La Pasión gloriosa se ha convertido en fuente de la cultura cristiana. Esta constatación no debe sorprendernos puesto que la religión da origen a la cultura y acompaña el devenir histórico en el curso de los milenios. Es necesaria para el nacimiento de una verdadera cultura y su ausencia hace imposible un desarrollo pleno.

El Papa Juan Pablo II manifestó recientemente que “en la actualidad, casi medio siglo después de la publicación de la Encíclica Humani Generis, los nuevos conocimientos nos han llevado a reconocer que la teoría de la evolución es algo más que una hipótesis” [1]. El objetivo de este artículo es examinar los efectos de la teoría de la evolución en la interpretación filosófico-teológica del origen y la naturaleza del hombre. La evolución puede definirse sobre la base de una serie de teorías mediante las cuales los hombres de ciencia procuran explicar cómo los organismos vivos de nuestros días se han desarrollado sucesivamente a partir de formas de vida más simples en un proceso de centenares de millones de años. El proceso evolutivo, como veremos, plantea dos tipos de problemas hasta ahora no resueltos completamente: el nivel probatorio de sus demostraciones y los mecanismos que han dado origen a la evolución.

Ciencia versus ideología

En primer lugar, es significativo el hecho de que muchos diarios y revistas hayan interpretado equivocadamente el Mensaje del Santo Padre, especialmente el pasaje anteriormente citado. A pesar de que Darwin jamás se menciona en el Mensaje del Papa, en la prensa internacional aparecieron titulares en primera página tales como “El Papa recluta a Darwin” o “Darwin rehabilitado”. Esto nos muestra la profunda raigambre de la ideología darwinista de la evolución en la sociedad de nuestros días. Una breve historia del enfoque darwinista nos muestra de qué manera se ha llegado a esta situación.

Desde el punto de vista científico, la teoría de la evolución fue divulgada por J.B. de Monet, caballero de Lamarck (1744-1829), quien planteó la existencia de un mecanismo hereditario de nuevas características adquiridas. En sus obras El origen de las especies (1859) y La descendencia humana (1871), Darwin propuso un mecanismo evolutivo diferente, cual es la selección natural. Esta última teoría incluía las nociones de las variaciones al azar, la lucha por la supervivencia y la supervivencia de los más aptos. Inicialmente, Darwin era anglicano, pero fue perdiendo gradualmente la fe en un Dios Creador personal y procuró eliminar del todo el rol divino en la evolución, sustituyendo la Divina Providencia con su teoría de la selección natural como fuerza rectora. Darwin heredó la corriente de pensamiento iniciada por Rousseau. Por paradojal que parezca, aun cuando era contrario a las ciencias, Rousseau estableció un nuevo rumbo para la ciencia del hombre. Este filósofo legó la negación romántica de la lógica y las distinciones, a lo cual Darwin agregó el materialismo al señalar lo siguiente: “¿Por qué el pensamiento, secreción del cerebro, ha de ser más maravilloso que la gravedad, propiedad de la materia? [2]. Al despojar al hombre del aspecto espiritual de su naturaleza, la norma de Darwin afirmó la ausencia de toda norma. Este sistema “nos llevaba hacia torbellinos insondables donde sólo íbamos a la deriva precipitados una y otra vez por el más ciego de los destinos” [3].

Los discípulos de Darwin, especialmente E. Haeckel (1834-1919) y T.H. Huxley, plantearon la teoría de la evolución como una ideología materialista y atea y como instrumento de propaganda antirreligiosa. La biología molecular reveló que los mecanismos hereditarios se dan a nivel genético microscópico y el neodarwinismo procuró ampliar el enfoque de Darwin considerando la evolución como una combinación de los cambios genéticos casuales y la selección natural. Richard Dawkins ejemplifica la ideología neodarwinista, en la cual el azar está dotado de las propiedades metafísicas de una fuerza creativa.

La esencia de la vida es de una improbabilidad estadística en escala colosal. Por consiguiente, la explicación de la vida en ningún caso puede ser el azar. La verdadera explicación de la existencia de la vida constituye necesariamente la antítesis misma del azar. La antítesis del azar es la supervivencia no azarosa, debidamente comprendida... Hemos buscado una forma de domar el azar... El “azar no domado”, puro, en su desnudez, implica un diseño ordenado que surge en la existencia a partir de la nada, en un solo salto... “Domar” el azar significa descomponer lo muy improbable en pequeños componentes menos improbables dispuestos en una serie... Y en la medida que postulemos una serie suficientemente amplia de grados intermedios suficientemente finos, estaremos en condiciones de derivar algo de otra cosa [4].

Esto constituye una negación de la idea de cualquier casualidad extracósmica, que se pierde en una red de cantidades infinitesimales. El azar no puede explicar la presencia de la belleza en el universo ni la capacidad humana de apreciar esa belleza cósmica. Como dice Stanley Jaki, “de todas las grandes teorías científicas, el darwinismo es aquella que más afirma a partir de una base relativamente menor” [5].

