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- Jorge Olaechea
«Cuando se observa una ceguera tan incomprensible respecto de la realidad del alma, como la que encontramos en la historia de la psicología naturalística del siglo XIX, cabe pensar que la causa de esa ceguera y de la incapacidad de llegar a lo profundo del alma no reside simplemente en determinados principios metafísicos, sino en una inconsciente angustia de encontrarse con Dios».
(Diagnóstico de Edith Stein para una «psicología sin alma», en El castillo del alma)
Desde los primeros años hasta la Primera Guerra Mundial
Rudolf Allers nace en Viena, el 13 de enero de 1883, hijo de Mark Allers, médico, y de Augusta Grailich. Bautizado ese mismo año en la famosa Votivkirche de Viena, recibirá su primera educación en casa, ya que su padre debía desplazarse frecuentemente con la familia por motivos de trabajo. Aunque educado en la religión católica, él mismo reconocerá no haber desarrollado en su familia una fe real [1]. Cultiva sin embargo un gran interés por el arte, la música, los idiomas –en casa de los Allers se hablaba, además del alemán, el inglés y el francés– y sobre todo por la lectura.
Terminados sus estudios escolares, en 1902 Allers inicia la carrera médica, convencido de que «la ciencia médica podía representar para su espíritu una amplia vía abierta hacia el mundo humano, una llave preciosa que le habría podido abrir los misterios de la vida humana hasta introducirlo en lo más íntimo y sagrado del alma» [2]. Aunque tuvo la posibilidad de escuchar las lecciones de Freud en la Universidad de Viena, Allers no entra en contacto serio con el psicoanálisis si no hasta 1908, año en que es nombrado asistente de Arnold Pick [3] en la Clínica de Enfermedades Nerviosas y Mentales de la Universidad Alemana en Praga. Aquí conoce a Otto Pötzl [4], quien habría presentado al joven médico la perspectiva psicoanalítica, de la que será al inicio un «seguidor entusiasta» [5].
Ese mismo año Allers contrae matrimonio con Carola Meitner, que era como él, católica de familia judía. Carola era una de las hermanas de Lise Meitner, importante científica y autora con Otto Hahn de varios descubrimientos en física nuclear.
Ya como psiquiatra, Allers es invitado en 1909 a la Clínica Universitaria de Munich, donde trabaja como asistente de Emil Kraepelin [6], considerado por algunos el fundador de la psiquiatría moderna, y del famoso Alois Alzheimer [7]. Durante su permanencia en Munich entra en contacto con el círculo fenomenológico de esta ciudad, en modo particular con Max Scheler [8] y su propuesta antropológica, alejándose al mismo tiempo de la concepción psicoanalítica.
En 1913 Allers inicia una de las actividades que llevará adelante durante toda su vida: la enseñanza universitaria, comenzando como instructor de psiquiatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Munich. Sin embargo el estallido de la Primera Guerra Mundial lo lleva a interrumpir la enseñanza y a dirigirse al frente de batalla en calidad de cirujano. Fruto de estos años –además de una condecoración de la Cruz Roja por sus servicios– será su primer libro: Über Schädelschüsse. Probleme der Klinik und der Fürsorge (Sobre los golpes en el cráneo. Problemas clínicos y terapéuticos), en 1916. En esta obra, Allers presenta una investigación sobre los traumas físicos y psicológicos generados en soldados que han sufrido golpes en la cabeza durante la guerra. Ya en este trabajo juvenil, es evidente la tentativa de encontrar un vínculo entre los problemas fisiológicos y los problemas psicológicos. No menos importante será el tiempo dedicado a las lecturas filosóficas, como él mismo recuerda: «Durante la guerra de 1914-1918, en los largos períodos de relativa inercia en el hospital de campo, fue creciendo en mí la persuasión de que la filosofía tomista ofrecía en realidad la base más adecuada para el desarrollo de un sistema de antropología filosófica como fundamento de una teoría de la psique tanto normal cuanto anormal» [9].
