob, Maurice Sachs, Jean Bourgoint, René Crevel y Julien Green son documentos preciosos de un apostolado difícil, que jamás decae en rigurosidad moral, ni siquiera en la comprensión fraterna.

Esta aventura espiritual comenzó con André Gide. Sabiendo que el escritor estaba a punto de publicar un diálogo autobiográfico titulado Corydon en defensa de la homosexualidad, Maritain le pidió un encuentro para procurar disuadirlo. Escribe a su amigo Charles Journet, un teólogo del seminario de Friburgo, en Suiza [3]: «Querido y buen amigo, rece por mí esta semana. Espero al mayor corruptor de esta época (comprenderá usted de quién se trata), que debe fijar conmigo un encuentro. Le escribí pidiéndole encontrarme con él. Se trata de conseguir que renuncie a publicar un pequeño libro detestable. Si no se retracta (como es mi temor), será una especie de combate contra el demonio, con la salvación de muchas almas en juego. Tiemblo al pensar en mi ineptitud. Sólo cuento con las oraciones de los amigos de Dios» (10 de diciembre de 1919). La misión de Maritain no tiene éxito. Gide, en su Journal, recuerda la visita con palabras despreciativas; pero Maritain, «de corazón suave y cabeza dura», como le gustaba decir a Cocteau, no podía no intentar la tarea.

Jean Cocteau y sus amigos

Las citas anteriores sobre las relaciones entre mística y poesía están extraídas del intercambio público de dos largas cartas entre Maritain y Cocteau en 1926 [4], poco después de volver el poeta a la fe; pero la correspondencia entre ellos, que cubre el período entre 1923 y 1963 [5], trata también sobre la moral, porque Cocteau, que se liberó con dificultad del opio, en el cual había caído después de la muerte de su amigo R. Radiguet, vivía dramáticamente su homosexualidad, cediendo a menudo al instinto hasta justificar su comportamiento inmoral. Su fe era sincera, hasta el punto de llevar a sus compañeros a Meudon para que Maritain los ayudase, los liberase del vicio, y de participar en la decoración de varias Iglesias de la Costa Azul, entre ellas la pequeña Iglesia románica de Villefranche sur mer, pintada enteramente al fresco con un ciclo dedicado a la vida de San Pedro, escribiendo a los Maritain, que en ese momento estaban en Estados Unidos: «Querido Jacques, adivine cómo pienso en usted y Raïssa en medio de los ángeles de mis bóvedas y cómo me guía su amistad lejana y cercana. Me ayuda a evitar las trampas de las curvas y las perspectivas. Mil votos por que todo esté bien de vuestro Jean» (17 de enero de 1957) [6]. Cocteau pensaba también en otras trampas, que procuraba con dificultad evitar, ya que conocía bien la inflexibilidad de Maritain.

Cuando Cocteau escribe el Libro blanco, una especie de autobiografía erótica, para reivindicar el derecho a comportarse de ese modo, el filósofo lo acosa con una serie de cartas. «El amor unitivo es fecundo. La homosexualidad destruye este orden y es al amor lo que la magia a la sabiduría. No es a causa de un prejuicio atribuido a San Pablo ni a la educación en el seminario que la Iglesia condena la homosexualidad, sino por razones eternas. No olvide la severidad de Dios en el antiguo testamento, la historia de Sodoma y Gomorra. Agrego que no basta amar a Dios a través de sus criaturas y en ellas. La gracia pone en nosotros un amor directo, inmediato a Dios, siendo Él mismo amigo y comensal. Ése es el amor de Dios sobre todas las cosas. Es Él quien llama a la puerta. Él es exigente, como lo son quienes aman; Él tiene mensajes terribles. Y no es posible evadirlo» (6 de julio de 1927). Poco después: «no basta reconocer a Dios en la belleza de las criaturas, que todavía son imágenes, sino que es preciso querer ofrecer a Dios un corazón tan purificado que Él pueda mostrarse en toda su belleza. Sólo entonces desaparecerán todas las dudas a propósito de sus mandamientos» (11 de agosto de 1927). Max Jacob [7], poeta y judío converso, que se había liberado de este vicio, encontrándose en retiro en el monasterio de San Benito en el Loira, se percató de esa situación ambigua y escribió a Maritain: «obviamente, Jean está cansado de vislumbrar una meta que creía alcanzar. No puede decidirse a ser medio cristiano ni está hecho para ser de golpe un gran cristiano. No quiere ser cristiano día por medio, por el momento no puede ser otra cosa. Renuncia o ya renunció o renunciará y retrocederá. Le escribí lo que pude, no es gran cosa. Le escribí diciéndole que sea indulgente consigo mismo y se confiese con frecuencia» (7 de mayo de 1926). Maritain no acepta que se ceda, enfrenta a Cocteau y quiere detener la publicación: «Si usted quiere hablar de la homosexualidad, tendría que empezar por tener una vida de pureza de acuerdo con la voluntad de Dios, que conoce muy bien. Y luego habría que hablar del tema de acuerdo con la gravedad del problema y con toda la verdad del Evangelio. Es su salvación lo que está en juego, Jean, y es su alma lo que quiero defender. Entre el demonio y yo, elija a quién amar. Si me ama, no publicará este libro y me entregará en custodia el manuscrito» (13 de junio de 1928). El filósofo se siente comprometido también por las cartas sobre la naturaleza de la poesía que han publicado juntos, y agrega: «además, usted es católico y lo ha dicho públicamente. Ahora bien, la posición que defiende en el libro es esencialmente no católica. Está presente entonces el equívoco, que escandaliza las almas, no como el escándalo fariseo, que es despreciable, sino como el escándalo que Jesús maldice… Quien no tiene piedad por los homosexuales es la naturaleza… La caridad de Dios, que es sobrenatural, comprende a quienes llevan esta carga, con la condición de que se vuelvan eunucos (como muchos otros) por el reino de Dios, transmutando su herida de la naturaleza en un privilegio de gracia. Para nadie existe otro medio de salvación fuera de la cruz» (15 de junio de 1928) [8].