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Por consiguiente, es necesario hacer una distinción entre el evolucionismo y el darwinismo, de tal manera que el cristiano no arroje al bebé evolutivo en el baño materialista. El cristiano debe distinguir “entre el oro y la paja en la teoría de la evolución” [6]. El tiempo tiene una dignidad especial en el marco de la fe cristiana porque Cristo vino en el tiempo. Por lo tanto, la tentativa de comprensión del reino biológico considerando su desarrollo en el tiempo no debería en sí misma constituir un problema. No obstante, con frecuencia los pensadores cristianos no han advertido los “enormes montones de paja” de la teoría de la evolución. Esta omisión reside en el hecho de no percatarse de que la ideología darwiniana en realidad convierte el tiempo en un tráfago sin esperanza. Por su parte, Darwin tampoco advirtió que la fe cristiana libera al hombre de la prisión pesimista de una imagen del mundo basada en ciclos inexorables de tiempo. Es bastante trágico que habiéndose liberado de la servidumbre de antiguas visiones paganas, el hombre caiga nuevamente en otra imagen cíclica del mundo, moderna esta vez [7]. Huxley evocó “la visión de una evolución carente de sentido, en la cual era imposible distinguir lo superior de lo inferior, precisamente porque en la perspectiva darwiniana no había diferencia entre moverse hacia el futuro y retroceder al pasado” [8]. La confrontación con el darwinismo llevó a enfocar nuevamente la relación entre la naturaleza humana y el tiempo en la teología cristiana, como ocurriera al producirse el gran choque entre “la cristiandad naciente y la cultura helenística en torno a la interrogante sobre la vida, incluyendo la vida redentora de Cristo, vista como propuesta única y definitiva o puramente como un ir a la deriva en las insondables corrientes cíclicas de una fuerza cósmica ciega" [9].

No existe oposición entre la creación y la evolución. El choque con el darwinismo se produce por cuanto éste constituye una posición materialista que excluye la creación. Además, el problema básico de la perspectiva darwiniana sobre la evolución es la ceguera ante los objetivos y la mente en una filosofía “en definitiva carente de sentido, en la cual únicamente los aspectos parciales se consideran dotados de significado, pero nunca la totalidad” [10]. Jaki observa que el darwinismo encuentra su más fértil crecimiento en suelo anglosajón, donde “las enciclopedias contienen artículos sobre la evolución, la antropología, la familia, la procreación, la educación, la sicología, el lenguaje e incluso la inteligencia, mientras el Hombre como tal es ignorado” [11].

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La ciencia de la evolución

Del mismo modo que el estudio del desarrollo del cosmos material, la teoría de la evolución procura descubrir los secretos del mundo de las criaturas vivas desde sus etapas iniciales en el pasado más remoto. Las teorías científicas sobre la evolución se basan en diversos tipos de datos empíricos. La paleontología, que estudia los fósiles y otros restos de antiguos organismos que yacen en la tierra y el hielo, entrega las únicas pruebas directas de la evolución. Con todo, muchas teorías sobre el paso de un animal a otro procuran explicar la forma en que se dieron las diversas transiciones [12]. La anatomía y la fisiología comparadas han indicado relaciones entre seres vivos y además han descubierto pruebas de adaptación evolutiva. Las comparaciones de la estructura genética de distintas especies de organismos vivos han mostrado un vínculo entre diversos seres vivos, incluso entre plantas y animales. La distribución geográfica de una serie de especies entrega pruebas vinculadas con la evolución si se considera el desplazamiento continental. Con toda esta información ha sido posible diseñar árboles evolutivos y mostrar cómo algunos organismos vivos se han desarrollado a partir de especies más primitivas. Los distintos tipos de evidencia se corroboran entre sí y convergen en una visión de acuerdo a la cual la evolución tuvo un rol en el desarrollo de la vida en el planeta. Con todo, en el campo de la ciencia se carece de una serie de relaciones empíricas en las diversas cadenas de evidencia requeridas para comprobar la evolución en cada etapa del proceso de desarrollo biológico.

Tanto en el ámbito legal como científico, matemático, filosófico o teológico existe una relación analógica entre varios tipos de pruebas. En un caso legal, evidentemente es más difícil perseguir a un criminal por un delito cometido en una época muy anterior porque no se cuenta con algunos de los testigos claves. Además, con los años pueden producirse distorsiones en los hechos e incluso alteraciones en las pruebas. Se requieren criterios precisos para reconocer un elemento de prueba proveniente del pasado remoto. En las pruebas científicas, que difieren de las pruebas legales, existen no obstante ciertas extrapolaciones en el debate sobre el desarrollo del cosmos primitivo y la evolución de las formas iniciales de vida. Además, si bien en algunos casos es posible documentar claramente la microevolución (el estudio de transiciones entre organismos muy similares), es mucho más difícil plantear la macroevolución (que estudia un cuadro más amplio de relaciones entre diversos organismos vivos).

