© Humanitas 90, año XXIV, 2019, págs. 137 - 143.
Hace un año, el día 28 de mayo, habiendo alcanzado la edad de 99 y siguiendo de cerca los pasos de su esposa, la escritora Alicia Morel –único amor de su vida, a la que estuvo unido más de setenta años–, partió silenciosamente, como era casi todo en su existencia, el muy ilustre hombre público William Thayer Arteaga.
Para quien escribe estas líneas es grato recordar a quien desde 1988, cuando hace más de 30 años presidía él la Editorial Andrés Bello y lanzamos juntos mi primer libro, fuéramos en adelante cada vez más cercanos, hasta alcanzar una verdadera amistad.
Estando en la mitad de su trayecto esta revista, don Willie se incorporó al Consejo de Consultores y Colaboradores, lo que fue un gran apoyo, en muchos sentidos, más particularmente por cuanto en 2005 tendría lugar la canonización de San Alberto Hurtado por el Papa Benedicto XVI. Sus escritos en las páginas de Humanitas estuvieron siempre referidos directa o indirectamente al Padre Hurtado. Cuenta allí, con ocasión de su canonización (Humanitas Nº39), que San Alberto “se les juntó, a él y a un grupo de jóvenes universitarios, en 1937, momento a partir del cual su vida sería en adelante distinta”.
Pero la Providencia lo venía ya preparando. Hijo del historiador, genealogista y académico Luis Thayer Ojeda, su familia debió enfrentar problemas de salud de una hermana, que los llevaron a trasladarse a Viña del Mar y posteriormente a sufrir gran estrechez económica. Hizo así sus estudios de primaria en los Sagrados Corazones de Valparaíso –cuya formación religiosa agradeció siempre– pero terminó la educación secundaria en el Liceo de Viña. “El cambio de la enseñanza particular a la del liceo fue una experiencia importante”, declaró, en la que
no se alteró la calidad de la docencia recibida (salvo en idiomas y también en religión, tenido por mero ramo técnico), pero fue notable el cambio de ambiente (...) Nunca advertí problemas de resentimiento social, ni de mis compañeros ni de mis profesores. Se vivía un pluralismo no estratificado ni fanático, que fue muy definitivo en mi vida. Gozaba de cierta consideración por mis notas y el prestigio cultural de mi padre historiador, lo que apreciaban el rector y el profesorado.
Ya en esa edad escolar Thayer ingresaba a la Acción Católica, lo que reforzó considerablemente su formación.
Excepcional cercanía con un santo
En sus colaboraciones con esta revista (ver recuadro) –que conviene siempre repasar cuando se trata de la biografía de nuestro santo jesuita–, William Thayer pone de manifiesto cómo el trabajo del Padre fue adentrándose cada vez más, en los últimos años de su vida (que también coinciden con su fundación del Hogar de Cristo), en la cuestión obrera. Se puede palpar en su relato que fue él quien introdujo en Chile la divulgación y el conocimiento de las encíclicas sociales, desde la Rerum novarum de León XIII, en adelante. Ya sabemos cuánto pesaría esto en el debate nacional y en la renovación de ideas al interior de los sectores católicos implicados en la política, y por supuesto en el joven Willie, secretario general y vicepresidente entre 1940-41 de la ANEC (Asociación Nacional de Estudiantes Católicos), más tarde sucesor de Eduardo Frei Montalva en la presidencia de la Acción Católica, en su rama juvenil masculina (1941).
En un sentido extenso de la expresión, los tiempos en que tenía lugar el trabajo del joven William Thayer en la ANEC y en la Acción Católica eran bravos. Desde 1936 a 1939 se desarrollaba una cruenta Guerra Civil en España, de algún modo preparatoria de la II Guerra Mundial. Mientras la Unión Soviética de Stalin apoyaba al gobierno anticlerical y comunista de la segunda República española, un general católico, Francisco Franco, acaudillaba el alzamiento del bando nacional, que recibía el apoyo del eje Roma-Berlín: España quedaba así dramáticamente dividida por dos bloques mundiales. El mismo concepto de Frente Popular vigente en Chile triunfaba en Francia, que volcaba su apoyo a los republicanos españoles. Terminada aquella Guerra en España con el triunfo de los nacionales, se iniciaba la contienda mundial. Franco, aunque se negó a la presión de Hitler para entrar en apoyo del Eje, estaba más de ese lado, principalmente por estar contra Stalin, mientras los aliados occidentales aislaban a la España franquista. Este cuadro internacional dividía apasionadamente los ánimos al interior de la propia juventud católica chilena. ¿Cómo reaccionaban frente a esa disolvente situación los “cuadros” del Padre Hurtado? Recordemos lo que escribió William Thayer en Humanitas Nº44:
Cuando a comienzos de septiembre de 1939 supimos que había estallado la Guerra Mundial y un ‘aneccista’ –Fernando Jiménez– tuvo la idea de iniciar una cruzada de oración hasta que hubiera paz, adherimos con entusiasmo. En mi cargo de secretario general de la ANEC asumí la compleja tarea de organizar los turnos de oración día y noche ante el Santísimo, expuesto en la capilla de la ANEC. No pudimos seguir en ello por cinco años, pero sí oramos durante 1.440 horas continuas, por turnos, día y noche. Dos inolvidables meses seguidos eran un significativo y unitario testimonio de fe.