Cocteau siente toda la desaprobación de Maritain y le escribe: «Querido amigo, desearía recibir dos líneas suyas para tener la certeza de que no está usted enojado por alguna cosa y me considera digno de su ternura. Hay en mí un espacio sumamente vago, pero intacto, y blanco como la nieve. Sufro mucho, y sin su ternura, sin Raïssa y sin Meudon, estaré perdido» (6 de noviembre de 1928). Maritain, hablando con Julien Green de esta desagradable situación, dice sobre Cocteau: «no hay que tolerarlo, sino amarlo, y respetarlo si lleva su cruz como Jesús le ordena (y como se lo ofrece la Gracia); pero temo que reivindique para su mal el derecho de ciudadanía ante Dios y quiera llamar bien al mal y mal al bien. Le hablo de estas cosas, mi querido Julien, porque siento dolorosamente todo cuanto hay de tenebroso en esta «blancura». Hemos llegado a una época en la cual el jefe de las tinieblas de este mundo se disfraza de ángel blanco, una época maldita, la época del Leviatán [9], sin duda» (14 de diciembre de 1928). Maritain se opone a la pretensión de Cocteau de legitimar su comportamiento, de exigir un derecho de ciudadanía para un comportamiento objetivamente anómalo. La situación se agrava cuando el poeta escribe el prefacio del libro yo adoro de su discípulo Jean desbordes, que pretende ser un homosexual cristiano. Maritain escribe a desbordes: «usted es joven y las ilusiones que hoy abriga pueden disiparse. El daño que se hace a usted mismo con este primer libro no es incurable, siempre que un día sus ojos se abran ante el pecado que crucifica a Cristo y comprenda que mezclar el vicio con la curación es el peor de los sacrilegios» (15 de julio de 1928). Con Cocteau, las palabras son aún más duras en una carta enviada desde la Cartuja de la Valsainte (Suiza): «En cuanto a las flores del pecado, éstas son precisamente la alfombra del infierno. Si usted se detuviera un momento a pensar en lo que es Dios, no hablaría como lo está haciendo. Rezo mucho por usted en este lugar donde la contemplación es la única realidad. Tengo piedad de su alma y tiemblo por usted. Cuando comparezca ante Dios ya no podrá revestirse de imágenes, estará desnudo. Nosotros sólo tenemos un recurso, la misericordia infinita del que murió por nosotros. Podernos sumergir en esta misericordia es nuestra única esperanza, pero eso supone que lloremos por nuestros pecados» (25 de agosto de 1928). Esta explícita condena de la culpa no impide al filósofo seguir siendo amigo del poeta inquieto, aun cuando entre ambos la incomprensión es profunda. Cocteau procura explicarse, quisiera justificarse: «No me conteste porque me contestará teológicamente, mientras yo sólo puedo comprenderlo a usted cordialmente» (2 de abril de 1931). Maritain le escribe desde Washington: «Si alguien lo ha creído perdido no es de mi parroquia. A ambos lados del Atlántico, siempre veo en el cielo una estrella cuyo reflejo tiene su nombre y es una mirada de la bondad de Dios» (7 de noviembre de 1934).

Cuando Maritain, desde su retiro con los pequeños hermanos de Jesús, envía a Cocteau El diario de Raïssa, recibe esta carta: «he devorado lenta y suavemente El diario de Raïssa. Me pregunto si existe una nobleza de espíritu comparable con la suya. En comparación con ella, me parece que todos nosotros chapoteamos en el lodo. ¡Y en qué no se convierten los recuerdos a través de su alma! Estoy impresionado con los pasajes vinculados conmigo. Ha pasado una larga ola de agua fresca por mi corazón. Muchos santos deben su beatificación a sus crisis. En Raïssa nunca hubo crisis… Ella cree sin necesidad de pruebas (actitud que siempre me asombra en pascal). Ella cree porque imagina que no es posible no creer. Este libro, impregnado de esa gracia infantil que ella encontró en su rostro después de caer la máscara del sufrimiento, la canoniza sin pompa. Es una santa secreta, una reina de ese mundo invisible de la verdadera poesía» (25 de diciembre de 1962).