Los datos empíricos no permiten justificar el planteamiento de algunos evolucionistas en el sentido de que las mutaciones genéticas se produjeron por azar. Es preciso distinguir cuidadosamente entre un hecho rigurosamente científico (obtenido a posteriori) en la teoría de la evolución y una extrapolación injustificada a priori de esta teoría para constituir una ideología atea. Una interpretación completa de la evolución de los seres vivos debe considerar no sólo los efectos del medio ambiente o las modificaciones genéticas, sino también estar abierta por encima de todo a considerar el poder de la Providencia guiando a los seres creados mediante leyes inscritas en ellos. El azar no puede ser responsable de desarrollos dirigidos y coordinados que han dado origen a estructuras biológicas complejas tales como el oído o los ojos. La evolución no puede visualizarse como un medio para excluir al Creador y es más bien un supuesto previo de la creación. En realidad, es posible visualizar la creación a la luz de la evolución como un hecho que se extiende en el tiempo -como una creación continua- en el cual Dios es claramente visto como el Creador del cielo y la tierra [13]. La teoría de la evolución natural, entendida en un sentido que no excluye la causalidad divina, no está necesariamente en contradicción con la verdad presentada en el Libro del Génesis sobre la creación del mundo visible [14]. La evolución puede enfocarse como una especie de creación programada, en la cual Dios ha inscrito las leyes de su evolución. De este modo, es posible observar un claro vínculo entre la acción divina en el comienzo del cosmos y Su permanente Providencia, que guía el desarrollo constante del mismo.

Desde la antigüedad hasta el siglo XVIII, se suponía que podía surgir vida subhumana a partir de la materia orgánica sin intervención de otro ser vivo. Esta teoría, conocida como la generación espontánea, se descartó a raíz de la investigación de L. Pasteur y otros hombres de ciencia en el siglo pasado. Hasta ahora la ciencia y la tecnología no han podido producir vida in vitro a partir de materia inanimada. Pareciera subsistir el principio omne vivum ex vivo, es decir que los seres vivos sólo pueden evolucionar a partir de otros seres vivos. Aun cuando se considerase posible la generación espontánea de seres vivos, esto no sería un argumento contra la existencia de Dios, puesto que Él sería responsable de la vida al encaminar causas secundarias hacia este fin en particular. Con todo, aun cuando se consideren causas evolutivas, no es posible excluir cierta intervención divina especial en el paso de la materia inanimada al ser vivo. Marcozzi diría que hay por lo menos tres etapas en las cuales es necesaria y evidente la intervención de Dios: “la aparición de la vida, es decir, de los primeros organismos vivos; las posibilidades evolutivas con que Dios dota a estos organismos; y por último la llegada del hombre, cuyas cualidades espirituales implican una intervención especial de Dios” [15]. Es posible observar empíricamente en el mundo subhumano la existencia de una jerarquía en los reinos vegetal y animal, aun cuando la distinción entre planta y animal no es tan marcada puesto que existen ciertos organismos primitivos con características de ambos reinos. Las especies superiores del reino animal son las de mayor desarrollo y por eso mismo más cercanas al hombre. La persona humana, por tener un alma espiritual, es la cúspide de la creación visible, y por lo tanto está dotada de intelecto y libre albedrío, pudiendo elegir para bien o para mal, y no está determinada ni programada por su entorno, lo cual la diferencia esencialmente de los animales. 

La evolución y la creación del hombre

El posible rol de la evolución en la formación del cuerpo humano es un tema considerado ya por el Papa Pío XII en 1950: La enseñanza de la Iglesia no prohíbe abordar la doctrina de la evolución en la investigación y el debate de los expertos del ámbito de las disciplinas humanas y la teología sacra, de acuerdo al estado actual de estas disciplinas, en cuanto esta doctrina se pregunta por el origen del cuerpo humano a partir de la materia viva existente. En cuanto a las almas, la fe católica nos exige sostener que son creación inmediata de Dios [16].

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En general, las tentativas de concebir el alma espiritual como producto de la evolución y por consiguiente proveniente de la materia implican en mayor o menor medida un grado de materialismo, el uso de una ideología evolucionista para negar la naturaleza espiritual del hombre y la obra de Dios Creador. En todo caso, si se sostiene que la evolución sólo ha incidido en el cuerpo de la persona humana, preparándolo hasta cierto grado para recibir el alma, creada luego por Dios, esto no sería necesariamente contrario a la fe cristiana.