En Viena de 1918 a 1938
Terminada la guerra en 1918, «Allers prestó sus servicios en la Facultad de Medicina de la Universidad de Viena, trabajando primero en el departamento de fisiología de los sentidos y psicología médica, y después –desde 1927– en el departamento de psiquiatría. Fue capaz de conjugar la enseñanza, la investigación en laboratorio y la práctica privada. Y era siempre a partir de este complejo trasfondo de enseñanza-investigación-terapia, que Allers veía las diversas escuelas de psiquiatría que reconocían en Viena su centro de irradiación. En este tiempo se hace cada vez más consciente de que las interpretaciones y métodos en psiquiatría estaban planteando preguntas generales sobre el hombre y que las posiciones a las que llevaban estaban cargadas de implicaciones filosóficas y religiosas» [10].
La primera cuestión que Allers examinará en profundidad será la del psicoanálisis. El 26 de abril de 1920 pronuncia ante la Asociación de Psicopatología y Psicología Aplicada de Viena, una importante conferencia titulada Über Psychoanalyse (Sobre psicoanálisis). En la conferencia están presentes los «grandes» de la psicología y de la psiquiatría de aquel tiempo, nombres como Schilder, Pötzl, Neumann, Pappenheim, Roffenstein, Federn, Hitschmann, Stransky. La crítica de Allers a la doctrina psicoanalítica fue profundizada y ampliada con los años, hasta constituir una de sus obras más importantes, escrita en inglés en 1940: The Successful Error. A Critical Study of Freudian Psicoanalisis.
Esta crítica sigue dos líneas esenciales. Según Allers el psicoanálisis se funda sobre una gran falacia lógica: «el psicoanálisis, de hecho más de una vez, asume como premisa aquello que dice probar y en modo subrepticio introduce en sus razonamientos ideas preconcebidas, tratando de dar la impresión de que estas ideas son el resultado de hechos y principios evidentes» [11]. Esta falacia, que en lógica se llama petitio principii, es desvelada por Allers en conceptos fundamentales del psicoanálisis como las ideas de «resistencia» o de «asociación», así como en el método de interpretación de los hechos analizados, y en las aplicaciones del psicoanálisis a la teoría de la neurosis o a la etnología, donde «la interpretación y la especulación fantástica toman el lugar de la observación y del análisis experimental» [12].
La segunda línea es una crítica a la visión de fondo que el psicoanálisis plantea de la persona humana: «El psicoanálisis tiene una concepción completamente materialista (…). Quien no se siente en la capacidad de aceptar la filosofía del materialismo, no puede sino rechazar el psicoanálisis. Por causa de su materialismo, la filosofía de Freud y de su escuela es, en cuanto se refiere a la ética, un simple hedonismo. Está viciada por un subjetivismo extremo que llega a enceguecer la mirada del psicoanalista frente a ciertos hechos objetivos y verdades obvias. Por causa de su subjetivismo esta teoría es impersonalista e ignora la esencia de la persona humana» [13].
Al mismo tiempo, Allers conoce a Alfred Adler [14] y se familiariza con la psicología individual. Como él mismo afirma en una de sus cartas: «El elemento más atractivo de su psicología era, a mi parecer, el acento puesto en el hombre integral, tomado en la totalidad de sus relaciones y en la finalidad de la vida humana, y consiguientemente su tendencia a concebir el comportamiento –incluido el comportamiento sexual– como la expresión de tendencias fundamentales de la personalidad» [15]. Allers entra así a formar parte de la Asociación de Psicología Individual, que como veremos, abandonará en 1927. Al interior de la asociación entra en contacto con Oswald Schwarz [16], uno de los pioneros de la medicina psicosomática, contribuyendo al volumen editado por este último sobre Psicogénesis y psicoterapia de los síntomas corporales (1925). Es en estos años que el joven Frankl trabaja con Allers en el laboratorio de fisiología de los sentidos.