Poco después de la muerte del poeta, Green escribe a Maritain: «La última vez que lo vi, en su habitación del Palais-royal, tenía colgada en la pared una imagen de la Santísima virgen, y sobre la mesa, junto a él, un crucifijo. Hace un tiempo le dijo a Jean Denoel (consejero y amigo de Gaston Gallimard, ejecutor testamentario del poeta): «¿Quién rezará por mí cuando yo haya muerto?»» (28 de enero de 1964). Y Maritain responde: «¡pobre Jean! Era mucho más auténtico de lo que la gente creía. Nunca renegó de la fe. Recuerdo cómo rezó (como un niño) junto al lecho de muerte de Raïssa. Tengo gran confianza en la misericordia de Dios con él» (13 de febrero de 1964).

Maurice Sachs y Jean Bourgoint

En torno a Cocteau, atraídos por su encanto y su poesía, se movían muchos jóvenes. Uno de ellos, Maurice Sachs (1906-1945) [10], un joven judío que conoció al poeta a los diecisiete años, escribe en su autobiografía: «La enseñanza de Cocteau, si se quiere resumir en pocas líneas, era: creer en la poesía como en la expresión más elevada de la naturaleza humana, creer en Orfeo, el poeta que conoce los misterios de la vida y la muerte, creer en la ternura y en la amistad. Ser confiados. Amar. No desear regla alguna, no someterse a la moral común. No traicionar jamás a quien pertenece a tu círculo, depositar una y otra vez la confianza en todos sus integrantes. Tener curiosidad ante toda creación espiritual, amar la pintura y la música después de la poesía (…) los extraños nos encontraban demasiado inmorales y liberados de las convenciones [11]». Cocteau llega a Meudon, a casa de los Maritain, en julio de 1924, y por algún tiempo recupera la paz, hasta el punto de colaborar en la fundación de la colección «Le roseau d’or», en oposición a la Nouvelle Revue Française de Gide, en la cual publica algunas obras. En su Journal, Raïssa anota la conversión de Cocteau, es decir, su regreso a la fe y a la práctica de los sacramentos, en junio de 1925 (XV, 320-321).

El poeta acompaña a Meudon también a algunos de sus muchachos. Maurice Sachs se convierte al catolicismo y recibe el bautismo, siendo Raïssa su madrina y Jacques el padrino, por poder en lugar de Cocteau, impedido ese día. Con todo, Raïssa está preocupada y escribe en el Journal: «a pesar de todo, no estoy tranquila. Este muchacho tiene algo oscuro que me inquieta» (XV, 324). Algún tiempo después, Sachs recibe la confirmación, pasa todo el mes de diciembre en casa de los Maritain y decide ingresar al seminario de los carmelitas de parís, pero luego se retira para volver a su vida inmoral. Al enterarse de su intención, Raïssa le escribió. «Me perturban la alegría y la angustia, en usted Dios sobrepasa mis esperanzas, no estoy preparada para recibir tanto. Todavía no estoy preparada para imaginar para usted los sufrimientos que le esperan en la vida que ha emprendido. Perdóneme ser en estas circunstancias de una debilidad materna. Quisiera que usted se ahorrara los sacrificios que yo aceptaría con alegría para mí; pero su deseo es demasiado bello y justo como para que yo no quiera con todo el corazón verlo realizarse» (20 de octubre de 1925). Jacques está preocupado por la situación y le escribe: «usted vivió en forma horrenda antes de ser cristiano. Es normal que ahora Dios le pida sacrificios desgarradores. En todo caso, es la única manera con la cual puede darle testimonio del deseo de reparación… El gusto por la vida mundana que se ha apoderado nuevamente de usted, su deseo de escribir (un novelista más, un sacerdote menos…) y viajar manifiestan esas tentaciones clásicas que el demonio hace surgir cuando el corazón se oscurece… Espero con todo mi corazón que pueda salir de la mejor manera de esta prueba. La intensidad de esta esperanza no disimula su fragilidad… Suplico a Dios todos los días que lo fortifique… Lo abrazo» (1º de octubre de 1926). Sachs pasa un tiempo en San Benito, en el Loira, en una celda junto a Max Jacob, como recuerda en varias páginas de su diario. Me impresionó especialmente una de ellas sobre un viaje a Bretaña, en que ambos están en un hotel: «más tarde el poeta recorría el camino del vía Crucis en su habitación, donde había colgado en la pared las catorce estaciones de la pasión, pintadas para la ocasión, para rezar delante de cada una. La belleza y la inspiración pura de esos modestos dibujos me impresionaron. Estimulé a mi amigo para que hiciera un volumen con los textos de sus meditaciones matutinas» [12]. Max Jacob, judío converso, morirá en un campo de concentración alemán.