Se entiende bien lo anterior si se sabe que en los oídos de estos jóvenes resonaban palabras que machacaba constantemente San Alberto –como recuerda Thayer en el citado artículo– mostrando en el fondo los criterios que prevalecían en ese ambiente:
Si nosotros nos abanderamos en un mundo enloquecido por la guerra y plagado de consignas y noticias falsas, parciales o inciertas, ¿quiénes van a ocuparse de las cosas del Reino de Dios, de la Trinidad Santa en las almas de los hombres, del Congreso Eucarístico, las Semanas Sociales y otras actividades de su irrenunciable incumbencia?
Para el joven Willie, su jefe, Alberto Hurtado –una especie de “estadista del Reino de Dios”, dice–, orientó proféticamente su palabra y su acción en los criterios que el Concilio Vaticano II consagraría quince años después. Él buscaba abrazar, sin exclusión alguna, a todas las personas que la Divina Providencia ponía como prójimos (próximos) en su camino, relata. Preocupación que, soy testigo, él hizo también fundamentalmente suya. Y tenía, recuerda también Thayer de su maestro, una premonitoria idea sobre el papel que debían cumplir los laicos en la Iglesia, lo que después también corroboró el Concilio.
Nota de la imagen: El joven dirigente católico William Thayer es el segundo a la derecha del Padre Hurtado.
La lucha por la libertad sindical
Empapado en la doctrina que emanaba de las encíclicas sociales de la Iglesia, Willie Thayer confiesa que –en medio de las tensiones, agitaciones y confusiones de un “largo siglo”, denso en acontecimientos que repercutían en el mundo laboral y en la clase obrera– los católicos sociales o los humanistas cristianos acudían principalmente a esa luz para decantar por la libertad sindical. Esta había sido también la opción de la OIT (Organización Mundial del Trabajo) desde el comienzo, pero muy marcadamente desde 1947, recuerda. Décadas después, enfatiza en las páginas de Humanitas Nº42 la vigencia de este empeño: “A comienzos de este siglo XXI, debemos pugnar incansablemente por el desarrollo de una nueva cultura laboral, que resultará de transformar en culturas fluidas y habituales en las relaciones de trabajo, aquellas que emanan del mensaje de las encíclicas sociales”. Y hace que su pensamiento recorra desde la Mater et Magistra de Juan XXIII a la Centesimus annus de San Juan Pablo II.
El mandato inconcluso
A comienzos de 1948, de vuelta Alberto Hurtado de Roma, donde lo recibió Pío XII –a quien planteó sus planes apostólicos en el campo sindical–, fue Willie Thayer a visitarlo al convento de Alonso Ovalle. Sin que se lo esperara, el Padre le pidió lo acompañase a ver al entonces más conocido comentarista de asuntos políticos y sociales, Luis Hernández Parker. Resultado: apareció en portada de la revista Ercilla una foto de Alberto Hurtado diciendo que “quería una Central de Trabajadores católica”, esto cuando la CTCH sufría fuertes divisiones a consecuencia de la presión unitarista del Partido Comunista y de confusiones entre los propios católicos, defensores de una “Central Única”.
Pero el asunto fue más allá. Después de escribir Alberto Hurtado su libro sobre Sindicalismo (1950), un día invitó al joven Willie a tomar té en la Dulcería del Hogar de Cristo, en Alonso Ovalle, frente a los jesuitas. Quería transmitirle su pensamiento y pedirle algo. Según él, no tendría destino el mensaje social de Cristo en el mundo sindical chileno si no se abría ampliamente a la libertad sindical (como dijimos, aprobada por la OIT en 1948 y 1949). Evidentemente carcomía su espíritu el clamor de Pío XI en el sentido de que el “gran escándalo del siglo XX” era la pérdida del proletariado por la Iglesia, y de ahí su esfuerzo por alcanzar ese presupuesto en al apostolado con el mundo obrero, dominado por el “unitarismo” sectario. Segundo tema, un mandato: “Tienes que preparar un Código del Trabajo fundado en la libertad sindical”, le dijo imperiosamente San Alberto. Y para corroborar la seriedad de lo que le encargaba, en seguida acudió a su colaborador Ramón Venegas para concretar un honorario profesional por este servicio. Thayer ha confesado que entre ese momento, en 1950, y el término de sus tareas públicas y laborales, a una avanzada edad, trabajó mucho en ese sentido, pero que “el mandato”, a su juicio, quedó de su parte inconcluso.