Pero la colaboración con Adler no durará mucho. Una vez instructor de psiquiatría en Viena, Allers decide hacer explícita su divergencia con ciertas teorías de la psicología individual adleriana. Este evento es recordado por Frankl en su autobiografía: «En 1927, llegó la tarde en que Allers y Schwarz decidieron defender y motivar coram publico su retiro –previamente anunciado– de la Asociación de Psicología Individual. La reunión se llevó a cabo en el aula magna del Instituto de Histología de la Universidad de Viena. En las últimas filas estaban sentados un par de freudianos, que gozaron del espectáculo riendo por los problemas ajenos, viendo que sucedía a Adler exactamente lo que en el pasado había sucedido a Freud, cuando Adler se retiró de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Se estaba realizando una nueva «secesión». La presencia de los psicoanalistas hacía que Adler estuviera mucho más susceptible. Cuando Allers y Schwarz terminaron su exposición, el aire estaba cargado de tensión. ¿Cómo habría reaccionado Adler? Esperamos inútilmente. Contrariamente a sus hábitos no tomó la palabra. Transcurrieron minutos preciosos. Yo estaba sentado como él en primera fila y entre nosotros se encontraba una de sus alumnas, cuyas reservas en relación a su teoría Adler conocía tan bien como las mías. Finalmente se volteó hacia nosotros y dijo con sarcasmo: «¿Entonces, campeones?». Y diciendo esto nos hizo entender que no debíamos ser cobardes, y que debíamos poner las cartas sobre la mesa y tomar la palabra. No me quedó sino salir adelante y explicar a los demás en qué medida la psicología individual había crecido a la sombra del psicologismo» [17].
Los años sucesivos, transcurridos en su mayor parte en Viena, verán a Rudolf Allers dedicado –además de la enseñanza y la investigación– a la publicación de numerosas obras, algunas de ellas fundamentales para su pensamiento.
Naturaleza y educación del carácter de 1929, aunque escrita con fines esencialmente prácticos, como señala Allers en su introducción a la edición italiana, fundamenta su propuesta práctica sobre la base de un estudio de la naturaleza humana y la génesis del carácter. Luego de un largo análisis del fenómeno de la acción humana, Allers llega a una definición bastante compleja del carácter: «Esta ley de preferencia en el valor, por la cual gobierna su conducta el hombre concreto, no es otra cosa que lo que nosotros llamamos carácter. El carácter de un hombre es, por consiguiente, una legalidad de su obrar, algo así como una regla o una máxima. Y por cuanto esa regla contiene la forma general del preferir y postergar valores por parte de una persona, puede también llamarse el carácter, apoyándose en la expresión tan conocida de Kant: el imperativo categórico individual» [18].
Para Allers el carácter es, además, algo fundamentalmente variable, no es ni simple ni inmutable. Ésta es la premisa de una teoría de la educación que busque ir más allá de una mera transmisión de contenidos o un simple entrenamiento de facultades en el individuo. La aplicación concreta de este camino de formación del carácter constituye el contenido de los últimos capítulos de esta obra.
En esta obra se puede ver ya presente en modo consistente la propuesta allersiana de pensar la psicología y sus aplicaciones, basándose sobre una visión del hombre que tenga en cuenta los datos de la fe cristiana. Interesante, en esta línea, son las palabras conclusivas del libro: «A lo largo de las páginas que ahora tocan a su fin, creemos no dejar lugar a dudas de que no era nuestra intención resolver todas las cuestiones de la educación del carácter ni hacer superfluo el fundamentar ésta sobre medios sobrenaturales, gracias a los métodos que nos ofrece la nueva investigación del alma –remozamiento, en parte, de viejos conocimientos–. Estimamos, por el contrario, que con nuestra obra hemos señalado los límites de los medios naturales. En nuestra opinión, el dominio más perfecto de todos los conocimientos y de los procedimientos que de ellos se siguen, tiene que fracasar, en última instancia, cuando no se entroncan en la conexión, fundamentante y superior en su alcance, del saber religioso. Estamos convencidos de que es imposible, tanto la fundamentación teórica de una doctrina sobre la educación del carácter, como la de una teoría general del carácter, sin referirse a las verdades religiosas, ni enraizar aquellas en éstas. Vimos cómo los planteamientos de nuestras cuestiones, surgidos de una inmediata necesidad práctica, remitían siempre a últimos problemas que únicamente se resolvían en el terreno de la metafísica y en el amplio curso de la fe basada en la Revelación» [19].