Una cosa es considerar el efecto de las leyes de la evolución en el reino animal y otra muy distinta es aplicarlas arbitrariamente a la creación del hombre. Así, un debate sobre el origen del hombre en una perspectiva evolucionista no implica que Adán haya sido en realidad hijo de un animal. Sería teológicamente más acorde con la tradición cristiana sostener que la creación programada que puede llamarse evolución dio origen a una especie utilizada luego por Dios para crear al hombre [17]. El ser inferior (que podría llamarse protohumano) llegó a un punto en que estaba preparado para recibir el alma humana, de tal manera que en el momento indicado Dios introdujo el alma en un embrión o en un miembro adulto de la especie. Al mismo tiempo, Dios modificó y reconfiguró la estructura genética de ese protohumano para que pudiera recibir efectivamente el alma convirtiéndose así en un ser humano. De este modo, el nuevo ser heredó en parte su estructura genética del ser inferior y en parte la recibió por obra de la intervención divina directa. Ciertamente, no es posible verificar esta hipótesis mediante la investigación científica. Sin duda, algunos pensadores cristianos preferirían sostener que el cuerpo del primer ser humano fue producto de una intervención divina directa al margen de la evolución. Sin embargo, no es fácil decir que la creación del primer cuerpo humano simplemente haya brotado de la nada, puesto que las Escrituras dicen que se formó a partir del polvo de la tierra (Gn2:7). Aun cuando sigue siendo un misterio la relación precisa entre el aporte de los procesos evolutivos y la intervención divina directa en la creación del cuerpo humano, en definitiva Dios es el responsable de la creación de la totalidad de Adán y la totalidad de Eva.

En el documento en el cual alude a la evolución, el Papa Juan Pablo II ha reafirmado con especial énfasis la acción directa de Dios Creador en el origen del alma humana. El Santo Padre subraya el hecho de que la introducción del alma en el cuerpo constituye un salto en el orden del ser, “un salto ontológico” [18]. Ha sido una gran preocupación del Papa rechazar aquellas teorías sobre la evolución “que de acuerdo con las filosofías en las cuales se inspiran, consideran la mente como un producto de las fuerzas de la materia viva o mero epifenómeno de la materia” [19], por cuanto estas teorías son incompatibles con la verdad sobre el hombre. Estas filosofías obstinadas e inadecuadas constituyen más que nada variantes del materialismo ateo. Como ha señalado muy claramente el Sumo Pontífice, es necesario defender la verdadera naturaleza del hombre para proteger su dignidad. Ciertamente, la experiencia humana nos muestra que al alzar la cabeza el darwinismo y otras ideologías similares, la dignidad del hombre se ha visto en gran peligro.

Hay una perspectiva darwinista detrás de la política totalitaria más represiva de este siglo: “Es muy comprensible el entusiasmo por el darwinismo de los partidarios de la dictadura del proletariado y de quienes han sostenido la existencia de una raza superior. Marx percibió de inmediato que la teoría darwinista era útil para promover la lucha de clases, y Hitler repetía con facundia los puntos de vista darwinistas, muy populares entre los líderes militares alemanes anteriores a la Primera Guerra Mundial, que como él los utilizaron para justificar sus planes” [20]. El peligro real para el hombre y la sociedad reside en las filosofías que niegan la verdadera naturaleza del hombre y por lo tanto despojan a la sociedad de sus bases. Así, afirmaba Stanley Jaki: “Los verdaderos enemigos de una sociedad abierta no son las sociedades basadas en verdades absolutas o verdades sobrenaturales reveladas, sino las ideas de los círculos intelectuales que han optado por el azar considerándolo esencial... Las ideas son más peligrosas que las armas”. La sociedad occidental ha prosperado sobre la base de un cuerpo heredado de creencias absolutas implícitas. Por el hecho de no reconocerse la Revelación Cristiana, razón y trasfondo de estas creencias, la sociedad secular se enriquece como un “parásito” con estas verdades implícitamente cristianas [21].

La actual tendencia reduccionista en relación con el hombre, con sus orígenes darwinistas, también debe observarse en el problema de la “inteligencia artificial” o de las computadoras pensantes, otra cara de la misma moneda. Exaltar la materia hasta el punto de ubicarla en el reino del pensamiento equivale a reducir al hombre a un ser puramente material. La doctrina darwiniana en toda su amplitud, con sus dos principios centrales, a saber “el origen espontáneo de la vida y la aparición espontánea de la mente” [22], también implica la existencia al azar de la vida y seres racionales en otros planetas. Sin embargo, siendo la gran mayoría de las estrellas más antiguas que el sol, sus planetas deberían haber desarrollado supercivilizaciones cuyos representantes ya podrían haber establecido contacto con nosotros. Los darwinistas eluden este argumento apoyándose en el tamaño gigantesco del universo; pero en ese caso “nuestra propia búsqueda de inteligencia extraterrestre también debe considerarse una empresa mucho menos promisoria que la búsqueda de una aguja en un pajar” [23].