Tampoco esta residencia libera a Sachs de su deseo de vida mundana, y en lo sucesivo se gana la vida trabajando con diversas editoriales. Llega a ser director de una colección en la cual Cocteau desea publicar El libro blanco, y responde negativamente a Jacques cuando éste le pide no publicarlo. Entre 1930 y 1933, Sachs vive en los Estados unidos, desde donde escribe a Raïssa: «En cada peldaño de la vida caótica me dirijo con el pensamiento hacia su paz y a menudo espero que podamos encontrarnos dentro de poco tiempo y saborear una vez más la paz profunda que usted sabe entregar… Estoy exhausto con los viajes, las conferencias, las preocupaciones y las complicaciones. Nunca puedo hablar del mañana…» (Julio de 1933). Después de su primera autobiografía, La década de la ilusión, escribe una segunda, de publicación póstuma, El aquelarre, recuerdos de una juventud tempestuosa, más desprejuiciada aún. Sachs causó desilusión y tormento a Raïssa, que escribe en una carta a Maurice Perquin, sacerdote canadiense: «… estamos bastante sorprendidos por lo bien que habla de nosotros nuestro ahijado… nos alegra saber que en medio de tantas tentaciones y debilidades, ha evitado caer en la ingratitud. Y hay otro mérito en su favor: el hecho de no haber disfrazado el mal con falsas teorías, como lo han hecho autores famosos, sino haber llamado mal al mal… Sólo Dios puede conocer el grado de su responsabilidad en el mal, y nosotros, que conocemos en cierta medida el pesado legado recibido de los suyos, no lo juzgamos. Que Dios se apiade de él, vivo o muerto» (16 de noviembre de 1947). No se sabe de hecho cómo fue su muerte, si ocurrió durante o después de la ocupación alemana, habiendo él terminado por colaborar con los nazis.

Es muy distinta la aventura de Jean Bourgoint (1905-1966) [13], otro joven del grupo, iniciado en la homosexualidad y el opio por Cocteau, que se inspiró en él y su hermana como modelos de los dos protagonistas de la novela Les enfants terribles (1938), en la cual describe la desesperación de la juventud moderna. Cocteau acompaña al joven a Meudon, donde los Maritain, en 1925. El muchacho descubre poco a poco el cristianismo y recibe el bautismo el 19 de octubre de 1926. El suicidio de su hermana lo sume en la desesperación. Maritain lo envía al Mas de Fourques, al taller de su amigo pintor Jean Hugo (1894-1984), biznieto del famoso novelista, donde encuentra a un artista polaco, Alex Ceslas Rzewuski (1893-1983), que después de tener una vida desordenada, ingresó a la orden dominicana, escandalizando a sus amigos parisinos [14]. además de salvar a Bourgoint del vicio, esta cadena de amistades lo encamina hacia una vocación religiosa radical. El padre Rzewuski lo lleva con él al convento dominico de Tolosa, pero Bourgoint decide hacerse trapense y entra a los monjes cistercienses con el nombre de Frère Pascal, y en 1964 parte a Camerún para prestar asistencia a los leprosos. Jacques Maritain le escribió en 1926: «Estoy contento de que a usted le haya gustado mi Respuesta a Cocteau. ¿Cómo hablar dignamente de estas cosas del cielo? ¿De esta luz del cielo descendida entre nosotros, que pasa por su alma, Jean, y por el alma de Maurice (Sachs), y de la cual se ve un reflejo en sus ojos? Tenga confianza, mi pequeño Jean. En primer lugar, Jesús lo ama, y su amor vela siempre por usted. Arrímese a este amor» (16 de marzo de 1926). Maurice Sachs y Jean Bourgoint, dos muchachos de Cocteau que los Maritain aman con ternura, dos caminos y dos finales distintos: la gracia de Dios respeta siempre la libertad del hombre, y sólo queda el sufrimiento para implorar la misericordia de Dios.

Los jóvenes poetas surrealistas

Después de considerar las relaciones de Maritain con Cocteau y sus amigos, es preciso analizar también las que tuvo con los surrealistas, porque su estética está en los antípodas de André Breton, que después de estudiar medicina, orientándose en la neuropsiquiatría, estudió a Freud, y bajo la influencia de Apollinaire se dedicó a la poesía llegando a ser el teórico del movimiento surrealista.

La poesía tiende a la belleza como correlación natural de sí misma, más allá de todo fin; pero la belleza -advierte Maritain- sólo es uno de los nombres divinos. No se debe divinizar la belleza, divinizarla implica profanarla y perderla. La poesía contemporánea ha separado la creación artística de la belleza del Ser primero, terminando en la experiencia del vacío, porque ha adorado la belleza creada. El surrealismo lleva esta situación hasta sus últimas consecuencias en una especie de gnosis mágica o misticismo negro en el cual el conocimiento poético mismo pretende convertirse en conocimiento absoluto, pero sólo encuentra la nada y el vacío del yo egocéntrico. Jacques observa que con los surrealistas el proceso de la creación poética se pervierte: «la meta suprema no es la liberación del sentido poético ni la creación pura, sino la búsqueda del propio yo humano a través de la poesía». Para llegar a este objetivo los surrealistas quieren liberarse de la razón misma, y señala: para ellos «no se trata sencillamente de liberarse de la razón conceptual, lógica y discursiva, sino de liberarse de la razón, de la suprema autonomía de un poder espiritual por naturaleza, para desencadenar los poderes infinitos de lo irracional que están en el hombre» (X, 201). Raïssa analiza esta tensión hacia lo absoluto, que en el subconsciente del espíritu sólo la gracia de Dios puede satisfacer, pero más allá de los límites naturales de la poesía, desviada por los surrealistas con una pretensión de captar lo absoluto en el subconsciente instintivo de los automatismos psicológicos: «del recogimiento pasivo en lo mejor de uno mismo, raro y fecundo, que en cierto modo es preciso merecer, los surrealistas pasaron a la pasividad del automatismo psicológico… En cuanto a la poesía, su error consistió en creer que su verdad substancial se expresaría a través de este mecanismo psíquico… pero el automatismo desliga lo que la concentración y el recogimiento llevan a la unidad» (XV, 667-668). En esta búsqueda de la poesía pura, los surrealistas corrompieron a muchos poetas jóvenes.