Otras obras ven la luz en este período vienés: Cristo y el médico (1931), Las nuevas psicologías (1932), Pedagogía sexual y relaciones humanas (1934), Educación terapéutica de las desviaciones del carácter (1935), Temperamento y carácter (1935). En ellas se nota el desarrollo y consolidación de algunas ideas tratadas en precedencia por Allers sobre el carácter o la psique humana en general, sobre la psicología y sus aplicaciones terapéuticas o pedagógicas. Se ve asimismo el esclarecimiento de algunos intereses que ocuparán su futura investigación, y en concreto, el interés por aquellos temas filosóficos que se encuentran a la base de una visión auténtica del hombre.
Una de las primeras páginas de The New Psychologies revela la conciencia de Allers sobre este punto: «El renacimiento de la metafísica en nuestro tiempo muestra un rasgo muy característico: el interés primario y vital se centra sobre el problema del hombre; la búsqueda más intensa es la de una antropología. La gran importancia dada en nuestros días a todas las cuestiones psicológicas es un ejemplo de esta búsqueda. Hoy los hombres deben responder a una sola pregunta, planteada hoy tal vez más honestamente que nunca: ¿Qué es el hombre?» [20].
Movido por sus intereses filosóficos, Allers acepta la invitación del P. Agostino Gemelli [21] a obtener el doctorado en filosofía en la Universidad Católica de Milán, título que recibe en 1934. «Su «regreso a la escuela» –afirma Collins– le permitió no sólo profundizar su conocimiento de las aproximaciones de la filosofía griega y moderna al hombre, sino también acrecentar su intenso interés por lo que los medievales habían dicho sobre el hombre y sus funciones en el universo» [22].
Durante estos años algunos personajes importantes pasan por la casa de los Allers en Viena. Hans Urs von Balthasar [23] vivió varios meses con ellos mientras cursaba sus estudios de germanística en la capital austriaca. Edith Stein [24] vivió un tiempo con Rudolf, su esposa Carola y su hijo Ulrich (nacido en 1920), durante su estadía en Viena en 1931. Como recuerda el mismo Allers en una carta a Hilde Graef, biógrafa de la santa filósofa alemana, Edith permaneció la mayor parte del tiempo en casa con ellos. Ciertamente eran muchos los temas comunes que interesaban a la Stein y a Allers: la antropología filosófica y su relación con la pedagogía de la persona, el deseo de articular lo mejor de la tradición filosófica medieval con ciertas ideas de la filosofía contemporánea, así como el problema de la traducción de Santo Tomás de Aquino al alemán de modo fiel y al mismo tiempo claro.
Otra visita –muy probablemente en 1935– será de gran importancia para el futuro de Rudolf Allers: Francis Braceland [25], médico psiquiatra americano, impresionado por las obras de psicología de Allers que habían comenzado a circular también en el mundo de lengua inglesa, lo visita en Viena, admirando asimismo «sus abundantes conocimientos humanísticos de historia y de idiomas, de matemática y de música» [26]. Braceland será en gran medida el responsable del traslado de Allers y su familia a Washington DC, cuando la situación política en Austria, por causa del nazismo, se vuelve insostenible para ellos.
Así, durante el verano de 1937, Allers recibe la invitación de parte del P. Ignatius Smith, O.P., decano de la Facultad de Filosofía de la Catholic University of America, a ser profesor en esta importante institución. En 1938 comienza a enseñar psicología a los estudiantes de filosofía.
De la Catholic University of America a la Georgetown University
Comienza así una nueva etapa en la vida de nuestro autor. Como profesor en la Catholic University of America, Allers entra inmediatamente en contacto con el mundo de la filosofía católica, en pleno florecimiento en este país. Ya en 1938 da una conferencia en el Congreso de la American Catholic Philosophical Association sobre el concepto de «causa» en psicología.
Sería imposible, en estas pocas páginas, tratar de resumir el aporte intelectual de Allers en estos años, aporte que va desde cuestiones psiquiátricas sobre legislación matrimonial, hasta interesantes análisis de filosofía del conocimiento, pasando por estudios de tipo histórico, como su artículo Microcosmus. From Anaximandros to Paracelsus, escrito para la revista Traditio. En el primer decenio en Washington DC, además del mencionado libro sobre Freud y el psicoanálisis, Allers publicará otras dos obras: Self Improvement (1939) y Character Education in Adolescence (1940). El resto de su trabajo se encuentra en las revistas para las cuales trabaja intensamente.
