La nupcialidad del celibato eclesiástico, precisamente por esta relación entre Cristo y la Iglesia que el sacerdote está llamado a interpretar y a vivir, debería dilatar su espíritu, iluminando su vida y encendiendo su corazón. El celibato debe ser una oblación feliz, una necesidad de vivir con Cristo para que él derrame en el sacerdote las efusiones de su bondad y de su amor que son inefablemente plenas y perfectas.

De estas Iglesias no católicas podría decirse que son verdaderas Iglesias precisamente por lo que tienen de católicas: su eclesialidad se fundamenta en el hecho de que la única Iglesia de Cristo tiene en ellas una presencia operativa; y no son plenamente Iglesias –su eclesialidad está herida– por lo que tienen de no católicas.

Realmente, nuestro hemisferio es un microcosmos del proceso de globalización que ocurre en el mundo entero. Lo que suceda en América tendrá un profundo impacto sobre la Iglesia y el mundo, y lo que suceda entre Estados Unidos y México definirá el futuro de nuestro hemisferio. Los católicos de ambos países tienen sobradas razones para trabajar por el día en que estos vecinos cercanos sean amigos aún más cercanos.

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