Los Maritain establecen relaciones con algunos de estos jóvenes, teniendo éxito con Paul Sabon y André Grange y fracasando con René Crevel. En sus escritos autobiográficos y en su correspondencia se encuentra la descripción de estas aventuras espirituales. Raïssa recuerda las visitas de estos poetas a Meudon: «El padre Carlo (Henrion) tuvo una función importante en la conversión de Paul Sabon, joven poeta dotado de aptitudes extraordinariamente ricas, pero que vivió demasiado poco para entregarlas en su justa medida. Se acercó a Breton como si fuera la poesía en persona… Sin saciarse con los frutos amargos del surrealismo, herido en el cuerpo y el alma… conquistó nuestro afecto con su rectitud y la fidelidad de su afecto. Ocupó varios meses en sanar de la desesperación que lo había inundado, y muchos meses más en comprender que la libertad espiritual está ligada con la verdad» (XIV, 1005). Señala otro texto de Raïssa: «nos dijo que sentía el demonio entre los surrealistas, con todas sus ilusiones y engaños» (XV, 330). Sabon dejó un precioso testimonio sobre Jacques, en el cual analiza su estado de ánimo en esos meses de desesperación: «todos los días consideraba absurda mi búsqueda sin objetivo, y me reprochaba mis visitas a Meudon, pero volvía allí como al único lugar donde podía sentirme tranquilo». Agrega hablando de Jacques: «nunca lo sorprendía en una falta, me seducía su gran dulzura, su paso despreocupado y familiar, esa liviandad que ocultaba mal una transparencia a cuyo fondo yo no podía llegar. Nada me atraía más que la humildad que sentía en él… me liberaba a medias, prisionero de los hábitos adquiridos con ayuda de una literatura de la cual no sabía desprenderme… me retiraba en mí mismo sintiendo claramente que había sido descubierto. No me atrevía a manifestarle la amistad que ya sentía por él». Es aún más trágica la historia de André Grange, joven poeta, amigo de Cocteau, seducido por el surrealismo. Se dirige desesperado a Maritain, y Jacques, al ver el abismo de su inquietud, piensa que sólo la mística podría salvarlo, y lo invita a leer el compendio de reflexiones de San Juan de la Cruz, elaborado por el padre Bruno di Gesù-Maria. Maritain relata el siguiente episodio: «Conocí a un joven de veinte años, ardiendo en deseos de liberarse, que desconocía el camino y al cual una falsa poesía, diabólica, lo había lanzado a esas experiencias espirituales en que el alma se destruye y quedando vacía, pero no de su Dios, se embriaga gozando del gusto equivocado por una libertad infinita en el éxtasis de la nada. Alguien, considerando que esta alma, después de tomar contacto con la noche profunda desde abajo, no habría podido sanar sino vislumbrando la noche realmente sobrehumana, le dio un resumen del pensamiento de San Juan de la Cruz» (IV, 1213). El joven se enferma, llama al cura de la parroquia, se confiesa y comulga. Luego la enfermedad se precipita. Raïssa escribe en el Journal: «Jacques, advertido por Paul Sabon de la gravedad de la enfermedad, fue a verlo en la mañana. Grange comunicó a Jacques, como a todos lo que fueron a verlo ese día, su felicidad a pesar de estar en medio de atroces sufrimientos físicos, diciendo: ‘todo lo ha hecho San Juan de la Cruz’. Y dijo a Sabon: ‘Estoy feliz, ahora lo sé. Haz tú lo mismo que yo’ » (XV, 329).