Self Improvement se presenta como una obra eminentemente práctica, en la que Allers busca «mostrar que las dificultades y problemas que el hombre debe enfrentar surgen de su misma personalidad, o incluso son creados por él, mucho más de cuanto generalmente se cree» [27]. No se trata de un simple «manual de autoayuda», sino de una auténtica fenomenología de algunos problemas que Allers considera que deben ser comprendidos por cualquier persona que desee crecer personalmente. El prólogo muestra el planteamiento de la obra: «Este libro se basa sobre la filosofía cristiana y la moral cristiana. Ellas ofrecen la línea general de los razonamientos, aunque no son el punto de partida de estos razonamientos. Todo lo que será explicado en los capítulos que siguen se basa en la experiencia. Se trata de hechos y no de especulaciones. Los hechos pueden, en cierto modo, contribuir a probar la verdad del punto de vista general y filosófico, probando así su gran utilidad para reordenar nuestra vida» [28].
Al interés práctico y a la experiencia concreta no se opone el asumir un punto de vista sobre el hombre. Las dos perspectivas deben siempre caminar juntas. Esta idea central del pensamiento de Allers –presente ya desde sus primeras obras– representa una de las intuiciones fundamentales que deben ser recuperadas por la psicología de nuestros días. La búsqueda de una visión adecuada de la persona humana es hoy más que nunca un imperativo en el ámbito de la psicología.
La segunda obra, Character Education in Adolescence, es la recopilación de una serie de artículos escritos por Allers en The Homiletic and Pastoral Review. Se trata de un interesante aporte a la pedagogía de la adolescencia, que es caracterizada en este libro en sus líneas psicológicas más importantes, haciendo una propuesta educativa que las tenga en cuenta. Se presentan una vez más motivos típicamente allersianos, como la insistencia sobre la «comprensión» de la persona concreta, la cual debe articularse con motivos antropológicos de fondo, si se desea una educación que lleve a un desarrollo sano del adolescente.
También aquí un par de citas pueden ofrecer una mirada sintética de la obra en su idea central: «Todo procedimiento práctico está determinado por las finalidades para cuya realización es aplicado. Los procedimientos educativos, en particular, dependen de lo que se considera como el verdadero fin de la educación. La ciencia, sin embargo, es absoluta y esencialmente incapaz de descubrir nada sobre el fin. Si alguien nos dice que debemos perseguir un objetivo porque la ciencia nos lo impone, podemos estar de antemano seguros de que se equivoca; podrá seguramente acertar en recomendarnos ciertos fines, pero no como consecuencia de su apelarse a la ciencia» [29]. «Es sin duda alguna útil enseñar ciertos principios directivos fundamentales. Pero la esencia de la educación no se puede aprender en cursos de pedagogía, no se puede explicar completamente en textos escolásticos. La eficacia de la acción educativa está basada sobre la relación personal entre el educador y el educando» [30].
Como profesor, Allers es sinceramente apreciado por sus estudiantes. Contamos con el testimonio de James Collins, alumno de Allers de 1941 a 1944, en un artículo escrito para la revista The New Scholasticism después de la muerte del maestro: «Gracias a una memoria altamente desarrollada y a un delicado sentido de la proporción, Allers era capaz de presentar su material en un desarrollo temático consistente sin necesidad de hacer uso de notas escritas, aun cuando hacía citaciones textuales de las fuentes. Daba la impresión de estar totalmente y apasionadamente involucrado con el tema en discusión, tema que examinaba con orden, pero transmitiendo al mismo tiempo un sostenido entusiasmo intelectual que era altamente contagioso entre los estudiantes. Ellos percibían la calidad particularmente exigente de sus clases, que exigían de ellos un compromiso cada vez más intenso para llegar a apreciar lo que estaba sucediendo. Allers no necesitaba hacer prédicas sobre la integración de las disciplinas en una mente libre, ya que su ejemplo estaba allí para ser observado y aprovechado. El acto de enseñar era para él un modo de alcanzar –y de alentar a otros a alcanzar– una pertinente unificación de los modos de la experiencia humana: científico y humanista, histórico y especulativo. El carácter práctico-ejemplar de esta forma de enseñanza era verdaderamente eficaz por el hecho de no estar nunca divorciado del examen actual de los problemas a la mano» [31].