El tema de la inteligencia extraterrestre es “una interrogante realmente abierta, que no puede prejuzgarse de forma científica. Evidentemente, nadie puede ordenar a Dios la creación de intelectos en todas partes ni limitar su facultad de hacerlo” [24]. Si existe vida inteligente en otro lugar del cosmos, surge una interrogante sobre nuestra comunicación con esa inteligencia extraterrestre. El darwinismo no sería útil en este aspecto porque no ve elemento alguno de carácter universal o fijo en la naturaleza humana ni vería una naturaleza o esencia en otros seres. La posibilidad de un discurso racional entre una inteligencia extraterrestre y los seres humanos depende del realismo metafísico, pero se debilitaría “en un discurso filosófico basado directa o indirectamente en el nominalismo” [25]. Los darwinistas que sostienen la existencia de una inteligencia extraterrestre con frecuencia se ven obligados a dar saltos mortales en el dominio intelectual debido a su enfoque a priori de la cosmología. En todo rechazo de las visiones reduccionistas del hombre antes señaladas, la existencia del alma humana es la clave en la defensa de la dignidad humana.

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Es necesario sostener la noción cristiana de la creación en contraste con el enfoque de la evolución al azar de la inteligencia o de su aparición como epifenómeno de la materia [26]. Desde el momento que se pone en duda la verdadera naturaleza del hombre, se cierra un camino hacia la fe en Dios Creador. Al negar la distinción entre el espíritu y la materia, todo pasa a ser materia existente por sí misma sin necesidad de un Creador o todo se convierte en una mente cerrada en sus presuposiciones a priori. Si es producto de semejante mente, el mundo material deja de ser un reino privilegiado que revela su propia existencia como obra del Creador. La solución del dualismo cristiano es la unidad en la dualidad y esta posición sobre la naturaleza del hombre tiene consecuencias en su vida social y política.

Por otra parte, la construcción de la ética depende de una interpretación de la naturaleza humana. La palabra clave fue “hombre” en “los debates filosóficos que llevaron al nominalismo de Ockham, y más allá del mismo, al empirismo y al racionalismo” [27]. El debate se centró en los universales, especialmente en determinar si existía una naturaleza humana común en todos los hombres. El punto de vista que ganó terreno con el nominalismo fue la idea de que sólo existen individuos. Partiendo de esta base, se cierra el camino hacia valores éticos de carácter universal. El nominalismo permite entrar fácilmente a visiones del mundo impregnadas del azar, con lo cual la visión darwiniana del mundo y la ética darwiniana son consecuencias inevitables. Así, las consecuencias prácticas de la ética darwiniana se recogen en una sociedad en la cual la vida humana tiene poco valor, donde se rechaza la familia y se adopta la cultura de la muerte en forma de anticoncepción artificial, aborto y eutanasia.

Monogenismo y poligenismo

El libro del Génesis señala que toda la raza humana tiene su origen a partir de una pareja. En otro pasaje del Antiguo Testamento se señala que de Adán y Eva “nació todo el linaje humano” (Tb 8,6). En su discurso al Consejo del Areópago, San Pablo menciona el hecho de que toda la raza humana desciende de una sola pareja: “Él hizo de uno todo el linaje humano” (Act 17, 26). El Apóstol hace además un paralelo entre la Caída, que se produjo a través de un solo hombre, Adán, y la Redención, que llegó a través de Cristo, el Nuevo Adán: “Como por un hombre vino la muerte, también por un hombre vino la resurrección de los muertos. Y como en Adán hemos muerto todos, así también en Cristo somos todos vivificados” (1 Co 15:21-22; cfr. Rm 5:12-21). San Atanasio desarrolló en mayor medida la base cristológica de la doctrina conocida como el monogenismo, es decir que toda la raza humana desciende de Adán y Eva: “Lo nacido de María, de acuerdo a las Escrituras, fue por naturaleza humano; el Cuerpo del Señor era real, real porque era igual al nuestro. Esto fue así porque María era hermana nuestra, puesto que todos descendemos de Adán” [28]. El hecho de no mencionarse explícitamente la esposa de Caín (Gn 4:17) entre los hijos de Adán y Eva no demuestra que no descendiera de ellos. Nuestros primeros padres tuvieron muchos hijos hombres y mujeres (Gn 5:4). Tampoco es válida la objeción según la cual el monogenismo no es posible porque exigía el matrimonio de los hijos de Adán con sus hermanas. En las circunstancias especiales del comienzo del linaje humano, la generación entre parientes cercanos estaba permitida, como puede observarse al menos en una ocasión más en el Antiguo Testamento (Gn 19:31-38), con el fin de perpetuar la raza humana. El monogenismo está necesariamente vinculado con la enseñanza cristiana sobre el pecado original.