Ante estas conversiones, Raïssa comenta: «todo esto demuestra que el mejor camino para todas estas pobres almas es el conocimiento de la doctrina católica del amor divino» (XV, 330). Sabon murió en paz con Dios, prestándole asistencia el padre Michel Riquet, alumno de Maritain en el Institut Catholique, que entró a la Compañía de Jesús. No ocurrió lo mismo en el caso de René Crevel, que también estuvo en Meudon y mantuvo una breve correspondencia con Jacques, porque no logró sustraerse a la influencia perversa de Breton, que en 1929 le atribuyó un certificado de ortodoxia y buena conducta surrealista. Maritain le escribe el día de Pascua de 1926: «Cuando usted vino a Meudon, yo todavía no había leído Mi cuerpo y yo. Después de leer este libro, le mentiría si no le dijese que sentí por su alma una inmensa compasión. Hay en usted dones y algo de la infancia que conmueven el corazón, todo lo cual es una base auténtica de su sinceridad y da lugar a la esperanza. Tiene usted una rica experiencia del cuerpo, ve muy bien la desolación y la soledad a las cuales es reducida el alma por este querido cuerpo. ¿Cómo saldrá de ahí? Los milagros son posibles, pero es preciso desearlos o al menos pedirlos. ¿Leyó el diálogo del alma y el cuerpo, de Santa Catalina de Génova?… ojalá pueda usted amar su alma y tener piedad de ella. Al final de su libro hay una oración sin pronunciarse. Recuerde que las mejores oraciones no se hacen con palabras, sino puramente con el deseo» (4 de abril de 1926). El joven poeta le responde preguntando dónde se puede encontrar el libro y le confía sus dudas existenciales, contándole que está sumergido en un vacío «que no es la nada, sino el estado de ánimo de un ser que no se conoce» (9 de abril de 1926). No se sabe si hubo otros encuentros y otro intercambio de correspondencia. Crevel, atormentado por la homosexualidad y su ateísmo, devoto de Gide por el culto extremo de la libertad de los sentidos, militante en las filas de los comunistas, se suicidó en 1935. Después de una reunión de la «Association des Ecrivains et artistes révolutionnaires» en la cual una vez más se produjo un choque entre surrealistas y comunistas, se retiró a su casa, abrió la llave del gas y dejó esta nota: «Por favor, crémenme. Disgusto». Con todo, también debe haber permanecido en él alguna huella de la amistad de Maritain por cuanto le envió su libro La muerte difícil con esta dedicatoria: «a J. Maritain en recuerdo de dos o tres conversaciones y porque me pareció uno de los pocos hombres de buena fe que he conocido, este libro sin fe, pero sincero». Es una novela autobiográfica en que el protagonista, como un Werther del siglo XX, trastornado por una pasión salvaje, corre hacia el naufragio.

El surrealismo es la expresión extrema de la teoría del arte por el arte, llegando a la idolatría de la belleza creada y en varios casos al culto de la belleza del cuerpo. Es una poesía que se precipita en una sensualidad morbosa, precisamente lo contrario de esa «pureza del sentimiento interior, que exige y constituye la pureza de la expresión» (XV, 512-513), de la cual habla Jacques al presentar los poemas de Raïssa. Para los Maritain, la poesía debe proteger su libertad y su autonomía, pero sin querer convertirse en una mística (Bremond) y sin decaer en una magia (Breton). Hay que recordar en todo caso una observación más de Maritain: «a despecho de algunos inútiles sobresaltos de libertad, también André Breton termina en la política revolucionaria, y debe pedir al materialismo dialéctico y a un marxismo comprendido de manera más o menos ortodoxa esa amarga satisfacción del apetito carnal de absoluto, que un ángel sin rostro y revestido de oropeles exasperaba en su sufrimiento» (v, 782).

La conversión de Julien Green

«¡Qué insondable y lleno de suciedades es el corazón del hombre!». Se puede emplear este pensamiento de pascal para ilustrar la vida y la obra de Julien Green si se enfoca en la perspectiva de la lucha entre el cuerpo y el alma, entre el pecado y la fe, que afligió en su larga vida al escritor, animado por la comprensión y la amistad de Maritain. La relación entre el filósofo y el novelista fue una especie de dirección espiritual, como lo atestiguan muchas páginas de la autobiografía de Green y la larga correspondencia entre ambos [15]. Maritain sigue al escritor con delicadeza afectuosa y rigurosidad intelectual, le presta asistencia en su conversión al catolicismo, en su lucha inquieta contra la homosexualidad, jamás exhibida como en Gide o Cocteau, pero padecida con reserva; le presta asistencia en su trabajo de creación artística empeñada en describir el mal sin concesiones morales ni compromisos psicológicos. En esta obra fraternal, Jacques es apoyado por Raïssa Maritain, ella también comprometida en la riesgosa tarea de negar a Satanás el campo de la literatura, tanto que en las cartas de Green a los Maritain el discurso a menudo pasa del singular al plural.

En 1924, el joven escritor publica su Pamphlet contre les catholiques en la Revue des pamphlétaires, cuyo director, P. Morhange, tiene una polémica con Maritain, oponiendo la sabiduría oriental a la filosofía occidental y a la mística cristiana. Los Maritain leen este opúsculo y entran en correspondencia con Green, que en 1926 escribe Viajero en la tierra, una novela que oscila entre lo psicológico y lo religioso, seguida a breve distancia por tres obras maestras: Mont-Cinère (1926), Adrienne Mesurat (1927) y Leviatán (1929). El autor envía a Maritain sus escritos y el filósofo responde con sus comentarios, preocupado por el influjo ejercido en él por Gide. Maritain escribe a Journet: «ya le he hablado de J. Green. Es una de las almas que más me hacen comprometerme y la siento presa de un trabajo trágico en profundidades que pocos conocen. Le suplico recurrir por él a todas las oraciones que pueda. Sólo con la oración y la penitencia y mediante la sangre se pueden salvar estas almas» (9 de enero de 1929). Poco después Journet le responde: «pediré oraciones para Green donde sé que puede haberlas verdaderas y dolorosas. También pensaré yo, que no sé orar, en el momento de ofrecer a Cristo en la Consagración, ya que Él hace y sufre lo que nosotros no sabemos hacer ni sufrir».