En 1951 –a un año de la muerte de San Alberto y cuando recién había fallecido la madre de don Willie– el Padre se empeñó con delicadeza, pero con entusiasmo, en que como Director del Secretariado Interamericano de la Acción Católica fuera a Europa al Congreso Mundial de Apostolado Seglar convocado por Pío XII. Quería que observara cómo eran y cómo podrían aplicarse en Chile las experiencias de grupos o comunidades cristianas que florecían en Europa de las más diversas maneras.
Nota de la imagen: Aparece William Thayer junto al Presidente Frei Montalva en la recepción a la Reina Isabel II de Inglaterra en el Palacio de la Moneda en el año 1968.
El camino recorrido. De lo público a lo íntimo
Aunque con su acentuada modestia don Willie se autocalificará como un hombre de “segunda fila” (calificativo que usó también para una autobiografía política), fue una persona que ocupó relevantes cargos públicos y a través de ellos y de la docencia universitaria, fue realizando, entre otros, aquel señalado mandato, en un espectro sin duda más amplio que el puramente literal.
En su trayectoria integró las filas de la Falange y fue miembro fundador del Partido Demócrata Cristiano (1957). Profesor de Derecho en la UC (y precandidato a Rector junto con Eduardo Castillo Velasco). Ministro del Trabajo y luego de Justicia de Frei Montalva, entre 1964 y 1968. Rector de la Universidad Austral de Valdivia entre 1968 y 1973. Miembro del Consejo Ejecutivo de la Unesco (1974). Cofundador del Movimiento Social Cristiano (1983). Como su padre en la de Historia, fue también miembro de número de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile (1984). Estuvo presente como uno de los fundadores del partido Renovación Nacional (1987). Fue designado senador en su calidad de ex rector (1990-98). Y dejamos de lado otras nominaciones y reconocimientos.
De lo público a lo privado, y en el plano de la intimidad, habría asimismo muchísimos momentos destacables. En la imposibilidad de abordarlos en su justa extensión, menciono brevemente dos.
Conversando un día solos sobre un tema al que volvió varias veces, me dijo:
Te puedes imaginar lo que fue para nosotros, los democrata cristianos, ganar la presidencia por mayoría absoluta en 1964 y barrer en el Congreso en 1965, al tiempo que en Europa concluía el Concilio Vaticano II abriendo una nueva era y nuestro guía, Jacques Maritain, era consagrado allí como el máximo intelectual cristiano, y que, luego... apenas cinco años después... ¡todo parecía derrumbado!
Cuando William Thayer se retira del gabinete del Presidente Frei Montalva y con su consentimiento asume la rectoría de la Universidad Austral de Valdivia, pude alguna vez entrever que hablaron de eso y que la preocupación del porvenir agobiaba al entonces Presidente.
El tema es de largo aliento si se considera que en esa entrevista se encontraban cara a cara dos hombres que vivieron dolorosamente la disyuntiva histórica que observó Rocco Buttiglione en Humanitas Nº86 [1] y que afectó a todo el catolicismo latinoamericano en los años cincuenta y sesenta. Quizá William Thayer, en la secuela de San Alberto Hurtado, estaba preparado para resolver bien. Pero quizá también estaba más solo que su interlocutor.
Luego, en los cuatro o cinco últimos años de su vida hay otro recuerdo íntimo e importante que traer a la memoria, por cuanto toca también a estas páginas. Cada número de Humanitas que aparecía y llegaba a sus manos –y que perteneciendo él al Consejo consideraba como una cosa propia– le incitaba a una lectura detenida y meditada, lo cual llamaba posteriormente a una conversación telefónica, programada, de casi una hora con el director. En esa intensa “communio” se volcaba el alma de don Willie, lúcida, culta y capaz de captar los más sutiles detalles que hacen la verdadera y profunda armonía entre el cielo y la tierra.
Artículos escritos por William Thayer Arteaga en Humanitas:
— “El Padre Hurtado y una nueva cultura laboral”. Humanitas Nº18, 2000.
— “En el centenario del nacimiento del Padre Hurtado: las once décadas del largo siglo sindical”. Humanitas Nº21, 2001.
— “El beato Padre Hurtado y el largo siglo sindical chileno”. Humanitas Nº28, 2002.
— “De cara a un santo” en Testimonios sobre Alberto Hurtado. Humanitas Nº39, 2005.
— “Mandato inconcluso”. Humanitas Nº44, 2006.