Por otra parte, el poligenismo es la teoría que plantea la existencia de numerosas parejas en el origen de la raza humana. El apoyo a las teorías poligenistas sobre el origen del hombre suele estar marcado por matices ideológicos de fondo, entre ellos la noción del azar de la teoría de la evolución. Al prevalecer semejante idea, es más fácil concebir el desarrollo espontáneo al azar de diversos seres humanos “originales” en distintos lugares, de acuerdo únicamente con el criterio de la selección natural. El poligenismo conduce a una o más de por lo menos tres hipótesis inaceptables: en primer lugar, que el pecado original no se transmitió a todos los miembros de la raza humana; segundo, que aun cuando el pecado original se haya transmitido a todos los miembros de la raza humana, esto ocurre mediante un proceso que no es la generación; y la tercera hipótesis errónea es que el pecado original se trasmite por generación a todos los hombres, pero Adán no es un individuo en particular, sino un conjunto de personas [29].

Hay una diferencia entre poligenismo monofilético y polifilético. De acuerdo con el primero, el linaje humano desciende de varios seres humanos y no sólo de Adán y Eva, pero todos los seres humanos originales pertenecen a la misma estirpe o fílum. En este caso, es mucho más fácil decir que todos esos primeros seres humanos cometieron juntos el pecado original y éste se transmitió luego a sus descendientes. Con todo, el poligenismo monofilético no bastaría para explicar satisfactoriamente las epístolas paulinas y la afirmación de que todos los hombres mueren con Adán. De acuerdo con el poligenismo polifilético, la raza humana desciende de numerosas estirpes o fílumes, con lo cual sería imposible garantizar la enseñanza de la Iglesia en el sentido que el pecado original se hereda a través de la generación. En todo caso, el Papa Pablo VI reafirmó las reservas de la Iglesia con respecto al poligenismo en el contexto de explicaciones inadecuadas sobre el pecado original dadas por algunos teólogos modernos. Estos autores, cuyo punto de partida es un poligenismo “que no ha sido demostrado”, prácticamente niegan la doctrina del pecado original. El Papa además señaló con énfasis la condición de primer padre universal de Adán [30]. El hecho de descender todo el linaje humano de una sola pareja pone en relieve la unidad esencial de toda la humanidad y la igualdad de todas las personas en una naturaleza única y constituye por lo tanto una poderosa defensa contra las diversas formas de racismo.

Hay una tendencia entre los nuevos teólogos a negar el monogenismo o poner en tela de juicio esta doctrina por cuanto ven que últimamente no se ha reafirmado en forma explícita. Con todo, el hecho de que el Magisterio no se haya pronunciado últimamente sobre el tema no implica una abrogación de la doctrina. Se presume que una enseñanza de la Iglesia (aún no declarada irreformable) subsiste mientras no se modifique explícitamente. Podríamos preguntarnos por qué estos teólogos tienden a apoyar el poligenismo. Tal vez no quieren estar rezagados en relación con los descubrimientos científicos. Sin embargo, hasta ahora la ciencia no ha podido demostrar el poligenismo ni el monogenismo. Algunos hombres de ciencia han planteado el origen monogenético del cuerpo humano basándose en conocimientos genéticos [31]. Las diferencias de color y forma del cuerpo humano podrían explicarse en términos de adaptación evolutiva de acuerdo con las condiciones de los distintos lugares del planeta. Suponiendo que la evolución tuvo un rol en la preparación del protohumano antes de la introducción del alma, y suponiendo incluso que la ciencia pudiera detectar un poligenismo en estos seres inferiores, la revelación parece indicar que Dios introdujo el alma únicamente en una pareja elegida entre esos diversos protohumanos hipotéticos. La introducción del alma directamente por Dios otorga al ser humano una condición esencialmente distinta de los animales. Esta acción está fuera de la competencia de la investigación científica, como afirmó recientemente el Papa Juan Pablo II: “Las ciencias de la observación describen y miden las múltiples manifestaciones de la vida con precisión cada vez mayor y establecen una correlación entre ellas y la línea temporal. El momento de la transición a lo espiritual no puede ser objeto de este tipo de observación, que no obstante puede descubrir a nivel experimental una serie de señales muy valiosas indicadoras del carácter específico del ser humano” [32].

En otras palabras, las ciencias empíricas no tienen competencia para medir el acto de introducción por Dios de la primera alma humana y luego de todas las almas posteriores, y se ocupan únicamente de mediciones de los estados sucesivos de carácter material [33]. Por consiguiente, siendo los orígenes monogenéticos de la humanidad una elección divina, no son puramente producto del proceso evolutivo, de tal manera que es discutible la posibilidad de obtener una prueba científica definitiva en favor del monogenismo o el poligenismo. Si bien la ciencia de la paleontología ciertamente puede indicar qué fósiles son humanos y cuáles no lo son, la determinación de fechas de dichos materiales con el fin de ubicar a los primeros seres humanos no es siempre muy precisa. Este problema subsiste aun cuando exista la posibilidad de distinguir científicamente entre restos humanos y prehumanos. La dificultad reside en establecer el vínculo entre lo prehumano y lo humano, sobre todo porque en la actualidad ya no es posible encontrar una gran cantidad de restos. Es sumamente dudoso que la ciencia alguna vez realmente esté en condiciones de refutar el origen monogenético de la persona humana. Por otra parte, es posible que sobre la base de consideraciones genéticas se determine efectivamente el origen de los seres humanos a partir de una sola pareja.