Al comienzo Green opone resistencia a los estímulos de Maritain, temiendo al proselitismo, como se desprende de una conversación con Gide referida en el Journal, pero sobre todo está inquieto por su homosexualidad que nace del culto a la belleza del cuerpo humano. Maritain, sin dejarse conmover por el candor ingenuo de Green, insiste: «Estamos comprometidos en un debate grande y terrible. A cualquier precio y sin importar cuánto tiempo se requiera, debemos procurar aclarar estas cosas. Le pido hablar de esto a menudo conmigo, ciertamente no para indagar indiscretamente sobre lo que a usted atañe, sino para tratar de examinar el problema a la luz de la verdad, y además para que podamos saber cómo ayudar a ciertas almas. San francisco lloraba porque el amor no es amado. Lo que hace ser la cosa tan grave es que se trata de nuestras obligaciones hacia el amor increado. En ninguna parte nos dice el Evangelio que debemos mutilar nuestro corazón, pero nos aconseja volvernos eunucos por el reino de Dios. Es así cómo se plantea, en mi opinión, la cuestión. Conozco parejas de casados que por amor a Cristo han hecho voto de castidad y su amor recíproco ha crecido divinamente. ¿Por qué no podría hacerse la misma separación también en otros casos? ¿O es preciso rechazar la cruz de Cristo y reemplazarla con una cruz elegida por nosotros? rece por mí, querido amigo, como yo rezaré por usted. Lo abrazo con todo mi corazón» (carta sin fecha, pero seguramente de 1927).

El novelista se convierte de la fe anglicana al catolicismo en 1939, después de leer el Tratado del purgatorio de Santa Catalina de Génova y después de una larga conversación con Maritain, que el mismo Green recuerda en el Journal: «fue un golpe violento a mi creencia en las fantasías de la mística hindú. Al comienzo sufrí mucho a causa de este encuentro. De pronto me pareció que en vez de tener ante mí miles de años, sólo me quedaban pocas horas, y el golpe fue duro, pero al mismo tiempo sentí que se derrumbaba todo un edificio de errores. Mi conversión, resultado de estos hechos, como otros de carácter más secreto, tuvo lugar en abril de 1939, antes de partir yo a Estados unidos». La convicción de que las almas del purgatorio pueden purificarse del mal hecho sin tener que reencarnarse llevó a Green a abandonar la filosofía hinduista y aceptar totalmente la fe católica.

Maritain lleva a Green fuera de los inquietantes bajos fondos de la homosexualidad, convenciéndolo de que el amor más grande es un amor de amistad, que llega a la contemplación de Dios a través del conocimiento de los místicos. Green logra triunfar sobre el mal que lo oprime gracias a un impulso interior, que atribuye a las oraciones y a los escritos de la madre Yvonne-Aimée de Jésus (1901-1951), superiora de las agustinas del monasterio de Malestroit [16]. «Fue en 1956 cuando elegí entre la carne y el espíritu. No hice más que obedecer ante una advertencia. Fue muy duro, llegué hasta los límites de un desequilibrio. Doy gracias a Dios por esta coerción. ¿Dónde estaría ahora sin ella?» (25 de febrero de 1987). Agradeciendo al filósofo por el envío del pequeño volumen Amor y amistad [17], en el cual Maritain analiza en profundidad las tensiones del amor humano que busca inexorablemente lo absoluto, Green escribe: «realmente se experimenta la sensación de que usted abre las puertas del paraíso para almas que habían perdido la esperanza de poder entrar allí porque era demasiado difícil. Y que esto sea difícil nunca he dejado de creerlo, pero si fuera teólogo, me gustaría ubicarme entre los misericordiosos como usted, más que entre los rigoristas, que tanto han oscurecido la religión» (27 de diciembre de 1963).

Precisamente el tema de las relaciones entre el mundo invisible y el mundo visible, entre la gracia de Dios y la libertad del hombre constituye el hilo conductor de toda la obra literaria de Julien Green.

Un apostolado de frontera

Raïssa y Jacques Maritain se lanzaron a combatir el mal donde se establece más profundamente, donde contamina y corrompe la vida y la obra de los artistas y los poetas. Su apostolado de frontera fue fecundo a pesar de las dificultades y las derrotas. En el plano de la reflexión filosófica y en el plano de las amistades, consideradas escandalosas por los conservadores, ayudaron a muchos a volver a encontrar la fe, y en algunos casos también la vocación religiosa, pero a todos dieron la esperanza en la misericordia de Dios.