En 1948 el P. Hunter Guthrie, S.J., decano de la Facultad de Filosofía de la Georgetown University y conocido por haber hecho de esta facultad un importante think tank católico, invita a Allers a formar parte de esta prestigiosa institución, asumiendo la cátedra de antropología filosófica. Serán años de intenso estudio y profundización en esta materia. A comienzos de los años‘50, Allers escribirá: «Aún no he logrado escribir aquello que desearía, esto es, una filosofía comprensiva (integral) de la naturaleza humana» [32]. Y no logrará hacerlo en modo sistemático. Será más bien en las lecciones universitarias donde desarrollará sus ideas en este sentido.
Como señala Collins, «fue también durante los años en Georgetown que Allers focalizó su interés de toda la vida por la fenomenología y el existencialismo, en modo particular en relación a la psiquiatría» [33]. Fruto de este interés será el volumen Existentialism and Psychiatry: Four Lectures (1961), que recoge las lecciones dadas por Allers en el Institute of Living, del que Braceland era entonces director.
En 1957 Allers será nombrado profesor emérito, aunque no deja la enseñanza hasta el final de su vida. En 1952 había muerto su esposa Carola, y tres años después Allers había logrado regresar a Europa como Fullbright Lecturer, dando conferencias en las universidades de París, Toulouse, Viena y Ginebra.
Los últimos años de Rudolf Allers
Los últimos años del casi octogenario profesor austriaco serán años llenos de reconocimientos. En 1959 pronuncia el discurso presidencial de la Metaphysical Society of America sobre la cuestión de lo objetivo y lo subjetivo. En 1960 recibe en St. Louis la Medalla Cardinal Spellman-Aquinas de la American Catholic Philosophical Association. En el mismo año la Universidad de Georgetown le confiere el Doctorado Honoris Causa en Leyes.
Después de su retiro, Allers llevará adelante sus lecciones primero en casa de su hijo Ulrich (en Falls Church) y después en la clínica Carroll Manor, en Hyattsville, donde es internado por problemas de corazón y de artritis que fueron deteriorando su salud corporal. Como señala una noticia de periódico en su memoria, «sus estudiantes eran traídos en autobús hasta Carroll Manor, [para encontrarlo] enseñando en un solar que las hermanas carmelitas habían transformado en un aula». «Hasta sus últimos años, cuando la enfermedad creciente lo confinó a una silla de ruedas, él continuó enseñando y su mente se conservó aguda en un modo excepcional», recuerda después de su muerte el Ye Domesday Book de la Universidad de Georgetown.
De 1960 a 1963 Allers se dedicó además a la redacción de su último libro, Abnorme Welten (Mundos anormales), en el que desarrolla sus conocimientos de psicología y de psiquiatría encuadrándolos en una nueva forma de aproximación a la anormalidad psíquica y psiquiátrica. Se trata de una descripción «desde adentro» de los mundos de las personas afectadas por estos trastornos, descripción que Allers llama «existencial».
Rudolf Allers muere, afectado por una grave pulmonía, el 14 de diciembre de 1963.
Redescubrir la obra de este importante intelectual católico puede hoy traer muchos frutos al diálogo entre la filosofía —especialmente la antropología filosófica— y la psicología, con consecuencias evidentes en otros campos como la psicoterapia y la pedagogía. Esta breve presentación ha querido solamente llamar la atención sobre este personaje de nuestro tiempo, ciertamente importante por las dimensiones e implicancias de su propuesta, pero hoy «inexplicablemente olvidado» [34].
Cuando el joven Frankl preparó su primera obra de filosofía y psicoterapia, Oswald Schwarz escribió en el prefacio que esta obra habría representado para la psicoterapia lo que la Crítica de la razón pura de Kant representó para la filosofía: un cambio radical de aproximación. Muchos años después, en 1958, Frankl afirma en una carta a Oliver Brachfeld que desde su punto de vista, y «con un criterio más maduro», esta frase de Schwarz debía más bien aplicarse a Rudolf Allers [35].