Conclusión

La afirmación más fundamental que debe hacerse contra el reduccionismo de los enfoques darwinianos de la antropología es que el dogma de la Encarnación garantiza la verdadera naturaleza del hombre. El propósito dentro del universo es reforzado por Cristo, cuya venida despliega en forma total y definitiva la economía de la salvación. Al margen de esta visión cristiana, el concepto de propósito está en peligro, y además de visualizarse con frecuencia el universo como producto del azar o el caos, también se expresa en estos términos la vida humana en el interior del mismo [34]. El Concilio Vaticano II nos enseñó claramente que el misterio del hombre puede interpretarse a la luz del misterio de Cristo:

En realidad, únicamente en el misterio de la Palabra encarnada se aclara el misterio del hombre, porque Adán, el primer hombre, era uno como Aquel que vendría, Cristo el Señor. Cristo, el Nuevo Adán, en la revelación misma del misterio del Padre y Su amor, revela plenamente el hombre a sí mismo e ilumina su más alto llamado [35].

La doctrina del alma humana inmortal de Cristo es fundamental al respecto, por cuanto “sobre esa alma, inseparablemente unida con su naturaleza divina y su persona divina, la Escritura y los Credos predican el descenso de Cristo a los infiernos”. La creencia en el alma humana de Cristo refuerza el hecho de que el hombre es “radicalmente diferente del resto de la creación e incluso del resto del proceso evolutivo” [36].