Podemos terminar con dos fragmentos de la correspondencia Journet-Maritain sobre el intercambio de cartas entre Cocteau y Maritain en 1926, que está en el centro de esta aventura espiritual. Journet escribe al filósofo: «¡Qué linda es su Respuesta a Jean Cocteau! nada destruye y lo corrige todo. Cocteau es un amigo terrible, todas sus frases ocultan algo, el opio, antígona, la revolución rusa… sin olvidar la poesía. Se requirió toda su Sabiduría de hermano mayor y el Ángel, que nunca lo abandona. El buen Dios puso en usted algo que usted no siente, pero que fascina el alma. Es de su oración y la de Raïssa, del sufrimiento común de ustedes, de donde sale este perfume» (7 de mayo de 1926). Maritain responde al teólogo: «Su carta ha sido como un bálsamo del cielo. Una amistad como la suya nos consuela de todo. Usted ha identificado los sufrimientos y los peligros que están detrás de esta correspondencia. Es muy necesario rezar por Cocteau y sus amigos, por muchas otras almas que vienen de abismos espantosos, y no podemos evitar hacer algo. Dios nos puso ante una obra absolutamente desproporcionada en relación con nuestras fuerzas… me siento como un hombre sobre un terreno resbaladizo, que lleva en el brazo una carga demasiado pesada. El menor movimiento en falso puede ser fatal. Es preciso abandonarse a la gracia de Dios. Sólo hay que cerrar los ojos y dejarla obrar. Esta especie de angustia es tal vez mejor que la tranquilidad… rece por nosotros» (15 de mayo de 1926).


Notas 

[1] Los textos citados están extraídos de las Obras completas, indicándose en cada uno el volumen y las páginas: Jacques et Raïssa Maritain, Oeuvres complètes, a cargo de Jean-Marie Allion, Maurice Hany, Dominique y René Mougel, Michel Nurdin y Heinz R. Schmitz, en dieciséis volúmenes, Editions Universitaires Fribourg – Edicitons Saint Paul, Paris 1986-2000. Los volúmenes XIV y XV incluyen los escritos de Raïssa Maritain. Se encuentra en preparación un volumen XVII con el índice sistemático. Ver P. Viotto, Dizionario delle opere di Jacques Maritain, Città Nuova, Roma, 2002, pp. 478, y Dizionario delle opere de Raïssa Maritain, Città Nuova, Roma, 2005, pp. 364.
[2] J. Maritain, Il diario di Raïssa, Morcelliana, Brescia, 1995, p. 14.
[3] Hago referencia a la monumental correspondencia de casi 2.000 cartas en curso de publicación en seis volúmenes: Journet-Maritain, Correspondance, Éditions Saint Augustin, Saint Maure, de los cuales ya se editaron los volúmenes I (1920-1929), II (1930-1939), III (1940-1949), IV (1950-1957) y V (1958-1964).
[4] J. Maritain, Lettera a Cocteau, Passigli, Florencia, 1988.
[5] Jean Cocteau-Jacques Maritain, Correspondance 1923-1963, Gallimard, París, 1993 ; Michel Bressolette, «Correspondance inédite Maritain-Cocteau», en Cahiers Jacques Maritain, n. 21, noviembre de 1990, pp. 29-34.
[6] Otras decoraciones de Cocteau: San Blas de los simples, en Milly la Foret (1959), y Nuestra Señora de Jerusalén, en Frejus (1961).
[7] Max Jacob-Jacques Maritain, Correspondance 1924-1935, Cnrs, Brest, 1999.
[8] Maritain escribe a un amigo sacerdote que le reprocha su empeño con Cocteau: «Me he comprometido en un debate que tiene lugar en un plano distinto al de los sentidos y cuyo desenlace tendrá lugar en el cielo o el infierno. Sólo se ayuda a la gente en una relación de amistad. Soy por tanto amigo de los pecadores y sé a lo que me expongo con esto ante los justos… Sería presuntuoso si pensara no haber cometido errores e imprudencias. Eso me ha ocurrido por esperar algo más de lo debido de la gracia y he debido sufrir las consecuencias. Con todo, cosas como la Carta a Jean Cocteau las volvería a hacer ciertamente en las mismas condiciones, porque era mi obligación hacerlo» (8 de febrero de 1928).
[9] Título de una novela de J. Green publicada por Maritain en su colección «Le roseau d’or» en 1928.
[10] Maurice Sachs-Jacques y Raïssa Maritain, Correspondances, 19251939, Gallimard, París, 2003.
[11] Maurice Sachs, La decade dell’illusione 1918-1928, Meridiano zero, Padua, 2002, p. 177.
[12] Op. cit., p. 211.
[13] Jean Bourgoint, Le Retour de l’enfant terrible, Lettres 19231966, Desclée, París, 1975 ; Lauris Georges, Jean Bourgoint: itinéraires d’un enfant terrible: de Cocteau à Citeaux, Presse de la Renaissance, París, 1998, pp. 222.
[14] Alex Ceslas Rzewuski, Confessioni di un domenicano, Rusconi, Milán, 1984.
[15] Los textos citados, cada uno con indicación de fecha, están extractados de J. Green, Oeuvres complètes, «Bibliothèque de la Pléiade», Gallimard, París, vol. 8 (los doce volúmenes del Journal, que es casi la mitad del texto original, están publicados en los tomos IV-V-VI; los cinco volúmenes de la Autobiografía están publicados en el tomo V). Las O. C. no incluyen la correspondencia con Maritain, que se publica separadamente en J. Green-J. Maritain, Une grande amitié: correspondance 1926-1972, Gallimard, París, 1982.
[16] Entre sus obras: Dios es esencialmente alegría.
[17] J. Maritain, Amor y amistad, Morcelliana, Brescia, 1986. El texto se encuentra también en Approches sans entraves, scritti di filosofia cristiana, Città Nuova, Roma; 1977, vol. I; 1978, vol. II.

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