Notas

[1] Juan Pablo II, Mensaje a la Pontificia Academia de Ciencias, 22 de octubre de 1996, n. 4.
[2] Cuadernos iniciales no publicados de Darwin, transcritos y comentados por P. H. Barret, con un prefacio de J. Piaget, Cuaderno C, E.P. Dutton, Nueva York, 1974, p. 451.
[3] S. L. Jaki, Angels, Apes and Men, Sherwood Sugden and Company, La Salle-Illinois, 1983, p. 55.
[4] R. Dawkins, The Blind Watchmaker, Longmans, Harlow, 1986, p. 317.
[5] S. L. Jaki, The Purpose of It All, Scottish Academic Press, Edimburgo, 1990, p. 32.
[6] Angels, Apes and Men, cit., p. 66.
[7] Para una relación sobre la forma en que la visión cristiana lineal del cosmos liberó al hombre de las nociones paganas cíclicas, panteístas y eternalistas, ver S. L. Jaki, Science and Creation (La ciencia y la creación), Scottish Academic Press, Edimburgo, 1986.
[8] Angels, Apes and Men, cit., p. 67.
[9] Ibídem.
[10] Ibídem., p. 70
[11] Ibídem.
[12] Ver Juan Pablo II, Mensaje a la Pontificia Academia de Ciencias, 22 de octubre de 1996, donde afirma: “en vez de la teoría de la evolución, deberíamos hablar de varias teorías de la evolución”.
[13] Ver Juan Pablo II, “Discurso a los participantes en un simposio internacional sobre la fe cristiana y la teoría de la evolución” (26 de abril de 1985) en Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 8/1 (1985), p. 1.129.
[14] Ver Id., “Discurso en el Plenario” (29 de enero de 1986), en Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 9/1 (1986), p. 212.
[15] Ver entrevista con V. Marcozzi en Inside the Vatican, 5/1 (enero de 1997), 27. Ver también A. Holloway, God’s Master Key. The Law of Control and Direction, Faith Keyway, Wallington, 1988, 18, quien afirma que la vida debería considerarse como “el secreto de Dios”.
[16] Pío XII, Humani generis, n. 36. Anteriormente el Papa había afirmado lo siguiente en un discurso a la Pontificia Academia de Ciencias del 30 de noviembre de 1941: “En la cima de la escala de todos los vivientes, el hombre, dotado de un alma espiritual, fue creado por Dios para ser príncipe y soberano del reino animal. La investigación múltiple, tanto en paleontología como en biología y morfología, de los problemas vinculados con los orígenes del hombre, hasta ahora nada ha determinado con gran claridad y certeza. Debemos dejar en manos del futuro la respuesta a la interrogante, si en realidad la ciencia, iluminada y guiada por la Revelación, algún día estará en condi-ciones de entregar resultados verdaderos y definitivos sobre un tema tan importante”.
[17] El Papa Juan Pablo II mencionó esta idea en un discurso en el Plenario, el 16 de abril (en Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 9/1 (1986), p. 1041), señalando que desde el punto de vista de la doctrina de la fe no habría impedimentos para explicar el origen del hombre mediante la hipótesis de la teoría de la evolución, lo cual destacó como una posibilidad probable y no como una certeza científica. El cuerpo humano se habría preparado gradualmente en seres vivos anteriores. Con todo, el alma humana, de la cual depende el carácter humano del hombre, no podría haber surgido de la materia.
[18] Juan Pablo II, Mensaje a la Pontificia Academia de las Ciencias, 22 de octubre de 1996, n. 6.
[19] Ibídem, n. 5.
[20] S. L. Jaki, Cosmos and Creator, Scottish Academic Press, Edimburgo, 1980, p. 114, y notas 5 y 6 en p. 160.
[21] Id., “Order in Nature and Society: Open or Specific”, en C.W. Carey (ed.), Order, Freedom and the Polity (Critical Essays on the Open Society), University Press of America, Lanham, Maryland/London, 1986, pp. 100-101.
[22] Cosmos and Creator, cit., pp. 118-122.
[23] Ibídem, p. 123.
[24] Ibídem, p. 125.
[25] Cosmos and Creator, p. 124. En “Religion and Science: The Cosmic Connection”, en J. A. Howard (ed.), Belief, Faith and Reason, Christian Journals, Belfast, 1981, 24, Jaki afirma: “Podríamos sospechar que lo ridículo se dio con creces puesto que en el problema de los universales Ockham ciertamente podría resultar ser un boomerang. Todos los defensores de la inteligencia extraterrestre son en realidad una gran cantidad de pollos ockhamistas que han regresado a descansar en la percha”.
[26] Ver Juan Pablo II, Mensaje a la Pontificia Academia de las Ciencias, 22 de octubre de 1996, n. 5.2.
[27] Cosmos and Creator, cit., p. 113.
[28] San Atanasio, Carta a Epicteto, n. 7, en PG 26, pp. 1061-1062.
[29] Ver Pío XII, Humani generis, n. 37, donde afirmó en relación con el poligenismo que no es posible sostener sin riesgo “una teoría que implica o bien la existencia en esta tierra, con posterioridad a Adán, de verdaderos hombres que no hayan tenido su origen a partir de él como antepasado de todos ellos, por generación natural, o bien por el hecho de que ‘Adán’ represente una pluralidad de antepasados, por cuanto no es del todo clara la forma en que semejantes puntos de vista podrían conciliarse con los datos propuestos por las fuentes de la verdad revelada y los documentos de la Iglesia sobre el pecado original, es decir, que éste surge de un pecado realmente cometido en forma individual y personal por Adán y es una condición innata de todos nosotros únicamente por haberlo recibido a través de la descendencia a partir de él”.
[30] Ver Pablo VI, “Discurso en el Simposio sobre el pecado original”, 11 de junio de 1966, en AAS 58 (1966), p. 654.
[31] Para un resumen de los argumentos científicos a favor del monogenismo, ver P. F. Forsthoefel, Religious Faith Meets Modern Science, Alba House, Nueva York, 1994, pp. 29-37; M. Artigas, Le Frontiere dell’Evoluzionismo, Ares, Milán, 1993, pp. 35-36, 215-217.
[32] Juan Pablo II, Mensaje a la Academia Pontificia de Ciencias, 22 de octubre de 1996, n. 6. Ver P. Haffner, Mystery of Creation, Gracewing, Leominster, 1995, p. 75, 174.
[33] Mystery of Creation, cit., p. 75.
[34] Ver S. L. Jaki, The Purpose of It All, Scottish Academy Press, Edimburgo, 1990, pp. 205-238.
[35] Gaudium et spes, n. 22.1. Ver Juan Pablo II, Redemptor hominis, n. 8.
[36] S. L. Jaki, Chesterton, A Seer of Science, University of Illinois Press, Urbana, 1986, pp. 79-80.

Sobre el autor

Estudio Física en Corpues Christi College, Oxford. Después de sus estudios de seminario en el Venerable English College y la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, fue ordenado sacerdote para la Diócesis de Portsmouth en 1981. En 1987, defendió y publicó su tesis de doctorado en la Universidad Gregoriana, bajo el título "Fe cristiana en Dios Creador en relación a la ciencia moderna de acuerdo a las obras de S.L. Jaki". Desde 1987 ha sido profesor en la Universidad Gregoriana y desde 2001 en el campus italiano de la Duquesne University. Es presidente de la Fundación Stanley Jaki desde 2010. Es representante para la Santa Sede de Gracewing Publishing desde 2012, y miembro de la Pontificia Academia Mariana Internationalis desde 2012. Es autor de más de 30 libros y 150 artículos sobre temas de filosofía y teología.


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